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Blogs Ciencia y Tecnología por José Manuel Nieves

Luces y sombras de Google Phone en España

José Manuel Nieves el

Sin duda, la novedad más comentada y destacada del Mobile World Congress (MWC) de este año ha sido la llegada a España de los primeros teléfonos móviles basados en Android, el sistema operativo creado por Google. Una llegada, por cierto, accidentada y que ha estado precedida de una auténtica batalla comercial entre las dos principales operadoras del país…

Recordemos que, apenas unos días antes de comenzar el congreso (el jueves, 12 de febrero), Telefónica se adelantó y anunció con cierta prisa el lanzamiento de Dream, el primer teléfono con sistema operativo de Google en España. Y que el pasado martes, Vodafone hacía lo propio, pero con el lanzamiento mundial (y no sólo nacional) de Magic, la segunda generación de terminales Android. El Dream de Telefónica, a pesar de su recientísima llegada a España, llevaba ya meses (desde el pasado noviembre) danzando por varios mercados internacionales, entre ellos el norteamericano. Y con un éxito muy relativo, por cierto.

Pero vayamos por partes. Hace ya un año, y durante la pasada edición de este mismo congreso, fuentes de Telefónica aseguraban a ABC que los primeros terminales Android españoles llevarían el membrete de la operadora azul. Varios fabricantes habían anunciado ya su intención de construir teléfonos que funcionaran bajo la nueva plataforma, y sus primeros prototipos se mostraban con orgullo en la feria. Samsung, uno de esos fabricantes, parecía por aquél entonces llevar cierta ventaja sobre los demás, y las conversaciones con Telefónica a ese respecto daban la impresión de estar bastante avanzadas.

Sin embargo, ha sido otra firma, la taiwanesa HTC, quien finalmente se ha llevado el gato al agua, es decir, la primera que ha conseguido efectivamente tener listo un “Google Phone”. Uno de los máximos responsables de Samsung en España declaraba a ABC  hace apenas un par de días que la estrategia de la compañía al respecto de Android había sufrido alguna alteración desde el año pasado y que quizá, solo quizá, no fuera éste el momento más oportuno de lanzar las campanas al vuelo para “no matar a la gallina de los huevos de oro”. Los primeros terminales Android de Samsung, de hecho, están anunciados para el segundo semestre de este año.

La cuestión es que finalmente fue Vodafone, y no Telefónica, la operadora que primero firmó un acuerdo con HTC. Y lo hizo no para lanzar Dream, que pese a ser el primer terminal Android (o quizá precisamente por eso) deja bastante que desear en cuanto a diseño y dimensiones se refiere, sino Magic, un teléfono mucho más acorde con el gusto y la estética actuales. A la hora de la verdad, eso es cierto, ambos móviles funcionan de un modo muy parecido y ofrecen prácticamente la misma experiencia de usuario. La operadora roja se quitaba así por fin, o por lo menos eso parecía, la espina de no haber conseguido la exclusiva del lanzamiento del iPhone de Apple en nuestro país.

Sin embargo, y como se ha visto, los azules hicieron de todo menos resignarse. Lo que sigue, en especial durante las semanas previas al MWC, es una batalla comercial en toda regla. Llamadas intempestivas, viajes relámpago, presiones, condiciones, ultimatums… Una batalla con cuatro protagonistas principales. Las dos operadoras, intentando adelantarse la una a la otra; HTC, el fabricante, deseado por todos y que no se había visto en otra parecida hasta ahora, presionado a la vez por dos de sus mejores clientes; y Google, que desde su cuartel general norteamericano movía los hilos (hasta los más insignificantes) y, por qué no decirlo, disfrutaba de lo lindo con el espectáculo.

A este respecto, citaré el símil que un alto ejecutivo que prefiere permanecer en el anonimato utilizaba hace un par de días para describir la situación: “Google es como esa quinceañera caprichosa que vuelve completamente loco al cuarentón y hace de él lo que quiere”. A buen entendedor…

Ahora, después de la batalla, la situación ha quedado como sigue: Telefónica ha conseguido colgarse el cartel de haber sido, también esta vez, la primera en lanzar en España una tecnología nueva y prometedora. Y le da igual que haya tenido que ser con un teléfono que no es lo último de lo último. Vodafone, que ha aguantado el envite con entereza, ha hecho también su propio lanzamiento, y con el modelo que, a todas luces, está destinado a imponerse (por lo menos hasta que empiece a haber competencia). HTC, que ha realizado un esfuerzo titánico por estar a la altura de las circunstancias (la firma tiene a 500 ingenieros completamente dedicados a desarrollar terminales con Android), está por ahora en una posición privilegiada, sirviendo Dream a Telefónica y Magic a Vodafone. Y Google, que es quien más tiene que ganar con todo esto, se peina tranquilamente ante el espejo al mismo tiempo que hace cumplir a rajatabla hasta la más mínima de sus exigencias de última hora (que les pregunten, si no, a ambas operadoras el motivo por el cual ninguna de las dos pudo llevar ni un solo terminal a sus respectivas presentaciones).

Conclusiones puede haber muchas, pero ahí va la mía: Siendo como es Android un sistema operativo excelente, cómodo de usar y con innegables ventajas para los usuarios, la trifulca española no se ha debido solo a motivos tecnológicos y de servicio, sino de simple marketing. Tanto Telefónica como Vodafone tienen (o creen tener) mucho que ganar apareciendo como socios del gigante de Internet. Sin embargo, y a falta de planes de explotación, tarifas detalladas y modelos de negocio concretos con Android por parte de ambos, el único beneficiado es la quinceañera, perdón, quise decir Google.

Si lo pensamos bien, los terminales basados en Android (tanto Dream como Magic) lo único que hacen es fidelizar clientes para el propio Google. De hecho, nada más encender cualquiera de los dos, lo primero que hay que hacer es escribir el usuario y la contraseña de una cuenta de Google. Para después empezar a utilizar todos y cada uno de los productos del propio Google (desde el correo a los mapas, los vídeos o el buscador…) Qué queda, pues, para los demás?

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