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¿Llegó a existir el «gran bombardeo» de meteoritos?

¿Llegó a existir el «gran bombardeo» de meteoritos?
José Manuel Nieves el

Dos investigadores de la Universidad de California sugieren que en realidad todo pudo limitarse a un número muy reducido de impactos.

Pudo ser todo una ilusión. Un error, un espejismo, una mala interpretación de los datos. Si Patrick Boehnke y Mark Harrison, de la Universidad de California, tienen razón, lo que hasta ahora se creía que fue el último gran bombardeo de cometas y asteroides, hace 3.900 millones de años, a la zona interior del Sistema Solar, pudo no haber existido jamás.

En un artículo recién publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences de los Estados Unidos, ambos investigadores, en efecto, sugieren que en realidad todo pudo limitarse a un número muy reducido de impactos. «Lo que ha llevado a la ilusión del Gran Bombardeo —explica Harrison— es una interpretación demasiado simplista de los datos disponibles».

El sistema solar en que vivimos se formó a partir de una gran nube de gas y polvo, restos de la formación del Sol. Por efecto de la gravedad esa nube de escombros empezó a condensarse en un gran número de objetos planetarios hace alrededor de 4.600 millones de años. En aquél momento, enormes protoplanetas y otros fragmentos dispersos de material chocaban constantemente entre sí, se fusionaban unos con otros o protagonizaban enormes colisiones, como la de un objeto del tamaño de Marte que chocó contra la Tierra y cuyos restos terminaron por formar la Luna.

Pero tras esta era violenta, que duró algunos cientos de millones de años, las cosas se estabilizaron y los impactos fueron haciéndose cada vez más raros. Sin embargo, tras las misiones Apolo a la Luna, comenzó a extenderse la idea de que, hace unos 3.900 millones de años, una segunda andanada de asteroides y cometas invadió, literalmente, la zona interna del Sistema Solar. Es lo que se conoce como «El último gran bombardeo» o «Bombardeo intenso tardío». Muchos científicos creen, además, que fue precisamente ese evento el que trajo hasta la Tierra sus reservas de agua e, incluso, las primeras moléculas prebióticas.

Una de las mayores evidencias que sostienen la teoría del Bombardeo intenso tardío procede de las rocas que los astronautas de las misiones Apolo trajeron de la Luna, cuyas edades coinciden precisamente en los 3.900 millones de años de antigüedad y sugieren que, en aquél momento, nuestro satélite debió recibir un gran número de violentos impactos en un periodo relativamente corto de tiempo. «El problema —sugiere por su parte Patrick Boehnke— es que esas rocas lunares pudieron recibir impactos no una, sino muchas veces».

De hecho, cualquier liberación de gases del interior de las rocas debido a la violencia de un impacto, haría que éstas parecieran cada vez más jóvenes. Y dado que toda la superficie lunar se formó al mismo tiempo, hace unos 4.300 ó 4.400 millones de años, una serie prolongada de impactos múltiples podría haber «rejuvenecido» artificialmente las rocas de la superficie, haciéndolas retroceder hasta una edad imaginaria.

Para comprobarlo, Harrison y Boehnke crearon un modelo en el que dividieron la superficie lunar en 1.000 regiones diferentes. Y simularon lo que sucedería si un número decreciente de asteroides y cometas impactaran contra la superficie a lo largo del tiempo. Lo que hallaron es que las rocas acababan aparentando, precisamente, una edad ilusoria de unos 3.900 millones de años. Es decir, que en lugar de un bombardeo violento y concentrado en el tiempo, la Luna podría haber experimentado un lento y larguísimo goteo de impactos, cada vez menor a medida que el Sistema Solar se iba asentando.

Pero hay otras teorías que también van alejando cada vez más a los científicos de la idea del gran nombardeo tardío. Por ejemplo, Harrison subraya que las muestras traídas por los astronautas de las misiones Apolo apenas abarcan el 4% del total de la superficie lunar. Y que len la Tierra se han encontrado ya muchos meteoritos llegados de la Luna, procedentes de muchos puntos diferentes de su superficie, y que muestran un rango muy variado de edades, todas muy diferentes a la de 3.900 millones de años.

Por otra parte, muestras geológicas de la propia Tierra indican que en aquel lejano periodo nuestro planeta era ya un lugar relativamente agradable, con agua líquida en su superficie, tectónica de placas y quizá incluso con vida primitiva. «¿Cómo puede una línea de evidencias – se pregunta Boehnke- decir que aquél periodo fue infernal, mientras que otra sugiere que, por el contrario, era bastante agradable?».

La respuesta, para los investigadores, es que no existe ninguna evidencia sólida que indique que hace 3.900 millones de años se produjera bombardeo ni cataclismo alguno.

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