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Las “lecciones” del hielo de Mercurio

José Manuel Nieves el

Foto: NASA. Dos cráteres helados en Mercurio

El reciente anuncio del hallazgo de grandes cantidades de hielo de agua y componentes orgánicos en Mercurio ha sorprendido tanto a profanos como a expertos. De hecho, y aunque existía la sospecha que que en alguno de los rincones más fríos del planeta podría esconderse alguna pequeña reserva de agua, nadie había podido imaginar que el líquido elemento, en forma de hielo, fuera tan abundante en un mundo que se encuentra tres veces más cerca del Sol que el nuestro. Los investigadores, en efecto, han calculado que Mercurio oculta entre 100.000 millones y un billón de toneladas métricas de agua. Una cantidad nada despreciable.

Mercurio es el planeta más pequeño del Sistema Solar. Y también el más próximo al Sol. Es uno de los cuatro mundos rocosos de nuestro sistema (los otros tres son Venus, la Tierra y Marte) y, a diferencia de la Tierra, está formado por cerca de un 70% de elementos metálicos, la mayor parte de ellos en el interior de su núcleo, que se cree desproporcionadamente grande en relación al tamaño del planeta. Algunos estudios indican que el núcleo de Mercurio da cuenta de cerca del 45% de la masa total del planeta (en la tierra la proporción es del 17%). Su corteza tiene entre cien y doscientos km. de espesor y su manto, unos 600 km.

Se piensa que esta inusual proporción en su estructura interna se debe al impacto, en los lejanos tiempos de la formación del Sistema Solar, de un cuerpo de tamaño planetario que volatilizó gran parte de su corteza y “alimentó”, al mismo tiempo, al núcleo con una gran cantidad de metales pesados.

En realidad, no empezamos a conocer las características de ese pequeño mundo hasta mediados de la década de los setenta, cuando se envió allí la sonda Mariner 10. Pero no ha sido hasta hace apenas un año, tras la llegada de la Messenger, cuando los científicos han empezado a tener una gran cantidad de datos sobre las características del planeta.

La existencia de agua, por ejemplo, se sospechaba desde hace ya dos décadas, cuando el radiotelescopio de Arecibo detectó una serie de manchas brillantes en las regiones polares que estaban, además, justo en las zonas detectadas por la Mariner en los años setenta y a las que nunca llega la luz del Sol. En el polo norte mercuriano, en efecto, las temperaturas pueden descender hasta más de 200 grados bajo cero.

Un contraste enorme con las que se registran en su zona ecuatorial que, fuertemente iluminada por el cercano Sol, puede alcanzaar los 450 grados centígrados. Un contraste extremo, muy superior al que se da en nuestro propio mundo y que es posible debido a la casi nula inclinación del eje de rotación de Mercurio, que impide que la luz solar bañe sus polos.

El inesperado hallazgo de agua helada y materia orgánica en el polo norte mercuriano sugiere, pues, que los “materiales” necesarios para que se desarrolle la vida podrían ser mucho más comunes de lo que creemos en el Sistema Solar. Por supuesto, nadie piensa que en Mercurio, donde la radiación solar es extremadamente elevada, incluso en las zonas de sombra permanete, pueda haber vida. Pero la presencia de algunos de sus ingredientes allí ha llenado de esperanza a los exobiólogos.

“Cuanto más estudiamos el Sistema Solar -asegura Jim Green, el director de la División de Ciencias Planetarias de la NASA- más cuenta nos damos de que es un lugar realmente húmedo. Y eso es realmente excitante, ya que significa que la misma agua que tenemos aquí, en la Tierra (que no formaba parte de ella cuando se formó y que probablemente vino de fuera), también fue llevada a muchos otros lugares del Sistema Solar. Lo cual nos anima a continuar explorando y a seguir el rastro de agua por todo el Sistema Solar”.

Una historia que se repite, según los investigadores, también en el caso de los compuestos orgánicos que, en palabras de David Paige, uno de los científicos de la Messenger “podría ser del mismo tipo del que permitió que surgiera la vida en la Tierra”. De hecho, además del hallazgo de hielo también se anunció el descubrimiento en Mercurio de una mezcla de materia orgánica compleja y basada en el carbono. Es decir, los “ladrillos” que hacen posible la vida tal y como la conocemos.

Con toda probabilidad, Mercurio adquirió su agua y sus compuestos orgánicos de la misma forma y en la misma época en que lo hizo la Tierra. Es decir, gracias al impacto de cometas y asteroides. Se sabe que tanto los unos como los otros son muy ricos en ambas cosas. Y que su número, en las regiones exteriores del Sistema Solar, es realmente enorme.

“Hay un montón de agua ahí fuera -afirma Sean Solomon, el investigador principal de la Messenger- . Tanto dentro como fuera del Sistema Solar. La historia de la vida empieza con el reparto a domicilio de agua y de los componentes orgánicos básicos, que deben después someterse a un determinado tipo de química que aún no somos capaces de comprender ni siquiera en nuestro propio planeta”.

Por supuesto, aclara el científico, “no esperamos encontrar ninguna forma de vida allí, pero en términos del libro de la vida, Mercurio puede informarnos de lo que hay escrito en sus primeros capítulos”.

 
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