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Crimen resuelto: el culpable del “evento de Tunguska” fue un cometa

José Manuel Nieves el

Hace casi exactamente 101 años (el 30 de junio de 1908), se produjo una tremenda explosión en los cielos de Tunguska (Siberia) que arrasó literalmente más de 2.000 kilómetros cuadrados de tundra. La onda expansiva fue lo suficientemente fuerte como para derribar sin contemplaciones personas, carruajes y caballos que se encontraban a más de 500 km de distancia. La explosión fue registrada con toda claridad por sismógrafos de numerosos países, entre ellos Gran Bretaña. Durante varios días después del suceso, en todo el norte de Europa, Rusia  y en algunas zonas de Estados Unidos las noches se iluminaron con un extraño resplandor. Una luz que permitía leer un libro en plena calle después de haberse puesto el sol.

Estudios reaalizados décadas después sobre el terreno (la primera expedición a la zona no se llevó a cabo hasta 1921) establecieron que la potencia de la explosión estuvo entre diez y quince megatones. Si se hubiera producido en una zona más densamente poblada, las víctimas se habrían contado por decenas de miles.

Casi un siglo después del “suceso de Tunguska”, los científicos siguen sin estar completamente seguros de la causa que lo provocó. Parece claro que el origen fue un bólido procedente del espacio exterior. Se ha llegado a calcular su posible tamaño, unos 80 metros de diámetro, pero incluso hoy existen dudas sobre si el “culpable” fue un meteorito o un cometa. En el primero de los casos, debería de haberse encontrado un cráter de impacto, cosa que no ha sucedido. Se especula con que el meteorito pudo estallar antes de chocar contra el suelo, pero aún así se habrían hallado fragmentos de roca dispersos, y no ha sido así.

La hipótesis del cometa, pues, con un núcleo de hielo, y no rocoso, que se habría desecho rápidamente tras su entrada en la atmósfera, ha ido ganando terreno y estableciéndose como la más probable, aunque tampoco existen pruebas concluyentes de que sea la correcta.

Ahora, un siglo después de la explosión y gracias a la tecnología de los transbordadores espaciales, un grupo de expertos de la universidad de Cornell acaba de aportar las primeras evidencias sólidas de que, en efecto, el evento de Tunguska fue provocado por un cometa. “Es como intentar esclarecer el misterio de un asesinato cometido hace cien años” asegura Michael Kelley, el investigador principal de un estudio que se publicará en la revista Geophysical Research Letters.

La clave está en las nubes polares mesosféricas, un fenómeno meteorológico que consiste, precisamente, en formaciones nubosas que en ocasiones se forman en las capas altas de la atmósfera y que, debido a su composición (en gran parte partículas de hielo), pueden verse brillar durante la noche. Los investigadores sostienen que la enorme cantidad de vapor de agua liberado en la atmósfera por el núcleo helado del cometa es la causa principal de la formación de las “nubes nocturnas” que pudieron verse, apenas un día después del impacto, a una distancia de varios miles de kilómetros.

Este tipo de nubes, que son las más altas que existen en la Tierra, se pueden condensar de forma natural en la mesosfera, sobre las regiones polares y a una altura superior a los 120 kilómetros. pero resulta que también se forman como consecuencia de las emanaciones y chorros de gases y vapor que emiten los transbordadores espaciales en pleno vuelo. Los investigadores de la universidad de Cornell han estudiado el fenómeno a lo largo de varios vuelos espaciales, y han hallado que los efectos en la atmósfera son, a menor escala, los mismos que provocó el cometa de Tunguska.

Un transbordador espacial inyecta en la atmósfera unas 300 toneladas métricas de vapor de agua, y esas partículas han demostrado ser capaces de desplazarse hasta las regiones polares y formar nubes. Kelley y sus colaboradores observaron esas nubes nocturnas durante los días posteriores a cada uno de los lanzamientos del transbordador estudiados, el último de ellos el del Endeavour el 8 de agosto de 2007. El fenómeno es muy similar al que siguó a la explosión de Tunguska en 1908, con nubes que iluminaron las noches incluso a una distancia de más de seis mil kilómetros del lugar de la explosión, en Gran Bretaña.

Queda por explicar cómo el vapor de agua (tanto el de los transbordadores como el del cometa) consigue recorrer distancias tan grandes sin difuminarse y mezclarse con otros gases atmosféricos. “Existe un medio de transporte capaz de llevar estos materiales a decenas de miles de kilómetros de distancia en muy poco tiempo -explica Kelley- pero no contamos con un modelo capaz de expicar cómo. Se trata de una nueva e inesperada física”. Una física que actúa en las capas más altas de la atmósfera, a varios cientos de kilómetros del suelo, y de la que los investigadores saben aún muy poco.

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