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Kazajstán, entre la religión y los negocios

Luis Ayllón el

He tenido la oportunidad de asistir días atrás en Astana, la capital de Kazajstán, a un Congreso de Líderes de las Religiones Tradicionales del Mundo. Se trataba de la cuarta edición, desde que el presidente del país, Nursultán Nazarbayev, convocara esa cita para tratar de demostrar que en su país, la convivencia interreligiosa es posible.

 

Ciertamente, la situación de las minorías religiosas en Kazajstán, un país predominantemente musulmán, es envidiable si se compara con otros Estados en los que un islamismo radical hace muy difícil la pertenencia a otros credos. En un país tan inmenso –mayor que toda Europa Occidental-, con más de 130 etnias distintas, hay, sin embargo, una soterrada actuación por parte de las autoridades destinada a favorecer a los kazajos, cuya fe es la musulmana. Eso sí, tratando de evitar cualquier aparición de grupos radicales.

 

Los rusos, mayoritariamente ortodoxos, han ido perdiendo terreno en los últimos años. Y los católicos se han reducido a unos 140.000, de los 380.000 que había cuando se produjo la independencia de Kazajstán de la antigua Unión Soviética en 1991, y que, en su mayoría habían sido deportados por Stalin a ese país. Los de origen polaco o alemán volvieron a Polonia o Alemania.

 

Aún así, hay que reconocer a Nazarbayev su habilidad para presentar a Astana como la capital de la espiritualidad. No ha sido su única habilidad, desde luego, porque pasó de ser el representante de la URSS en Kazajstán a ser su primer presidente y el único habido hasta ahora. No tiene, hoy por hoy, una oposición visible capaz de disputarle el poder. Incluso uno de los candidatos de otro partido en las últimas elecciones, en 2007, confesó que iba a votar por Nazarbayev. Su partido, Nur OTAN, acapara los escaños del Parlamento.

 

El retrato de Nazarbayev te saluda desde que llegas al aeropuerto y hasta que sales de él. Su presencia es permanente y su estabilidad es vista como una garantía de seguridad jurídica para quienes quieran invertir en Kazajstán. Para otros, sin embargo, ahí reside precisamente el riesgo, porque no hay previsión de lo que puede suceder si falta Nazarbayev en un país, que tiene unas instituciones manifiestamente mejorables desde el punto de vista democrático.

 

En cualquier caso, Kazajstán está abierto a las inversiones españolas en distintas áreas. En Madrid cuenta con un activo embajador, Bahyt Dyussenbayev, que conoce bien España y se ha empeñado en que desde aquí se mire a su país. El ministro de Asuntos Exteriores, Yerzhan Kazykhanov, que vendrá a España en octubre, se muestra satisfecho de la presencia de grandes compañías españolas -Talgo o Repsol-, pero pide que vayan a su país también pequeñas y medianas empresas a trabajar en áreas que consideran prioritarias, como la maquinaria, la petroquímica, la agricultura o el turismo. Además, invita al Gobierno español a que apoye a esas empresas en sus pretensiones, como hacen Francia o Alemania, “porque en esta parte del mundo –dice- eso se ve bien”.

 

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Luis Ayllón el

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