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Interconexión con París; interferencias con Londres

Interconexión con París; interferencias con Londres
Luis Ayllón el

A lo largo de la historia, cuando ha mirado al Norte, España siempre ha tenido un ojo en Francia y otro en Gran Bretaña. Unas veces enemigos, otras aliados, las relaciones con franceses y británicos no han sido nunca fáciles. Los Pirineos o el Atlántico han vivido numerosos episodios de enfrentamientos y han sido escenarios de triunfos y derrotas en los distintos bandos. Pero es indudable que, en los tiempos recientes, mientras en la relación con París ha terminado por imponerse, no sin dificultades, un ambiente general de cooperación, con Londres resulta más complejo ver lo positivo que lo negativo.

Las trabas que personajes como Valery Giscard D’Esteign pusieron al ingreso de la nueva democracia española en las Comunidades Europeas o las indolentes actitudes de las autoridades galas hasta bien entrado el mandato de François Miterrand ante los santuarios etarras en suelo francés, hirieron la sensibilidad española. No fue un comportamiento digno de unos buenos vecinos.

Pero la realidad es que, en las dos últimas décadas, sería injusto poner reparos serios al comportamiento galo. Las discrepancias que se hayan podido dar en cuestiones europeas no van más allá de la justa defensa de los intereses nacionales de cada país a la hora de negociar y siempre han sido menores que las actuaciones conjuntas para lograr objetivos comunes. La tibieza ante el terrorismo se ha convertido en una estrecha colaboración que los españoles han agradecido.

El número de españoles que viaja a Francia por trabajo o turismo ha crecido sensiblemente, lo mismo que el de turistas franceses que eligen nuestro país para sus vacaciones. Es cierto que en España se percibe aún una falta de colaboración sincera de Francia para facilitar las conexiones energéticas o de infraestructuras de España con el resto de Europa y que un sistema excesivamente proteccionista dificulta la presencia de grandes empresas españolas en suelo francés, pero no hay ningún obstáculo político que enturbie las relaciones.

La reciente cumbre bilateral celebrada en París lo ha vuelto  a poner de relieve y en ella, el presidente François Hollande ha anunciado para marzo de 2015 la visita de Estado de los Reyes a Francia, donde ya estuvieron en julio, en uno de sus primeros desplazamientos tras acceder al Trono. Se prepara para Don Felipe y Doña Letizia un recibimiento caluroso y un programa muy completo para rememorar la visita que hicieron los Reyes Juan Carlos y Sofía en 1993 y que marcó un punto de inflexión en la relación bilateral.

El ambiente es muy distinto si se mira a Londres. Como Francia, el Reino Unido es un aliado en la OTAN y un socio en Europa, pero la conjunción de intereses resulta siempre más compleja. Hay unos buenos intercambios económicos y en algunos aspectos, como el de las inversiones españolas, incluso mejor que con Francia; y España es elegida cada año por millones de británicos no sólo para hacer turismo (14,3 millones en 2013), sino para residir de manera permanente (unos 800.000, según los últimos datos).

Sin embargo, excepto en ocasiones como la invasión de Irak en 2003 en que pudo verse a los jefes de Gobierno –Tony Blair y José María Aznar-codo con codo, no existe la percepción de una fluida sintonía entre los dos países. Las cumbres bilaterales que España lleva celebrando con Francia desde hace 27 años –casi el mismo tiempo que con otros países europeos como Alemania o Portugal o Italia- han sido imposibles con el Reino Unido.

La únicas dos visitas de Estado realizada por los Reyes de España al Reino Unido o por la Reina Inglaterra a España tuvieron lugar en 1986 y 1988, respectivamente, en un periodo que puede considerarse como un paréntesis en la espinosa relación, quizás fruto del clima creado con la Declaración de Bruselas sobre Gibraltar de finales de 1984, en que Londres se comprometió a hablar con Madrid sobre la soberanía del Peñón.

Porque la realidad es que en las relaciones hispano-británicas, siempre pesa como una losa la cuestión gibraltareña, máxime cuando los Gobiernos británicos optan por parapetarse detrás de los “deseos” de los llanitos para no mover pieza en su negociación con España. Es obvio que los intereses de la población que hoy vive en Gibraltar deben ser tenidos en cuenta, pero es muy distinto, permitir que los gobernantes del Peñón marquen el ritmo a la relación entre dos socios y aliados.

Felipe VI ha viajado en las últimas semanas a las principales capitales europeas, además de a Rabat, el vecino del Sur, pero todavía no ha pisado suelo británico como Rey. No hay previsión de que vaya a hacerlo de inmediato y mucho menos de que se pueda preparar una visita de Estado, como ocurre en Francia, en tanto el Gobierno británico siga mostrándose tan condescendiente con las veleidades del ministro principal gibraltareño. Posiblemente al Ejecutivo de David Cameron no le importe mucho, pero que no sea fácil organizar una visita de un jefe de Estado español a Londres es tan poco comprensible como el anacronismo que supone la presencia de una colonia en suelo europeo en pleno siglo XXI.

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Luis Ayllón el

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