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Cuba busca “actualizarse”, pero no quiere ser China

Luis Ayllón el

El ministro de Relaciones Exteriores de Japón, Fumio Kishida, acaba de ser recibido en La Habana por el presidente cubano Raúl Castro. Siguiendo la estela que marcan otros países desde que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunció el deshielo de sus relaciones con el régimen castrista, Japón también se interesa por el futuro de Cuba y ha prometido brindar asistencia financiera no reembolsable en apoyo a su proceso de “actualización económica”.

Actualización es el término que emplean las autoridades cubanas para referirse las transformaciones que quieren llevar a cabo en su economía. El régimen, que es maestro en eso de enmascarar la realidad, no quiere que se hable de reforma del modelo económico, porque eso supondría el reconocimiento de que el que tienen desde hace 55 años no ha dado resultados.

La promesa es abrirse algo al mercado, facilitar “la extensión de la propiedad social de los medios de producción”, que viene a querer decir que la omnipresencia del Estado en la mayoría de los sectores de la economía cubana se va a reducir. Eso sí, habrá unos límites para que aquello “no se transforme en un sistema capitalista”, según se puso de relieve en una reciente reunión celebrada en el Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas en el que participaron expertos economistas, diplomáticos, políticos, periodistas y representantes del Gobierno cubano, entre ellos el embajador en Madrid, Eugenio Martínez.

Los Castro no quieren abandonar los principios de su revolución, pero han terminado por admitir que la economía tiene que funcionar más por motivos estrictamente económicos que administrativos, que no todo es culpa del llamado “bloqueo” por parte de Estados Unidos. Saben que hay que conseguir que los trabajadores, acostumbrados a vivir del estado, se encuentren más motivados para realizar sus tareas con más eficacia.

Además, son conscientes de que es necesario dotar al país de unas condiciones de infraestructuras que permitan posteriores etapas de desarrollo. Para ello, la inversión extranjera es fundamental y tratan de favorecer su llegada al país, que se está convirtiendo en lugar de peregrinaje de empresarios occidentales de distintas partes del mundo, al menos para ver si, en efecto, hay posibilidades de trabajar en la isla sin las trabas que había hasta ahora.

A las autoridades castristas no les queda más remedio que intentar algo distinto a lo que han hecho, sin éxito, durante más de medio siglo. Pero no quieren que se piense que van a adoptar el modelo chino o vietnamita. A lo sumo, admiten que están estudiando distintos modelos, incluido el chino. Creo que consideran que China ha ido demasiado rápido. Por eso, la velocidad en Cuba la marcará la estabilidad social y política del país, aseguran. Si esta peligra, habrá frenazos, aunque se reconoce que, inevitablemente tendrá que registrarse alguna desigualdad social.

De hecho, en los últimos cuatro años, 624.000 cubanos dejaron de tener un empleo en el Estado y el paro pasó del 1,7 por ciento al 3,3 por ciento. La parte positiva es que aumentó la productividad y que buena parte de los desempleados pudieron acceder a trabajos por cuenta propia, que ahora se tratan de favorecer.

Pero los problemas siguen siendo enormes y darle un vuelco a una economía en la que el Estado dominaba hasta las más pequeñas actividades de los cubanos, no va a ser tarea fácil, si se siguen manteniendo excesivos límites por temor a perder el control.

Y, por supuesto, que nadie piense que Raúl Castro tiene, en estos momentos, la más mínima intención de llevar a cabo apertura política alguna. El hostigamiento a los opositores en el interior de la isla no ha cesado, en absoluto, y los Gobierno occidentales no deberían olvidarlo. El castrismo considera que no está demostrada la relación entre desarrollo y existencia de varios partidos políticos. Es posible que sea así, pero lo que sí ha demostrado la historia es que con un régimen marxista de partido único, el retroceso de los países ha sido enorme. Salvo que, como China, el Partido Comunista se convierta en Partido Capitalista. Después de todo, ni siquiera es necesario cambiar las siglas.

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