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Solas

Solas
Marisa Gallero el

 

Sucede de vez en cuando. Que «el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo». Es lo que está ocurriendo este otoño. Por primera vez, unos cimientos arraigados en la sociedad durante siglos sufren sus primeras grietas. Arrancó con el efecto Weinstein en Estados Unidos, sacando a la luz abusos donde antes sólo mirábamos el glamour del séptimo arte. Al productor que se creyó Dios, así lo citaban en cada entrega de los Oscar, le enfocaron sus pies de barro. Cómo había ultrajado, violado, perseguido a actrices imponiendo su ley del silencio. Esa prepotencia de humillar y anular a sus víctimas. Un silencio que cuesta romper por perjuicios, mala conciencia y culpa.

El aleteo ha provocado aquí la explosión de la conciencia colectiva tras el juicio de La Manada. Se ha dicho basta a defender lo indefendible. Una chica de dieciocho años, que podía con los cinco, porque a esa edad lo que se lleva es el porno duro. ¿Alguien puede creer que fue consentida esa orgía en un portal a las tres de la madrugada? ¿Conocéis a muchas adolescentes que hayan practicado sexo anal y vaginal a la vez en una cama? ¿Lo veis más lógico en el recoveco de unas escaleras? Estos sevillanos tan liberales, ¿también se follan a sus novias en grupo y las dejan semidesnudas sin móvil? ¿Y las graban rodeadas de pollas como algo habitual? No claro, porque C. sería una puta, que se deja sin rechistar.

No decir no, no significa sí. Menos si estás de rodillas, con los ojos cerrados, rodeada de cinco tíos con los pantalones bajados decidiendo por dónde te penetran. Ha llegado la hora de no justificar la violencia machista. Que si jadeaba de placer, que si no les mordió el pene, que si estaba enfadada por no irse de fiesta, que si hacía vida normal. Excusas. Tener que defender que eres realmente la víctima, cuando te socorren aturdida y encogida en un banco, llorando, diciendo: «No me dejes sola».

Me contaba una amiga, llena de impotencia, que lo duro vino cuando dio el paso de separarse. Cuando se quedaba sola con la persona que le anulaba psicológicamente sin saber cuál podía ser su reacción. Cuando dormía con una grabadora como si las palabras le fueran a salvar. Cuando estaba cansada de cargar con el mismo fantasma y lo silenciaba para que no pareciera que sólo hablaba de un único tema. Cuando sopesaba si una denuncia la podía salvar o directamente la aniquilaba.

Por eso muchas callan. Se sienten solas. Y piensan que nadie vendrá a rescatarlas.

 

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