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El juego de la oca

El juego de la oca
Marisa Gallero el

 

En esta partida de ajedrez entre Cataluña y España, que a mí me parece más de la oca, donde uno puede caer en el pozo –léase por el precipicio–, en la cárcel o saltar casillas de cinco en cinco, Carles Puigdemont se deslizó en su propia trampa y le tocó la calavera que le envía a la casilla de salida, cuando los independentistas no querían dar ni un paso atrás. Dígame usted si declaro o no la independencia y cuáles son sus verdaderas intenciones, le preguntó Mariano Rajoy. No vaya a ser más gallego que él.

El presidente de la Generalitat cuestionado por los suyos, con el lunes en el horizonte, puede seguir tirando los dados –un sí volvería a poner en marcha la máquina independentista–, dejar la partida –así no se activa el artículo 155–, e incluso convocar elecciones constituyentes, aunque este juego no tenga comodín.

Cuando van casi 400 empresas que nunca iban a abandonar la tierra prometida y han salido en solo 48 horas, recuerdo que Eulàlia Reguant, la diputada de la CUP que negoció los presupuestos del 2017 con Oriol Junqueras y que ahora ha renunciado a su escaño, también tenía un plan. Defendía imponer un corralito en Cataluña y a partir de la declaración de independencia hacer «un control de capital y de flujos para garantizar la capacidad de funcionar de la República». Para salir huyendo.

La imagen más gráfica y premonitoria del «procés» la realizó los antisistemas en un vídeo promocional, cuando empujaban, algunos con alpargatas, por un sendero arenoso una furgoneta hasta un risco. Todo ese esfuerzo para despeñarla, como hizo Puigdemont solemnemente en el Parlament donde iba a proclamar la independencia y terminó convirtiéndose en el pleno de la suspensión.

Pedro Sánchez está otra vez atrapado en la casilla del laberinto con sus ambigüedades y contradicciones. No pensaba que podía tener otro octubre negro. El terrible 1-O le coincidía con el aniversario de su traumática dimisión de la secretaría general del PSOE, y los acontecimientos le han puesto de nuevo frente a Rajoy, «echando una mano al presidente del Gobierno». Se ha tenido que tragar el sapo de su «no es no». Un apoyo con trueque. A cambio de una reforma constitucional.

Mientras Pablo Iglesias va de puente a puente y tiro porque me lleva la corriente. Moviéndose en las aguas turbulentas del nacionalismo catalán, sin ningún reproche a Puigdemont por su farsa y fraude. Desde que llegó a la política defendió abrir el candado del 78, aunque cínicamente elogié las «agallas» de Adolfo Suárez. ¡A ver quién quiere romper España!

Esta vez, si Rajoy se queda mirando por la ventana de Moncloa a la espera del siguiente movimiento de su adversario, puede hacerle ganar la partida. Y en esa partida estamos todos.

 

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