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Rajoy de romería

Rajoy de romería
Marisa Gallero el

 

El día que declara un presidente del Gobierno en activo en un juicio por corrupción, no es un día cualquiera. Si hubiera sido un día antes, hubiera parecido que se celebraba una romería por la festividad del apóstol Santiago en el inhóspito polígono industrial de San Fernando de Henares. Un helicóptero sobrevolaba la zona acordonada por policías apostados desde las cinco de la mañana, que recordaban que eso de colaborar con la justicia también conlleva una «cuestión de seguridad».

Controles con agentes tipo Smith de Matrix, adelantando que entrábamos en un mundo virtual donde no se iban a reconocer los hechos probados como una verdad -«todo es falso salvo alguna cosa»-, donde te preguntaban el nombre y te enviaban a otro control bordeando el polígono. Te cruzabas con los que iban a gritar, un grupo heterogéneo, con perrito y trolley incluidos, hablando de sus cosas a eso de las ocho y media de la mañana, como si fuera lo más normal ese paseo bajo un sol de justicia.

Las unidades móviles competían con trailers larguísimos y unas vallas amarillas, para indicarte como a Dorothy cuál era el camino donde estaban apostados periodistas de todos los medios de comunicación para ver como el coche presidencial se colaba por el garaje. A los que entrábamos dentro de la Audiencia Nacional nos habían distinguido con una chapa con un número, y te marcaban como si fueras a meter un gol en el último minuto. Así pasaron los abogados de la defensa y de la acusación, una Fiscalía Anticorrupción vigilada de cerca por el nuevo jefe, Alejandro Luzón, treinta periodistas y un público entregado a Mariano, que amenizo la declaración con risas, alentándole, incapaz de contener un continuo murmullo. Una señora le preguntó en un breve receso a uno de los policías si podía hacer lo posible por conseguir darle la mano al presidente. El escenario perfecto para grabar una stand-up comedy.

Y es que Rajoy apareció por arte de magia dentro de la sala (normalmente los testigos salen por una puerta situada frente al público), pasando por delante del Tribunal para situarse en un estrado confeccionado a su medida. Mirando a un banquillo de los acusados donde sólo estaba sentado Guillermo Ortega, exalcalde de Majadahonda, de los 37 señalados en el proceso. Luis Bárcenas era el gran ausente. Decidió que no se iba a prestar al circo. Para él, la declaración de Rajoy era «un despropósito», alimentando aún más los tentáculos de un pacto oculto de no agresión. Su sombra alargada se extendía como un manto dentro de la sala. Era el otro protagonista de la sesión. Hasta uno de los jueces lamentó a su defensa que no hubiera asistido.

Sin los ojos del tesorero frente suya, Mariano se creció, como si estuviera en la tribuna del Parlamento y no en el estrado de un juzgado. Consciente de que la imagen hubiera sido totalmente diferente, si tuviera que haber aguantado dos horas cara a cara al hombre a quién le pidió que fuera fuerte. No es lo mismo negar una «contabilidad extracontable», la compra de acciones de Libertad Digital, las facturas de la reforma de la sede del PP pagadas en negro y los sobresueldos que reflejan los «papeles de Bárcenas», con la tensión que hubiera marcado la presencia del innombrable. No se veían desde hace cinco años en su despacho en Génova, un miércoles 13 de abril a las cinco de la tarde.

Mariano Benítez de Lugo de ADADE tenía todo para triunfar y fallo en lo más elemental. No preparo un interrogatorio exhaustivo, se baso en noticias de prensa, divago en campañas electorales que no eran objeto de la investigación, se le olvidó cuáles eran los hechos del procedimiento. Sólo se centró en la caja B del PP, dando la razón a los que piensan que es un proceso estrictamente político y no jurídico. Con ello consiguió que Rajoy alardeara socarrón de gallego, liándose con otro de los SMS que mandó a Bárcenas cuando ya se conocían sus cuentas en Suiza, «hacemos lo que podemos significa que no hacemos nada».

Quién no haya asistido a ninguna de las sesiones del caso, le puede extrañar la conducta del presidente del Tribunal, Ángel Hurtado, pero la realidad es que el juez ha tratado a todos por igual. Calificando muchas preguntas como impertinentes, reprochando a los abogados que se repiten en sus planteamientos, reprobando observaciones fuera de tono y recordando que estamos en Gürtel y no en la pieza separada que investiga la financiación ilegal del Partido Popular. Otra cosa es la fiscal Concepción Sabadell, que se habrá tenido que morder la lengua para no saltar. Tan sólo preguntó durante seis minutos, cuando sus interrogatorios son tan minuciosos, que no hay quién no sucumba en su tela de araña.

A estas alturas, Gürtel es una trama del Partido Popular, y quizás nunca los «papeles de Bárcenas» tendrían que haber salido de la pieza principal, porque dentro de unos años volveremos a estar de vuelta en el mismo proceso que entró Kafka.

 

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