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Comisión al PP en blanco y negro

Comisión al PP en blanco y negro
Marisa Gallero el

 

La «caja B» del Partido Popular se convirtió en la sesión de mañana de la Comisión de Investigación de los tesoreros populares en puro realismo mágico. Era como no creer en las meigas, «mais haberlas, haylas». Tanto Ángel Sanchis como Rosendo Naseiro negaron la existencia de esa contabilidad paralela que recoge informes de la UDEF y autos de jueces, porque lo cotidiano era a veces en un mitin, que le entregaran «un talón al señor Fraga», «pedir dinero por carta a toda España» o «pasar la gorra» en cenas particulares a medio millón de pesetas el cubierto.

El gran protagonista de la Comisión que tiene como objetivo la presunta financiación ilegal del Partido Popular no fue Mariano Rajoy, para gran regocijo de los populares, que respiraban sintiéndose vivos entre tanto revival, sino Manuel Fraga, como si saliera en blanco y negro por televisión, como un superviviente en la playa de Palomares. Y es que parecía que España se narrara de nuevo con el NO-DO. Nos fuimos a los tiempos de los siete magníficos, esos señores franquistas que fundaron Alianza Popular, cuando la financiación era como «el salvaje Oeste».

Recordándome las palabras de la mano derecha del patrón de aquella época, Jorge Verstrynge, a quién le insto Sanchis a Carolina Bescansa que le preguntara si tenía dudas con las donaciones, ya que está ahora tan cerca de la formación morada. «Había que recaudar dinero de debajo de las piedras. Cuando se celebraba un congreso del partido siempre había una gran cena final, y mientras Fraga daba un pequeño discurso, cogía un sombrero e iba mesa por mesa. «¡Yo, que era el secretario general! —exclamaba Verstrynge—. Todo valía. Banqueros, industria siderúrgica, eléctricas…».

Lo mismito que relató Sanchis, cuando en Alianza Popular «no teníamos ni un duro», él «pagaba la luz» y se convirtió en «más fraguista que Fraga», reivindicando su figura, porque los políticos «que venían de la dictadura eran mejores». Parecía que nos hubiéramos trasladado a una de las estancias del bosque animado, como si el espíritu del gallego, «que murió pobre en un piso de 60 metros cuadrados», fuera el alma en pena de Fiz de Cotovelo corriendo a todos «a gorrazos».

Poco exprimieron a Sanchis los comisionados, olvidándose de que lo sabe todo de Bárcenas, quién le hizo un préstamo de 3 millones de euros por el que está procesado en Gürtel. Encantado de hablar de su finca de 5.000 hectáreas de limones en Argentina —«de cada diez Coca-Colas que usted tomé, una lleva aceite de mis limones»—, cómo fue a Suiza para tener constancia de que el «dinero era de buena procedencia», o de ese tren con destino Galicia desde Valencia con 5.000 naranjas con la pegatina de «Vota Fraga».

Normalizando la anomalía. O contando su actitud ante una realidad pasmosa. Era la época que no había Ley de Financiación de Partidos Políticos. Luego llegaría el caso Naseiro, del que renegaron, como de sus cintas «manipuladas», del informe que redactó Gallardón, que «puede decir misa», o del juez. Como repetía Naseiro llevándose las manos a la cabeza —«no me hablé de Manglano. Era un hombre de izquierdas. Yo le llamaba rojo»—, culpándole de pasar cinco días en un calabozo con un «asunto que no quiso ni ver el Supremo».

El gallego de Villalba oía cuando quería, hablaba de él en tercera persona —«Naseiro no tiene que culparse de nada»—, embroncaba con aires de abuelo gruñón con muy malas pulgas a quién se le pasara de la raya —«no me echen discursos»—, orgulloso de crear la contabilidad que conocemos de sobra, poniendo un impuesto a los diputados, «que me quitó Cascos». Memoria selectiva. La irrealidad de esta Comisión, que a este paso no va más allá de otra estancia, es que al final sólo queda la anécdota. Como me cuenta Joan Tardá, en la televisión catalana, sólo mencionan que Naseiro le advirtió de que no llegaría a sus 82 años, porque «está muy gordo».

En la sesión de tarde, volvimos al presente. A la normalidad. A llamar a los sobresueldos, «retribuciones en concepto de representación». Al tesorero nombrado por Rajoy de cuyo nombre no quiere acordarse. A la destrucción de los discos duros de «los ordenadores que utilizaba Bárcenas», en un despacho al que entraron «con una llave», como precisó Carmen Navarro, actual tesorera del Partido Popular. Mostrándose extrañada de que no se entienda la «indemnización en diferido en dos años para compensar el cese en el tiempo». «No nos lo hemos inventado en el PP». Reconociendo que hicieron «mal en cotizar a la Seguridad Social».

Navarro se escudó en el objeto de la Comisión para no responder, en que los datos eran «íntimos», y ni se le ocurre dar los nombres de los altos cargos por la protección de datos. Con la absoluta seguridad de que no «me pueden liar en economía», contando que el PP paga a «todos sus proveedores en tiempo y forma» y tiene una situación financiera «muy saneada». Liquidando la hipoteca de Génova sin que nadie se acordara de preguntar por la reforma en negro de la sede de la gaviota, que recoge un auto del juez José de la Mata de la Audiencia Nacional.

Fue impermeable, como si su declaración de intenciones —«no voy a investigar el pasado, vengo a gestionar el presente»—, no tuviera nada que ver con la imagen de película de Paco Martínez Soria proyectada unas horas antes.

 

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