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El recreo

El recreo
Marisa Gallero el

 

Consternada al ver la imagen de la pequeña de ocho años hospitalizada por una paliza salvaje en el patio del colegio, pensando que tiene la misma edad que mi niña. Justo después de sonar el timbre que anunciaba el fin del recreo, cuentan que por coger el balón con el que jugaban, un niñato de catorce años la pateó y la tiró al suelo, inmovilizándola sentándose sobre ella. Y en esas llegó la manada, mucho más valiente si actúa en grupo, para liarse a patadas con saña. Pura barbarie.

El recreo es el lugar donde la infancia se la juega. Donde la diversión y la maldad se entrecruzan en una línea trazada con tiza. Las pandillas de amigos siempre dispuestos a rechazar a otro, los insultos en vocablos adaptados al lenguaje infantil, pero igual de duros, mezclados con altas dosis de desinhibición y alegría. Para un niño que sufre acoso el recreo es la jungla, refugiándose en la soledad antes de afrontar el desprecio de sus compañeros de clase.

Cuando la madre fue a recoger a su hija a las dos de la tarde, una profesora le explicó «la trifulca» y le dijo que veía bien a la niña, quitándole importancia, pidiéndole que no se asustara. Me imagino la impotencia y la angustia de esa madre, preguntando una vez sola qué había ocurrido. Y si la pequeña se atrevió a explicar la salvajada o tan sólo contó dónde le dolía. En el hospital le diagnosticaron fisura en las costillas, desprendimiento de un riñón, hematomas en la cabeza y en las extremidades. Del shock emocional no hablan.  ¿Eso es estar bien o no querer asumir responsabilidades?

¿Dónde estaban para no ver nada? Algunas mañanas tengo la oportunidad de observar el patio de un colegio en plena ebullición, y desde el balcón he visto a niñas solas con una cuerda en la mano sin que nadie quiera jugar con ellas, grupitos en torno a una canasta de baloncesto dejando a otras apartadas, niños que vagan solitarios… Eso desde la distancia. ¿Acaso ellos no saben cómo son sus alumnos y cuáles su comportamiento? Si la niña sufrió con anterioridad insultos y humillaciones, ¿pensaban que tan sólo eran «cosas de niños»?

Ese día, por un balón, la pequeña se ganó la venganza de una panda de gamberros. No hay mayor permisividad y tolerancia con el acoso que pensar que es algo entre ellos y que los adultos no tienen que mediar. Siempre hay que estar con ojo avizor.

 

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