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Blogs Loading... por Marisa Gallero

Vuelven los titiriteros

Vuelven los titiriteros
Marisa Gallero el

«¡Qué antigua soy!», puedo exclamar como si fuera Alfanhuí cuando se encuentra con su imagen en el espejo. Desde que leí en EGB la primera novela de Rafael Sánchez Ferlosio, nunca me gustaron las marionetas. Todas tenían la cara de don Zana.

Ese afán de enfrentarse a todos a cachiporrazos me deja absolutamente indiferente y nunca me ha provocado hilaridad. Lo digo porque nunca hubiera llevado a mi niña a ver «La Bruja y Don Cristóbal» de la compañía Títeres desde Abajo.

Menos si me cuentan el argumento. Cómo violan a una bruja que no paga el alquiler y ella asesina al casero; llega una monja que le quiere robar su bebé y muere golpeada con una cruz. El Policía en lugar de detenerla por esos asesinatos, falsifica pruebas para condenarla por terrorismo. La función acaba con el juez ahorcado de forma absurda, mientras la bruja queda libre. Sigue sin ser un espectáculo apropiado para un público infantil, y menos programado y subvencionado con fondos públicos.

En ese sentido, Alberto San Juan ha devuelto la obra «antipedagógica» a su hábitat: el ámbito privado y a un espacio de adultos. El Teatro del Barrio, que se define «como un lugar para hacer política desde la cultura y la fiesta», es idóneo para una función «no apta para todos los públicos, donde sus personajes cometen actos atroces y violentos, incluso de mal gusto».

Y como estamos en la segunda vuelta de todo, o en un «circo» como califica nuestro escenario político The New York Times, en la representación se ha vuelto a mostrar la pancarta «Gora Alka-ETA» por la que los titiriteros fueron acusados de un delito de enaltecimiento del terrorismo.

San Juan incluso ha desafiado con chulería la persecución, reclamando el archivo de las actuaciones abiertas contra Alfonso Lázaro y Raúl García, e instigando al juez de la Audiencia Nacional a ver «si nos lleva a todos para delante». No iba a quedar espacio en la concurrida cárcel de Soto del Real.

La obra es suficientemente subversiva para necesitar mostrar el cartel de marras. Tras dos asesinatos, al Policía no le hacía falta falsificar ninguna prueba contra la bruja para detenerla. Es una provocación sin más amparándose en la libertad de expresión. ¿O acaso se necesita recurrir a dos organizaciones terroristas con un historial brutal de asesinatos para reivindicar los abusos del poder?

También creo que fue excesivo y un inmenso error el auto del juez Ismael Moreno. Encarcelar durante cinco días a unos titiriteros armados con sus marionetas de trapos, cuando muchos ladrones de guante blanco no terminan entre rejas. Fue una medida desproporcionada, y al igual que en la novela de Ferlosio, parecía que la realidad y la fantasía se entrelazaban.

En «Industria y andanzas de Alfanhuí», el triunfo de la realidad se manifiesta simbólicamente cuando acaba con el personaje de don Zana: «Alfanhuí golpeaba con furia y don Zana se destrozaba en astillas». Hubiera bastado con los clásicos garrotazos para denunciar los excesos, la dichosa pancarta no aporta nada. Sólo, más ruido.

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