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«El candado del 78»

«El candado del 78»
Marisa Gallero el

Si las palabras de Pablo Iglesias no se las hubiera llevado el viento electoral y siguiera anclado en «abrir el candado del 78» —que le perseguirá de por vida—, no hubiera recorrido el Salón de los Pasos Perdidos en la recepción oficial del día de la Constitución, 37 años después de que el 87,78% de los españoles ratificaran ese cerrojo.

Para llamar la atención sobre los cambios que España necesita, los políticos emergentes les ha dado por reivindicar La Pepa de 1812, de la que poseo un magnífico facsímil regalo de uno de los siete padres de la Constitución de 1978, José Pedro Pérez-Llorca. Él fue uno de los que tejió y destejió, como si fuera Penélope, durante las noches de consenso, una estructura que se ha mantenido hasta nuestros días. «La Constitución tiene una gran virtud, el abanico de fuerzas que la apoyaron era mayoritaria. Ahora es irreproducible, porque con los nacionalistas no se puede contar para nada, no quieren… Me duele mucho decirlo, pero España está fracturada. Moralmente cuarteada como un jarrón, puede seguir entero mucho tiempo, pero si lo tocas, se rompe en pedazos», me contaba premonitoriamente hace poco más de un año.

Desde Cádiz, Pablo Iglesias lanzó su carrera electoral en un sprint del que se va despojando de sus principios –ya no reclama un nuevo «proceso constituyente» para romper con un «régimen que se derrumba»– y apuesta por «cinco grandes acuerdos» para «mejorar» la Constitución que comprenden blindar los derechos sociales, el modelo territorial, la despolitización de la justicia, el sistema electoral y la lucha contra la corrupción. Criticado muy de cerca por quién pudo ser su aliado, Alberto Garzón, que reivindica un nuevo texto a partir de un proceso constituyente participativo de abajo a arriba «frente a los que cambian su mensaje para adaptarse al centro. Ni un millón de votos justifica una mentira». Para el candidato de IU-Unidad Popular no vale solo con «unas reformas parciales, de maquillaje y cosmética».

Albert Rivera también presentó en noviembre en Cádiz, «cuna del constitucionalismo europeo», un documento base para la reforma de España, que incluía la modificación de algunos artículos de la Carta Magna. Ciudadanos ha reclamado cerrar el Senado, las diputaciones provinciales y el Consejo General del Poder Judicial —sin mencionar que cualquiera de estas propuestas necesitaría dos tercios de la Cámara, la disolución posterior de las Cortes, la celebración de elecciones y un referéndum—. «Hace casi 40 años nos pusimos de acuerdo en lo importante. Hoy hay que volver a ratificar ese compromiso. Celebrarla en todas las plazas y pueblos de España». Para terminar con un elocuente: «¡Viva la Constitución!».

El PSOE sigue con su apuesta por el modelo federal, y que la financiación autonómica se someta a votación, además de abordar una reforma del Senado y del sistema electoral. «El espíritu de concordia que la hizo posible es el que debe impulsarnos a encontrar en su reforma un nuevo pacto de convivencia, que protegerá derechos y blindará el Estado del Bienestar, garantizará libertades que ahora se han vulnerado», escribe Pedro Sánchez, que sugiere una Constitución actualizada «al día y hora de la España del siglo XXI».

Solamente el PP de Mariano Rajoy no incluye ninguna alusión a la reforma constitucional en su programa electoral porque defiende su vigencia. «Nos ha dado derechos, libertades, igualdad, entrar en Europa y la etapa de mayor progreso», tuiteaba el presidente del Gobierno. Para él, «no es una prioridad», aunque algunos de sus ministros, como José Manuel García-Margallo y Rafael Catalá hayan defendido públicamente esa posibilidad, y reconozca que está dispuesto «a considerar propuestas concretas».

Ahora que vuelve a existir un gran consenso de que nuestro texto constitucional necesita una reforma, más allá de promesas electorales, todos los partidos se deberían poner de acuerdo en iniciar el estudio de propuestas para saber en qué. Dar esos primeros pasos sin titubear para crear una ponencia en el Congreso, sin olvidar, como una pequeña muestra, que hubo hasta 2030 enmiendas la primera vez que se presentó el anteproyecto en agosto de 1977.

«¡Se armó la de Dios! Muchas de esas enmiendas eran testimoniales. Los siete éramos coetáneos, de un ambiente jurídico, yo era el más joven y Manuel Fraga el de mayor edad, fue fácil ponerse de acuerdo en el índice. Y a partir de ahí tejimos una primera malla, que tiene pocos nudos y muchos huecos: cómo va a ser el Parlamento, su relación con el Gobierno, si tiene capacidad de hacer decretos… Algunos de estos puntos se deshacen al reunirnos con los partidos. “¡Es inadmisible, sois unos traidores!”, clamaban. Fuimos poco a poco hasta tener una red muy tupida», recordaba Pérez-Llorca aquellos años convulsos en una entrevista en ABC.

Quizá porque nunca hubo un candado que abrir, esa será nuestra próxima hoja de ruta.

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