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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

Vea una procesión

Luis Miranda el

Hay que empezar por decir que todo el que se reconozca cofrade lo es sobre todo por gustarle una procesión en la calle, por disfrutar de la presencia de una imagen sagrada entre un cúmulo de ofrendas que también son sensaciones, incienso que eleva y se eleva, música que inspira y hasta luces imposibles. Por eso sale uno a aguantar bullas, esperas a pie quieto y caminatas en Semana Santa, y por eso también coge a veces el coche para verlas en otros lugares, sobre todo cuando la coincidencia del calendario hace imposible disfrutarlas en su tiempo. Que tire la primera piedra el que no tenga grabado el enigma de sonrisa y de llanto de la Esperanza Macarena desde hace más de un año.

Pero tampoco está de más pensar en la campaña publicitaria que el Área de Turismo del Ayuntamiento de Málaga ha hecho en Sevilla para vender las procesiones extraordinarias de sus cofradías este año. Para la Administración, nada más lógico que conseguir noches de hotel, consumiciones y visitas, sobre todo en una ciudad sin demasiado patrimonio que ofrecer al visitante. Así lo ha hecho siempre Sevilla, cuyas cofradías saben a lo que salen, pero también entienden que son días de hoteles llenos y de redondear los precios hacia arriba. Incluso Córdoba, siempre con más complejos institucionales, se ha avenido últimamente a presentar su cartel fuera y a admitir que hay gente que busca a sus cofradías.

Publicidad en Sevilla de las procesiones extraordinarias de Málaga. FOTO: JOSÉ JAVIER COMAS RODRÍGUEZ / PASIÓN EN SEVILLA

Sin embargo, y aunque a las hermandades les guste ir por calles llenas de gente, y pensar que si salen convocan a alguien, el asunto tiene la lectura de si no se están convirtiendo las cofradías en cierto parque temático, como si tantas salidas extraordinarias en realidad se hiciesen para dar un poco de ambiente a las ciudades, con un calendario que últimamente se ha encaprichado con Córdoba y bullas llenas casi siempre de la misma gente, sea en Málaga, en Sevilla o en Madrid. Algo un poco histriónico y típico: «Visite Andalucía y vea una procesión aunque sea en agosto». Tanto afán de pasos (que no de devoción cierta) daría para pensar en el equilibrio mental o la salud de la religiosidad de todos estos peregrinos entusiasmados, pero al fin y al cabo de eso sólo saben los representados en las imágenes.

Nada que objetar a los motivos de las extraordinarias, pero todo esto no es una moneda de dos caras, sino quizá un prisma con bastantes. Será difícil que haya cofradías que salgan para atraer turistas y más aún que gente con dinero financie bandas de postín y flores, aunque la leyenda negra de otras ciudades lo sugiera, pero por ahí asoma ya el riesgo de la saturación y el hartazgo, el niño al que inflan de dulces para que los aborrezca antes de entrar a trabajar en una pastelería. Los fatiguitas de los pasos no lo creerán, pero hay gente que cuenta las semanas para estar en la calle y que teme un síndrome de la madrugada cordobesa. Hacer publicidad puede ser bueno para evitar las aceras desiertas tanto como para llenar hoteles, pero quien paga siempre puede tener derecho a pedir algo a cambio, sea una procesión sin justificar, un capataz de tronío o asomarse aunque sea entre chaparrones para no defraudar al público.

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Luis Miranda el

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