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Oportunidades para España en su relación con Alemania

Oportunidades para España en su relación con Alemania
Jorge Cachinero el

 

“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com

Alemania, en general, y la canciller Ángela Merkel, en particular -a pesar de las dudas que se generaron durante los últimos meses de 2017 y los primeros meses de 2018 por las dificultades que ésta encontró para formar una coalición de gobierno tras las elecciones federales del pasado mes de septiembre-, siguen siendo el pivote alrededor del cual gira la política europea por mucho esfuerzo que el presidente de la República de Francia, Emmanuel Macron, esté realizando por, al menos, compartir ese rol.

En realidad, los tres grandes ejes de la política exterior alemana son de interés compartido para una gran mayoría -sino, todos- de los países de la Unión Europea (UE): integración europea, relación transatlántica y preservación de la paz mundial.

Este liderazgo de la canciller Merkel dentro de Europa se ha incrementado, además, y de forma sustancial, desde que se conocieron los resultados del referéndum sobre la salida del Reino Unido de la UE de junio de 2016, independientemente de si ésta llegue, finalmente, a materializarse, y de cuál sea, si fuera necesario definirlo, el futuro engarce del Reino Unido con la UE después de marzo de 2019.

Fuera de Europa, también, Alemania ha hecho tornar hacia sí las miradas de muchas democracias del mundo al comprobar la actitud de los Estados Unidos (EE.UU.) de retraimiento económico y defensivo detrás de sus fronteras después la elección del presidente Trump, quien parece decidido a avanzar su agenda doméstica sin importarle el impacto que ésta pueda tener sobre sus aliados tradicionales.

Por último, como respuesta al aislamiento de los EE.UU. y al abandono de su liderazgo global en positivo, Alemania tiene la oportunidad de encabezar los esfuerzos colectivos para retrasar, para controlar y para revertir el proceso de cambio climático en el planeta.

Si llegara a producirse la salida del Reino Unido de la UE, el conocido como eje franco-alemán se quedaría corto dentro de una UE27 y necesitaría ser extendido.

En ese momento, existirían oportunidades de influencia adicional para España dentro de la UE, como buen discípulo que ha sido de las recetas alemanas -que tan bien funcionaron en el sur del continente y de las que presume Alemania-, para reubicarse en ese “alargamiento” del eje franco-alemán y enriquecer, así, el mantra tradicional de la estrategia española dentro de la UE: “siempre con Alemania y nunca contra Francia”.

En lo económico, España todavía tiene mucho que aprender del modelo alemán, si quiere no quedarse anclada en la ambición vana de recuperar competitividad en los mercados sólo por la vía de la contención salarial.

España debería pasar de las políticas de ajustes de costes a las de inversión.

Las políticas públicas españolas están excesivamente viradas hacia la austeridad y suelen olvidar que, en Alemania, las políticas inversoras son críticas para sostener el modelo de “economía social de mercado”.

Además, el empresariado alemán cuida, presta mucha atención y está enfocado a la construcción de relaciones sostenibles con todos sus grupos de interés -y, en un lugar destacado entre éstos, se encuentran sus empleados-, mientras que el empresariado español es más transaccional y más cortoplacista.

Por otra parte, España debería cerrar la brecha de productividad en relación con Alemania ya que no existe ninguna maldición nacional que lo impida. En realidad, la productividad de las empresas españolas mayores de 250 empleados es ya superior a la de las alemanas de ese mismo tamaño.

España, además, debería invertir más en la calidad de su sistema educativo -primario, secundario, terciario y profesional- y en la investigación, en el desarrollo y en la innovación, palancas éstas de generación de valor agregado en las próximas décadas.

Por último, España tiene un problema de percepción y de aceptación exteriores de una calidad manifiestamente mejorable de su sistema institucional y político. Los escándalos de Siemens en los años 90 del pasado siglo y de VW en 2015 no son un consuelo para España a este respecto.

Si hubiera que definirlo con una sola palabra, el activo más valioso de la relación entre Alemania y España, desde los años 80 del siglo pasado, es la confianza.

Esa confianza se profundizó en la relación que mantuvieron el difunto excanciller Helmut Kohl y el expresidente del gobierno de España Felipe González. De hecho, Kohl echó de menos a González cuando éste fue sustituido.

Hasta hace dos semanas, esa confianza se había reproducido entre Merkel y el expresidente Rajoy, personajes que tienen mucho parecido caracterológico. Ambos son personas “de orden”, sin estridencias, ni liderazgos carismáticos, sin grandes ataduras ideológicas, muy prácticos y lentos en su proceso de toma de decisiones.

Construir una relación eficaz con la canciller Merkel es uno de los retos más críticos, dentro de la UE, al que debería dedicarse el nuevo presidente Sánchez durante el próximo año.

Las oportunidades para que España juegue un papel de mayor influencia dentro de la UE están -en lo político, como en lo económico- al alcance de la mano.

 

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