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La importancia de Alemania para España

La importancia de Alemania para España
Jorge Cachinero el

 

“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com

Alemania es, dada su relevancia política y su dimensión económica, la relación bilateral más importante para España en Europa.

El volumen agregado de exportaciones y de importaciones entre los dos países batió un récord histórico en 2016 al alcanzar los €65 mil millones y, una vez cerradas las cuentas anuales de 2017, se ha incrementado en un 10% adicional.

Alemania es para España su segundo socio comercial, sólo después de Francia, y su segundo proveedor.

Durante los años de La Gran Recesión, en concreto, desde 2009, la tasa de cobertura comercial de España en relación con Alemania se ha incrementado desde el 50% al 78% y España cuenta con un superávit comercial con respecto a Alemania en el sector de servicios por un valor de €12,6 mil millones, de los cuales, casi la mitad, provienen del turismo.

El comercio bilateral entre España y Alemania es, fundamentalmente, intraindustrial y España es el décimo tercer destino de las inversiones alemanas. El stock de las inversiones alemanas en España tiene un valor de €35 mil millones y el de las inversiones de España en Alemania, de €15 mil millones.

El número de empresas alemanas en España supera las 1,400 y son destacados los cruces de operaciones corporativas, de diverso tipo, entre compañías alemanas y compañías españolas como, por destacar algunas, Siemens y Gamesa, ACS y Hochtief o Acciona y Nordex.

La relación económica entre los dos países es muy buena.

A pesar de ello, esta relación ha sufrido, en el pasado, alguna fricción, de carácter menor.

Por ejemplo, Talgo tuvo problemas en Alemania para homologar sus trenes para cubrir el trayecto Berlín-Moscú -dada la negativa de las autoridades rusas a aceptar dicha homologación como reacción ante la posición de Alemania en el conflicto ucranio-, que solventó realizándola en Austria.

O, por citar otro caso, Santander tuvo que hacer frente a disputas legales en Alemania, sin éxito, por la utilización de su distintivo color rojo corporativo en un país en el que el rojo, en la industria de los servicios financieros, está muy identificado con las cajas de ahorro alemanas –Sparkassen-.

Con todo y con ello, la relación comercial y de negocios entre Alemania y España está en crecimiento, está muy integrada, tiene un volumen alto de inversiones y de adquisición de activos en ambos mercados y está en proceso de reequilibrio para salir del paradigma tradicional en el que Alemania proveía de mercancías a España y los alemanes venían a hacer turismo, especialmente, en verano, a España.

La percepción entre los gobiernos y entre los líderes empresariales de los dos países es que la conclusión y la salida de La Gran Recesión se ha realizado positivamente tanto en Alemania como en España y que ésta, dentro de las dificultades severas que planteó, ha sido “una experiencia de aprendizaje mutuo”.

Pareciera que los españoles aspiraran a ser -de hecho, en muchos países de Europa ya se ha creado esa reputación- “los alemanes del sur de Europa” y en Alemania, de hecho, se piensa, pasado lo peor de los últimos años, que “los españoles son gente de fiar”.

A pesar de ello, existen diferencias entre la visión que unos tienen de otros y de sí mismos porque, en España, se alberga una percepción demasiado positiva de Alemania, de lo alemán y de la bonanza y de la fortaleza económicas de Alemania.

Teniendo todas esas impresiones, básicamente, un sólido fundamento, Alemania, todavía hoy, sigue haciendo frente al proceso de reestructuración y de ajuste de sus dos mitades tras la reunificación de 1990 -cuyas diferencias en productividad siguen siendo de entre el 30% y el 40%- y que, en Alemania, se cree que es similar al que, desde su gobierno, dentro de la Unión Europea (UE), se exigió, en los años de la reciente crisis económica, a los países del sur de Europa.

Así fue, en realidad, cuando el entonces canciller Gerhard Schröeder lanzó en 2003 su programa de ajustes, de esfuerzos y de sacrificios económicos y sociales -la llamada Agenda 2010-, que institucionalizó medidas como la creación de los que hoy se conocen como mini-jobs, como la introducción del copago de la sanidad pública o como el ajuste del sistema de pensiones públicas del país.

La ironía de la historia frente a aquel esfuerzo transformador fue que, tras los resultados de las elecciones de 2005, el canciller Schröeder no pudo volver a formar gobierno y su sucesora, la canciller Angela Merkel, acabó por terminar de solidificar el consenso social necesario sobre los ajustes realizados -y el esfuerzo que quedaba por realizar- y que Alemania tanto necesitaba a comienzos del siglo XXI.

En el momento presente, sin embargo, España todavía tiene mucho que aprender del modelo alemán, si quiere tener un éxito completo en su salida de La Gran Recesión y no quedarse anclada en la ambición vana de conseguir recuperar la competitividad en los mercados sólo por la vía de la austeridad y de la contención salarial. Los populistas de todo tipo y de toda condición están al acecho para aprovecharse de estas circunstancias.

 

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