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Vectores del entorno geoestratégico (y II)

Vectores del entorno geoestratégico (y II)
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“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com

El mundo se caracteriza hoy por la existencia de una potencia global decadente -los Estados Unidos (EE.UU.)- y por la irrupción de una potencia global emergente -China-.

Sin embargo, la decadencia de la primera no se producirá de forma súbita y dramática. Llevará tiempo, aunque sólo sea por la mera dimensión de sus fuerzas armadas, de su economía, de sus empresas, de sus universidades, de su capacidad para la investigación y para el desarrollo tecnológicos o por su capacidad para generar patentes.

EE.UU. se debate entre el menor interés por Europa de su presidente, por un lado, y el apoyo robusto hacia el proyecto europeo, por otro lado, de la cadena de valor de la formulación y de la ejecución de la política exterior estadounidense. Siempre ha existido dentro de ésta un interés sincero y material por el éxito de la integración europea.

Por mucho que este interés esté siendo retado por Trump y algunos de sus aliados aislacionistas, hay un límite al daño que Trump pueda hacer a la relación transatlántica.

China, por su parte, decidió, en su ascenso, evitar un curso de colisión con los EE.UU.

China comenzó a ejercer su influencia a través de inversiones y de acuerdos comerciales estratégicos en el hemisferio sur, es decir, América Latina -que, para algunos, se ha convertido en el extremo Occidente del mundo: lejos de sus centros de poder, ausente, de hecho, del debate presente sobre su futuro y más pendiente de Asia-, el África subsahariana, y, por último, Asia oriental, el área de su influencia natural.

A conciencia, China está evitando las fricciones con los EE.UU.

La vieja Europa, de la que el Reino Unido dice querer desprenderse -aunque todavía está por ver si se produce, realmente, su salida de la Unión Europea (UE), una vez que empresas, bancos e individuos británicos se asomen al precipicio de lo que está por venir-, sigue siendo el referente mundial en democracia, en libertad y en valores.

Los EE.UU. y el Reino Unido, sociedades abiertas y economías capitalistas, por excelencia, apuestan hoy por refugiarse en sí mismas y por protegerse económicamente -después de haber sido los campeones del libre comercio, de las economías abiertas y de la globalización- a la vez que China, un régimen político autoritario y, nominalmente, comunista, defiende la aceleración de la globalización comercial y económica.

Las sociedades que han sido abiertas se cierran en sí mismas y las cerradas se abren, bajo control político severo, para conseguir sus fines. Los órdenes multilaterales sufren y surgen nuevos equilibrios regionales e, incluso, mundiales de carácter multipolar.

Lo cambiante sustituye a lo permanente, el análisis geopolítico se hace de forma regional -no, nacional- y se consolida un mundo de hombres fuertes -Trump, Putin, Xi Jinping o Erdogan, por citar algunos- más que, de instituciones fuertes.

Al mismo tiempo, en el mundo de los negocios, irónicamente, se vive un cambio de paradigma en los atributos deseados de los líderes empresariales y financieros, que transitan -en dirección contraria- hacia la humildad, la conectividad y la inclusión.

EE.UU. y Europa deben decidir qué espacio aceptan que Rusia ocupe en este entorno.

Rusia no tiene ambiciones de potencial global, pero sí, de tener asiento en la mesa de los grandes. Rusia, busca, como a lo largo de la historia, proteger sus dos intereses estratégicos vitales: su frontera occidental, entrada natural de las grandes amenazas a la supervivencia de la nación -como fueron Napoleón o Hitler-, y el acceso libre a mares cálidos durante todo el año. Esto último sólo es posible a través del Mar Negro y del Mediterráneo Oriental. De ahí, la importancia que tienen para Rusia sus bases militares en Crimea – Sebastopol, naval- y en Siria -Tartus, naval, y Hmeimin en Latakia, aérea-.

No ayudó en la búsqueda de dicho acomodo el que el presidente Putin oyera de boca del ex presidente Obama que Rusia era un “poder provincial” o el que la UE, torpemente, intentara cerrar un acuerdo comercial preferencial con Ucrania, sin tener en cuenta las suspicacias de Rusia, dada su percepción de que las promesas, hechas en los años 90, de que la OTAN nunca sería vecina de su frontera occidental, se incumplirán.

EE.UU. y Europa deberían desarrollar una visión sobre cómo relacionarse con Rusia mediante el entendimiento sincero de las necesidades de seguridad de ésta y con el objetivo de reducir riesgos, por ejemplo, en los países bálticos o en el Mediterráneo oriental, donde Rusia, desde el comienzo de su intervención militar en Siria, en 2015, ha vuelto -también, en Libia y en todo el Mediterráneo meridional- de forma destacada. Sobre Ucrania, por otra parte, no es esperable una visión compartida entre los EE.UU. y Europa y ni, tan siquiera, entre los países del norte y del sur de la UE.

El mundo se enfrenta a una situación en la que la gran potencia incumbente, los EE.UU. -que no quiere dejar de serlo y que clama por volver a ser grande de nuevo-, está en rumbo paulatino de decadencia y en la que la gran potencia emergente, China -que, todavía, no quiere serlo-, está evitando rozamientos con la anterior.

China es una civilización milenaria, que se ve a sí misma en el centro del mundo –zhongguo, es decir, el imperio del centro– y que reclama su sitio en el mundo.

Quizás, habría que empezar a hacérselo.

 

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