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El estado de la integración comercial de América Latina

El estado de la integración comercial de América Latina
Jorge Cachinero el

 

“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com

América Latina representa el 6% del Producto Interior Bruto (PIB), el 6% de la población y el 2% del comercio mundiales.

En América Latina existen posibilidades reales de una mayor integración comercial, si se acepta que ésta pueda llegar de forma discreta y sin declaraciones políticas solemnes.

Esta integración serviría no sólo para el intercambio intrarregional -y, por lo tanto, para afianzar el período, tímido todavía, de recuperación económica en América Latina, que se ha iniciado en 2017-, sino, además, para poder negociar en mejores condiciones los flujos comerciales entre la Región y el resto del mundo.

Lo contrario, es decir, la inexistencia de América Latina como potencia comercial integrada, tendría un coste de oportunidad alto para sus economías.

Actualmente, se estima que América Latina ha conseguido alcanzar un 80% de lo que podría considerarse como una zona económica integrada. El 20% que falta por incorporar es dependiente, por un lado, del entendimiento comercial entre México y Brasil y de la necesaria estandarización de la industria automotriz en la Región, por otro.

Las reglas de origen -los requisitos que cumplen productores o exportadores nacionales para que sus productos puedan ser considerados originarios y, por tanto, beneficiarios de rebajas arancelarias para, así, competir de mejor forma en los mercados de destino- están paralizando el funcionamiento en la práctica del libre comercio.

Por ello, es necesario estandarizar y armonizar las reglas de origen en los acuerdos comerciales entre países de América Latina y, también, entre países de la Región y terceros.

En el debate extemporáneo y falaz abierto por el presidente Trump sobre el funcionamiento del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) -o North American Free Trade Agreement (NAFTA), en inglés- entre Canadá, los Estados Unidos (EE.UU.) y México-, que ha conducido a la apertura de la renegociación o de la actualización del mismo, las reglas de origen no deberían ser utilizadas como subterfugios encubiertos para dificultar el flujo comercial en el norte de América, que, desde 1993, ha pasado de USD $290 billion a más de USD $1.1 trillion en 2016.

Por otra parte, el sur de América Latina necesita cerrar las negociaciones entre Mercosur –ArgentinaBrasilParaguay, Uruguay y Venezuela, con la membresía de ésta suspendida desde diciembre de 2016- y la Unión Europea (UE), dado que su importancia trasciende lo económico y lo comercial para proyectarse a lo político. Como repiten miembros de los gobiernos de aquellos países: “somos Mercosur céntricos”.

Lo que éstos esperan de la UE son “mensajes políticos y no centrarse en los aspectos particulares de las negociaciones comerciales”. Estos gobiernos desearían el que se aprovechara la novena conferencia ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC), a celebrar en Buenos Aires en diciembre, para hacer una declaración en favor del cierre de dicho acuerdo, sujeto a posteriores negociaciones sobre los detalles finales.

Además, América Latina debe abordar los problemas que plantean el estado de sus infraestructuras, que hipotecan el tejido de una malla logística regional eficiente, y, por ende, facilitadora de esa integración comercial ansiada, y sus gobiernos deberían asignar recursos adecuados para hacer posible la gestión de todo ese proceso.

La liberalización, la integración y la globalización comerciales están detrás del período de mayor prosperidad de la historia de América Latina.

Los gobiernos de sus países deben mantener el esfuerzo en el desarrollo y en la financiación de las necesarias políticas sociales que eviten la extensión de los problemas de inequidad que se están experimentando en otras geografías del mundo.

Es destacable lo mucho y bien hecho por parte de los gobiernos de América Latina para evitar el surgimiento del síndrome de los perdedores de este proceso.

Contrasta, en cualquier caso, con esta integración comercial creciente el bajísimo nivel de migración dentro de América Latina, si se compara con otras zonas del mundo, y los enormes problemas políticos y sociales que este fenómeno genera en la Región.

Sirva, a modo de ejemplo, y no es el único, el hecho de que la comunidad haitiana en Chile -10,000 personas en un país de 18 millones de habitantes- esté revolucionando el debate político y social dentro de este país.

Las personas, y con ellas, el conocimiento y el talento, no viajan con facilidad en América Latina, como refleja la dificultad de obtención de certificaciones profesionales o de convalidaciones de estudios.

Con ello, se cede fácilmente a los externos a Latinoamérica -personas y compañías- el rol de liderazgo en la socialización y en la difusión del conocimiento, de la tecnología, de la experiencia y de las buenas prácticas en el continente.

El realismo debe ser la brújula para este proceso de integración comercial.

Como repite el presidente de un país de la Región, “la unidad de América Latina sucederá desde la diversidad, es decir, con Mercosur y con la Alianza del Pacífico juntas”.

 

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