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Brexit o el fracaso de las clases dirigentes británicas

Brexit o el fracaso de las clases dirigentes británicas
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“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com

El pasado 29 de marzo el gobierno del Reino Unido entregó en mano, por medio de su embajador ante la Unión Europea (UE), Sir Tim Barrow, al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, la carta manuscrita de la primera ministra, Theresa May, en la que se informaba de su intención de abandonar la UE tras el resultado del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE celebrado el 23 de junio de 2016.

Esa carta activó los supuestos del Artículo 50 del Tratado de Lisboa y abrió el período formal de dos años de negociación entre el Reino Unido y la UE, al final de los cuales deben quedar definidos los términos y las condiciones de dicha separación y la forma en la que se estructurará la relación entre el Reino Unido y la UE en el futuro.

La convocatoria del referéndum, los argumentos utilizados y el papel desempeñado por muchos de los líderes políticos del país durante la campaña previa, la reacción del gobierno a sus resultados y las primeras manifestaciones y posiciones escritas del mismo sobre los objetivos a alcanzar durante el proceso de negociación con la UE son testamento de un gran fracaso de las clases dirigentes británicas.

Fracaso inexplicable dada la historia del Reino Unido y de la sofisticación de sus minorías dirigentes, tan conscientes de los perjuicios que acarrean la oclocracia o mob rule, como nos recuerda Miguel Otero, @miotei, Investigador Principal del Real Instituto Elcano, @rielcano.

Aquel referéndum fue una de las primeras manifestaciones del surgimiento de una nueva ola de populismo, plena de irracionalidad, emoción y demagogia -aun siendo muchas las razones materiales que la hayan justificado-, que estaría enfrentando, de acuerdo con David Goodhart, a los Somewheres -incapaces de imaginar su vida más allá de su comunidad local, conservadores y con menor educación- con los Anywheres -cosmopolitas, urbanos, socialmente abiertos, con educación universitaria y capaces de asentarse en casi cualquier lugar del mundo-.

Hasta el propio nombre dado por el gobierno británico al nuevo departamento encargado de pilotar este proceso de separación de la UE –Department for Exiting the European Union– recuerda al lenguaje de Monty Python.

Todo ha respondido a un ejercicio de improvisación monumental.

El gobierno británico no estaba preparado -y sigue transmitiendo dudas de que lo esté- para la complejidad y para la enormidad de una negociación como ésta.

En privado, algunos de sus miembros, a pesar de declaraciones públicas optimistas, reconocen la dificultad de llegar a un acuerdo, en dos años, que incluya una nueva asociación económica, comercial y de seguridad con la UE y admiten, cándidamente, que el gobierno británico no cuenta con planes de contingencia en caso de que aquél no sea posible o de que sus objetivos en la negociación no lleguasen a alcanzarse.

En este entorno de altísima volatilidad, los cisnes negros aparecen después de que otros cisnes negros se hubieran ya hecho presentes.

La apuesta de la primera ministra May por un Brexit duro -es decir, abandono del Reino Unido de la unión aduanera y del mercado único para que el país haga valer su soberanía jurídica, imponga una política muy restrictiva a la emigración y recupere competencias delegadas en tratados internacionales firmados por la UE-, que pretendía ser plebiscitada en las elecciones generales anticipadas del pasado 8 de junio, siempre que se hubiera obtenido una mayoría de más de 50 parlamentarios -el umbral que se estimaba necesario para calificar el resultado como una victoria– fracasó.

No es imaginable, por ejemplo, nada que no sea mantener el statu quo sobre las personas.

¿Qué futuro aguarda a los 300,000 británicos que viven en España? Muchos de ellos, por edad, hace tiempo que tomaron decisiones, sin vuelta atrás, sobre sus vidas y sus viviendas, allí y aquí. ¿Y a los más de 130,000 españoles que viven en el Reino Unido, sobre todo, en Londres? ¿Cambiarán los flujos del turismo británico a España, que alcanza los 18 millones de personas al año?

La comunidad de negocios inglesa, por otra parte, está expresando claramente su preocupación creciente por el futuro. Las páginas de Financial Times son un reflejo diario de ese sentimiento. En el caso de las relaciones comerciales entre el Reino Unido y España, $50 billions anuales estarían en juego por cualquier cambio del entorno operativo que las regula en estos momentos.

Es cierto que la UE, espoleada por estos acontecimientos, ha hecho más por su integración en los últimos doce meses que en los años anteriores y que europeístas sinceros creen que sería mejor una UE sin el Reino Unido.

Sin embargo, en alguna cancillería europea se reconoce que “the EU will be a plane that will fly lower and slower, and will not get as far without the UK”.

Todavía hay tiempo para corregir los errores encadenados desde la convocatoria del referéndum de junio de 2016. Quizás, la solución esté siendo ya preparada y, por ello, la primera ministra continúa, por el momento, al frente del gobierno sin que se haya producido, después del resultado electoral de junio, una maniobra contra su liderazgo.

Hará falta un sacrificial lamb cuando llegue el momento de dar un giro de 180º.

 

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