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El trilema diabólico que representa Corea del Norte

El trilema diabólico que representa Corea del Norte
Jorge Cachinero el

 

“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com

¿Resignarse? ¿Bombardear? ¿Negociar?

Estas son las opciones que evalúa el presidente de los Estados Unidos (EE.UU.) sobre la ruptura nuclear de la República Popular Democrática de Corea (RPDC), país definido en los EE.UU. como un “’failed’ State, with nuclear weapons and ruled by a cult dinasty”.

Resignarse a que la RPDC siga desarrollando el programa que la convirtió, en 2006, en la novena potencia nuclear del mundo obligaría a convivir con dos realidades.

Una, en términos cuantitativos, supondría el que la RPDC tuviera en 2020, en comparación con la docena que se le estima ahora, un arsenal máximo de 100 armas nucleares, es decir, la mitad de las que hoy posee el Reino Unido.

Otra, en términos cualitativos, supondría el que la RPDC miniaturizara dichas cabezas nucleares para proyectarlas, mediante el uso de misiles balísticos intercontinentales (ICBMs, por sus siglas en inglés), y pudiera impactar el territorio de los EE.UU.

Resignarse sería un “game changer” para los EE.UU. y sus aliados, que se verían arrastrados a una espiral armamentística para protegerse de esas dos eventualidades.

Este escenario sería también un “game changer” para China.

100 armas nucleares en manos de la RPDC cambiarían sustancialmente el entorno estratégico del nordeste de Asia y el de la propia China, considerada como facilitadora de la RPDC, ya que arrastraría a los chinos, igualmente, hacia dicha carrera inevitable por incrementar sus arsenales nucleares fruto de ese proceso de acción-reacción.

Bombardear la RPDC para intentar limitar o acabar con su capacidad nuclear o para descabezar el régimen políticamente no parece una alternativa realista que deba ser, ni tan siquiera, seriamente considerada.

A finales del siglo XX, estudios estadounidenses fijaron el coste de una guerra nuclear limitada a Corea: 1 millón de bajas y una crisis económica equivalente a $1 trillion. Sería una catástrofe para la península de Corea y, por extensión, para Japón.

Negociar parece ser el único curso de acción razonable, siempre que todos los actores involucrados piensen y actúen racionalmente y exista un claro entendimiento por todas las partes de cuáles pueden ser los beneficios para cada una de ellas.

La primera de estas dos premisas es suficientemente exigente por lo que conocemos públicamente de algunos de los protagonistas claves de este panorama tan complejo.

Un ejercicio de “diplomacia transaccional” o de “interlocución coercitiva” debería partir de la aceptación por parte de los EE.UU. de la desvinculación de la evolución, de horizonte incierto y lejano, de la economía y de la política de la RPDC -en otras palabras, de cualquier aspiración ansiosa de poner en marcha planes de “regime change” y acabar con el sistema de Kim Jong-un-, de la amenaza nuclear, urgente en sus plazos.

Una vez aceptada esta desvinculación entre la amenaza inminente -escalada o guerra nucleares en la península de Corea- y el reto del futuro -la transición de la RPDC hacia un régimen aceptable universalmente-, el argumento de la transacción diplomática pasaría por identificar cuáles podrían ser las bases aceptables de un acuerdo entre las partes mediante un uso, mayor o menor, de la coerción necesaria.

¿Sería suficiente para el régimen de la RPDC -a la vista de lo que le ocurrió a la Libia de Muamar el Gadafi, cuando entregó las armas de destrucción masiva que poseía- la promesa de que la actual dinastía familiar se mantendría en el poder?

El recuerdo de los derrocamientos de Saddam Hussein en Irak y del propio Gadafi -después de intervenciones militares estadounidenses e iniciadas por europeos y culminadas por estadounidenses, respectivamente, y guiadas por la filosofía del “regime change”- no ayuda a crear esa expectativa positiva hacia la negociación en la RPDC.

Además, sería previsible esperar el que la RPDC -una economía de $40 billions, es decir, 1/50 de la de Corea del Sur, rodeada de economías de trillions de dólares- exigiera promesas creíbles para que una posible integración en la economía mundial no llegue a cuestionar, en el largo plazo, la sostenibilidad política del régimen.

¿Sería suficiente para China el riesgo de que se subvierta el “statu quo” de la zona -bien por el hecho de que la RPDC se convierta en un jugador de 100 cabezas nucleares o bien por la amenaza hipotética de la desaparición de una RPDC bajo su tutela y como “colchón” fronterizo suyo- para que muestre interés por un acuerdo de estas características? Hasta el momento, no parece que China haya retorcido el brazo de la RPDC lo suficiente.

Por último, ¿sería aceptable para los EE.UU. que la RPDC congelara su programa de desarrollo nuclear, para mantenerlo con sólo un par de decenas de dispositivos, a cambio de que Kim Jon-un y el régimen que representa se mantuvieran en el poder?

¿Abandonará el presidente Trump sus llamados a la completa desnuclearización de la península de Corea? ¿Aceptará negociar en vez de bombardear o de resignarse?

El mundo aguarda estremecido.

 

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