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Nicaragua: de la dinastía de los Somoza a la de los Ortega

Nicaragua: de la dinastía de los Somoza a la de los Ortega
Jorge Cachinero el

“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com

El pasado 6 de noviembre se celebraron elecciones presidenciales en Nicaragua.

El presidente Daniel Ortega -reelegido con éxito- impidió que partidos de la oposición se presentaran a los comicios y que observadores internacionales garantizaran su limpieza.

Ambas decisiones sorprendieron, dado que, en las presidenciales de 2011, Ortega y el partido que dirige, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), habían obtenido, bajo observación internacional, el 63% de los votos y el 68% de los diputados.

Al actuar así, el presidente Ortega puso, aún más, si cabe, e innecesariamente, la naturaleza de su régimen en el punto de mira de los analistas internacionales.

A Nicaragua le ha costado disfrutar de regímenes democráticos plenos o de sistemas electorales fiables. La larga dictadura de la familia Somoza no ayudó a crear profundas raíces y tradiciones democráticas en el país durante el siglo XX.

Desde 1936, año, a partir del cual, la familia Somoza ejerció el poder en Nicaragua de forma dinástica, y, a partir de 1979, tras la revolución mediante la cual el FSLN le arrebató el poder, el monopolio legal del uso de la fuerza siempre ha estado privatizado.

En el caso de Ortega, éste ha impedido el funcionamiento del sistema electoral con plenas garantías, ha terminado, en la práctica, con la división de poderes y las llamadas fuerzas orteguistas han ejercido de forma patrimonialista el uso de la fuerza.

Daniel Ortega, en definitiva, ha ejercido el poder, de una forma u otra, en Nicaragua desde la revolución de 1979 hasta 1990 y desde 2007 hasta ahora.

Su éxito se debe a toda una serie de razones: unas, más obvias; y otras, no tanto.

Por una parte, la economía ha funcionado razonablemente bien en los últimos diez años, aunque, ciertamente, no, a un ritmo mayor al que crecía anteriormente.

Se ha conseguido, también, reducir -del 52% al 39% del total de la población- los niveles de pobreza en el país durante los mandatos de Ortega.

Si bien, dicha reducción -hasta un 90% de la misma- se debe al efecto combinado de la llegada de las remesas de los nicaragüenses que habitan en el exterior -un 15% del Producto Interior Bruto (PIB) del país- y del crecimiento del consumo interno -un 2% por encima del de la propia economía nacional-.

Al desarrollo económico también ha contribuido la cooperación petrolera con Venezuela -por un valor equivalente entre el 5% y el 7% del PIB de Nicaragua-, que le ha permitido a Ortega expandir el gasto social dirigido a los sectores más humildes del país, convertirse en un gran inversor en Latinoamérica -hasta llegar a adquirir activos por valor entre $2 y $2.5 billones líquidos- y rechazar la cooperación con la Unión Europea.

Además, Ortega supo apropiarse del liderazgo del sandinismo y personalizar, así, y aprovecharse políticamente de la extensión de derechos civiles que la revolución liderada por aquel movimiento trajo para los ciudadanos después de décadas de gobiernos autoritarios somocistas.

Por último, Ortega ha sabido establecer alianzas con las élites económicas del país, con la iglesia católica -Ortega se atrevió a prohibir el aborto terapéutico, aprobado en Nicaragua en 1835, justo después de la independencia del país- y con los Estados Unidos (EE.UU.).

Con EE.UU., específicamente, Ortega ha llegado a un entendimiento similar al que dio sustento a los Somoza durante los años de la Guerra Fría, por mor del rol que éstos desempeñaban para hacer frente a la extensión del comunismo en Centroamérica.

En el momento presente, el interés de los EE.UU. por mantenerse cerca de Nicaragua tiene, en cambio, como razón de ser problemas de seguridad regionales como la lucha contra el narco, la migración hacia el norte del continente o el crimen organizado.

A contrario sensu, EE.UU. no quiere arriesgarse a que Nicaragua se acerque al “Triángulo del Norte” -El Salvador, Guatemala y Honduras-, que es un territorio plagado de maras, de narco y de crimen organizado.

Las incertidumbres, por el contrario, que más preocupan a Ortega en el momento presente, por el riesgo de que puedan desestabilizar sus fuentes de poder doméstico, son la evolución de la situación política de Venezuela, la descomposición del “boom sincronizado” de las materias primas exportables de Nicaragua -oro, carne, maní y lácteos-, que tanto han fundamentado el éxito de sus política económica y social, y cualquier cambio en la política exterior de los EE.UU. de la mano del gobierno Trump.

Nadie debería, por tanto, dejarse engañar por la pertenencia de Nicaragua a la Alianza Bolivariana de los Pueblos de nuestra América (ALBA). Ésta es sólo de carácter retórico para Ortega.

La realidad es que los actos públicos del presidente Daniel Ortega en Nicaragua, en cambio, terminan siempre con invocaciones públicas de agradecimiento “a Dios, al Comandante y a su esposa Rosario”. Toda una declaración política y de intenciones futuras.

 

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