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Occidente y Rusia: ¿’Guerra Fría’, ‘Paz Fría’ o ninguna de las anteriores?

Occidente y Rusia: ¿’Guerra Fría’, ‘Paz Fría’ o ninguna de las anteriores?
Jorge Cachinero el

“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com

 

La retórica hostil mutua entre Occidente y Rusia durante los últimos años, el que los Estados Unidos (EE.UU.) y Rusia se vean a sí mismos como rivales estratégicos y el hecho de que ambos estén realizando movimientos “disuasorios” han reabierto el debate sobre si el mundo está en vísperas de adentrarse en una nueva versión de la pretérita “Guerra Fría”.

 

La analogía es cuestionable, aunque sólo sea por la obviedad del resultado de comparar la simpleza, la racionalidad y la predictibilidad del periodo histórico posterior al final de la II Guerra Mundial con la complejidad, la emotividad y la incertidumbre del final de la segunda década del siglo XXI.

 

Efectivamente, Occidente y Rusia ya no representan dos modelos de sociedad distintos en competencia y enfrentados. En lo ideológico, el debate ni se plantea.

 

El fracaso del modelo comunista de sociedad y, con él, el fin de la “Guerra Fría” consagraron el advenimiento global del sistema político democrático y liberal y de la economía de mercado, con todos sus matices, correcciones y excepciones, y, por lo tanto, el fin de la historia como evolución dialéctica y contrapuesta de modelos sociales antinómicos.

 

Es cierto que Rusia no ha culminado el proceso de transición hacia un sistema democrático pleno y hacia una economía de mercado efectivamente abierta y competitiva. Tampoco, como corolario a los vicios emanados durante los años de ‘La Gran Recesión’, el sistema democrático occidental está exento de defectos, que, en gran parte, están en la raíz de los retos políticos y económicos del momento presente.

 

Además, EE.UU. y Rusia no son dos grandes potencias competiendo por el liderazgo mundial, como sí lo fueron, durante décadas, EE.UU. y la extinta Unión Soviética.

 

La asimetría de poder -económico o militar- entre ambas es notable. EE.UU. sigue pugnando por mantener, en el largo plazo, su carácter de potencia imperial, mientras que Rusia aspira a consolidarse como una potencia regional euroasiática, defensora de sus intereses, incluyendo sus pulsiones geoestratégicas primarias -acceso a mares cálidos durante todo el año y protección de su frontera occidental-, y con asiento y con voz en los foros de decisión mundiales.

 

Finalmente, el mundo de hoy ha tejido una telaraña densa y de calidad de instituciones internacionales inclusivas, aunque algunos quieran cuestionarlas, que facilita la estabilidad de las relaciones desde Alaska a Vladivostok, a través del Atlántico, Europa y Asia, y vuelta.

 

La expresión de “Paz Fría” es, también, insuficiente para reflejar el estado de cosas actual.

 

La nueva normalidad que parece imponerse es la expectativa más prudente y realista que podría esperarse. Una estrategia sostenida de “wait and see” -en la que la realidad siempre sea mucho menos dura que la retórica usada para definir el estado de las relaciones políticas, diplomáticas y de seguridad-, que favorezca, por ejemplo, de acuerdo con la visión de Federica Mogherini, Alta Representante de la Unión Europea (UE) para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, un proceso de “selective engagement”, que, idealmente, debería ser progresivo e incremental.

 

Sin embargo, es la política en los EE.UU. y en la UE la que genera más incertidumbres para hacer posible ese necesario reencuentro entre Occidente y Rusia.

 

Por un lado, es, todavía, difícil adivinar qué papel, si, alguno, va a jugar el “factor Trump” en todo este proceso. ¿Será el presidente Trump capaz de reconducir las relaciones entre los EE.UU. y Rusia? y, si así fuera, ¿ayudará a reconducir éstas, en condiciones ideales para ambas partes, sólo con un gran acuerdo o, en cambio, necesitará de un periodo más dilatado de restablecimiento de la confianza mutua entre las partes? O, finalmente, ¿cuáles serían los efectos de la frustración de cualquier intento fallido de acercamiento pueda generar para dicha relación en el futuro?

 

Y, sobre todas estas preguntas, sobrevuela la más delicada de todas ellas: ¿sobrevivirá el presidente Trump a la presión política a la que se está viendo sometido, en el caso de que se hubieran producido comportamientos indebidos en su relación, y la de su equipo más cercano, con Rusia? No parece que una salva de misiles tomahawks sobre Siria sea la respuesta que vaya a dejar cerrado el debate que suscita esta pregunta.

 

Por otro lado, la UE tiene que sopesar muy cuidadosamente su política hacia Rusia porque, en el caso de una reorientación llevada adelante con éxito entre los EE.UU. y Rusia, podría correr el riesgo de no ser un jugador crítico en este proceso, si no sabe proteger su rol estratégico entre ambas y, por lo tanto, su capacidad de influencia.

 

El Brexit, el resultado de las elecciones presidenciales en Francia, la creciente complejidad de la relación de la UE con Turquía o un menor interés -por lo menos, así formulado, inicialmente, por el presidente Trump- de los EE.UU. por una Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) como la hemos conocido hasta ahora no ayudarían a la UE a cumplir esa ambición.

 

Los optimistas creen que la situación de las relaciones entre Occidente y Rusia es ahora más estable que en 2014. “El paciente está en recuperación y la prognosis es predecible”, dicen. Sin embargo, las sorpresas no deben descartarse.

 

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