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¿Tiene la Unión Europea una ‘Hoja de Ruta’?

¿Tiene la Unión Europea una ‘Hoja de Ruta’?
Jorge Cachinero el

“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com

 

Tras el terremoto que supuso el resultado del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea (UE), veintisiete jefes de Estado o de gobierno de la UE, sin la presencia del Reino Unido, celebraron, el 16 de septiembre de 2016, una cumbre informal en Bratislava para realizar un “diagnóstico del estado (…) de la UE y discutir su futuro en común”.

 

La reunión se celebró con una sensación de urgencia por parte de los líderes europeos para hacer frente a los retos y a las amenazas que habían provocado la sacudida del Reino Unido y ante el temor de sus posibles réplicas en el continente a lo largo de 2017.

 

Se imponía el “debemos hacer algo y rápidamente” si se quería salvar el proyecto europeo del impacto del anuncio del Reino Unido y de los posibles riesgos de la extensión del populismo al resto de los principales países de la UE -Francia, Países Bajos, en este caso, no cumplidos, al menos, por el momento, o Alemania-, que han hecho o harán frente en 2017 a procesos electorales.

 

No parece que, pasados algunos meses desde su celebración, el objetivo fundamental de aquella cumbre informal de Bratislava -la definición de una Hoja de Ruta– esté siendo alcanzado.

 

En cuanto al diagnóstico, más allá de las declaraciones de reiteración del compromiso colectivo con el proyecto europeo, del deseo de llevarlo hacia delante con éxito y de la obligación de sobreponerse a “los asuntos en los que estamos divididos”, los participantes de la cumbre de Bratislava fueron conscientes de que éste no es un tiempo de palabras sino, de “soluciones” y de “cumplimiento de las promesas” hechas a los ciudadanos.

 

Éstas son exigencias importantes. Su incumplimiento no hará más que agravar el distanciamiento y el cinismo de los ciudadanos hacia sus líderes políticos.

 

En relación con la Hoja de Ruta, la cumbre identificó, correctamente, las tres áreas en las que los ciudadanos europeos están esperando esas soluciones concretas a los retos presentes: migración, terrorismo y seguridad e “inseguridad” económica y social.

 

Sobre el problema migratorio y la necesidad de proteger las fronteras europeas, la UE manifestó en Bratislava la voluntad de imponer cierto orden en dicho flujo migratorio mediante el control de dichas corrientes, haciendo efectivas las fronteras externas de la UE y compartiendo, responsable y solidariamente, entre los socios de la UE las obligaciones y las cargas derivadas del fenómeno.

 

Sobre los retos de seguridad que tanto han conmovido y atemorizado a los ciudadanos europeos después de los atentados terroristas de los dos últimos años, la UE señaló en Bratislava la lucha contra el terrorismo como una de sus prioridades, para la que la combinación de criterios, de políticas, de sistemas y de procesos lealmente compartidos y coordinados sobre inteligencia, seguridad, defensa y justicia es imprescindible.

 

Finalmente, la cumbre de Bratislava abordó la necesidad de crear un futuro prometedor de desarrollo económico y social para los ciudadanos de la UE, y, muy especialmente, para los jóvenes, porque, si no, el sentimiento de ruptura del contrato social nacido tras la finalización de la II Guerra Mundial -un futuro mejor para nuestros hijos a cambio de educación, de ética hacia el trabajo y de integridad en los comportamientos- terminará por convertirse en el mejor propagador del populismo en el continente hasta que, finalmente, acabe por quebrar el proyecto europeo.

 

Desgraciadamente, ninguna de las señales, meses después de Bratislava, es muy positiva.

 

Continúan dentro de la UE las cuatro crisis que la han traído hasta la situación en la que hoy se encuentra: la crisis de confianza entre los líderes europeos -las reuniones del Consejo se han convertido en territorio de confrontación entre los líderes europeos, que han adoptado una mentalidad de suma cero-, la crisis de confianza entre los ciudadanos -alimentada por sus propios gobernantes-, la extensión entre los líderes europeos del sentimiento de que es mejor gobernar la UE sin reglas y, por último, la progresiva “nacionalización” de las políticas porque ha dejado de importar la visión de conjunto.

 

En definitiva, la situación institucional de la UE es muy difícil.

 

Algunos países grandes parecen haberle perdido el respeto a la arquitectura institucional de la UE -a lo que, también, ha ayudado la debilidad del Parlamento y la asunción por parte del Consejo de un papel determinante en todas las decisiones importantes, en ocasiones, sin criterio o información suficientes- y que sólo estuvieran preocupados por tomar posiciones adicionales de poder y copar puestos en anticipación de la salida del Reino Unido de la UE.

 

Los problemas acuciantes de la UE siguen esperando soluciones y promesas cumplidas.

 

Falta liderazgo, los partidos tradicionales están en crisis, persisten los tres graves retos identificados en Bratislava -migración, seguridad y desarrollo económico y social- y la Europa del Sur se entretiene con reuniones, sin ninguna sustancia, ni razón, dado que éste es un concepto inexistente políticamente dentro de la UE.

 

La realidad es que todo se aplaza en Europa a la espera del resultado de las elecciones en Francia y en Alemania. Estos no son tiempos para estar esperando.

 

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