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Ubérrimos II (los conductores)

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Hoy es noticia la renuncia del fundador de Uber, Travis Kalanick, por cuestiones y polémicas personales y corporativas, entre las cuales no se menciona una que nos interesa especialmente a raíz de las recientes protestas en el sector del taxi español: la relación de Uber con sus conductores.
Como una bendición cae aquí un artículo muy reciente de Carla Green en el Guardian. Es revelador porque presenta testimonios de conductores de Uber en Los Ángeles que confiesan dormir en sus coches. Parecía una leyenda urbana, pero es real. Da incluso el dato de unos dos mil en la ciudad.
A menudo se comenta el buen funcionamiento y desarrollo de la aplicación en Estados Unidos, pero esto introduce la parte oscura del asunto.
La política de precios agresivos hace que, descontado el combustible, en ocasiones el salario sea inferior al mínimo por hora. “Uber slave”, se confiesa una conductora. Esclava.
Pero lo interesante va más allá de la cruel anécdota personal. Hay dos aspectos que casi gritan sus conclusiones.
Uno es la inversión en el vehículo. Los conductores se hipotecan para adquirirlo, pero su riesgo es tan alto que esos créditos han sido calificados como productos similares a las hipotecas subprime. No extraña que algunos hayan tenido que renunciar al hogar y vivir en el coche. O conducir, conducir, conducir porque el descanso no se lo pueden permitir. O propiedad o vivienda. Endeudarse para trabajar. O la versión más oscura del “emprendimiento”.
Este retorno a las formas más agónicas del capitalismo en su última crisis, sin embargo, no es lo más interesante. Lo que abre los ojos es un rasgo de los conductores de Uber, un rasgo propio: su condición de figura de transición tecnológica.
Si el otro día hablábamos de los taxistas como sector fundamental, aquí podemos hablar de los conductores de Uber como algo igual de simbólico. Pero algo, y es importante tenerlo claro, distinto.
Uber no se preocupa mucho de sus conductores. La razón, según deja adivinar el artículo, está en que sus esfuerzos van hacia la robotización del vehículo. Coches automáticos, sin conductor humano. Es precisamente esta promesa tecnológica la que da más valor a sus acciones. Es lo que se espera.
¿Qué hacen mientras los conductores de Uber?
Son un ejército laboral de transición, algo entre el trabajador antiguo y el robot, un “coste” temporal. Una forma laboral en extinción con problemas antiguos como el salario (esa cosa humana), el riesgo, las agresiones nocturnas, la salud, la necesidad de descanso, etc…
Uber planifica un futuro sin ellos, pero utiliza mientras técnicas para aumentar su eficiencia hacia estándares mecánicos. Entre el txista y el robot, aparece la lejana figura del conductor uber. Es curioso: usan técnicas de videojuegos para estimular a los conductores con “premios” simbólicos, y los monitorizan con el smartphone. Están controlados, localizables. No el vehículo, ellos.
Los conductores Uber presentan, pues, rasgos llamativos entre el trabajador precario, el emprendedor sin cobertura alguna y el robot que viene. Son como un híbrido de todos ellos. El paso a otra cosa, los últimos trabajadores de un sector.
Por eso, entre el taxista de toda la vida y el de Uber hay algo más que un traje negro.
(Signo de nuestro tiempo es, por cierto, que Kalanick haya tenido más problemas por sospechas de “sexismo” que de “esclavismo”)
(Dejo aquí el enlace del estupendo artículo del The Guardian: https://www.theguardian.com/us-news/2017/jun/17/uber-drivers-homeless-assault-travis-kalanick )

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