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Sergio Ramos

hughes el

Post futbolero, aviso.
El Sergio Ramos del Sevilla y de sus inicios en el Madrid me parecía el proyecto del mejor defensa posible. Luego dejó de gustarme tanto y hubo un tiempo en que me aburría. Después se mezcló el asunto político-mourinhista y se convirtió en chivo expiatorio o en materia de cante y palma para sus palmeros, según posturas.
Me gusta Ramos, pero por edad fui de Hierro, y en Hierro me quedé. Como Fernando Hierro no he visto otro defensa.
Pero lo que está haciendo estos meses es asombroso. Para empezar, redimensiona la Historia del Madrid (en mayúsculas, sí). Las Remontadas, que eran como unas Termópilas que habíamos visto u oído muy de niños, de las que había imágenes, y que se convirtieron en la épica más cercana, quedan convertidas por comparación en unas gestas menores al lado de lo que él está protagonizando.
Frente a la perfección futbolística de los 50, Di Stéfano y compañía, que venían a ser lo clásico y la representación lejana y quintaesenciada del modelo de señorío (angelical en esas camisetas) bajo el manto de la superioridad absoluta y del paternalismo presidencial, estas remontadas eran algo más cercano y vivo, ya colorido, con monstruos y rivales extranjeros como el Videoton que abatían unos héroes bajitos, españoles, muy simpáticos. Entre el complejo y la reafirmación. Los Camacho, Santillana o Juanito venían a ser la bravura, la casta que tenían los García, pero ochentera, televisiva, más espectacular. Sí, eran unos García espectaculares, y una bravura indómita, desatada y corta que tenía mucho del demarraje de Perico Delgado por aquellos años. En algo se parecía la Remontada madridista a la personal remontada que hacía Perico, que incluso la fingía. Su éxito consistía en descolgarse o sufrir para luego renacer. Era el secreto de nuestro enamoramiento con Perico.
Y ese Madrid tenía mucho de su demarraje. Un ciclo parecido: expectativa-hundimiento-pérdida-llanto-renacimiento-rabia-gloria.
El demarraje era como un ataque de espasmos ciclistas cuando ya se le daba por muerto, un baile de San Vito. Escapaba de la muerte deportiva así, como saliéndose de la cripta a pedaladas.
Eran deportistas-artistas por los que se padecía.
Las remontadas eran emoción pura y Ramos reactualiza el mismo esquema. Rescata al Madrid en la liana tarzanesca de sus saltos. En el último minuto, a lo Indiana Jones, de manera inapelable, incontestable.

En las Remontadas de los 80 había rebelión contra el destino de la derrota. Esa rebelion contra el sino era heroica. Y en eso está Ramos.

Ha ganado con sus remates Copas de Europa, Supercopa y Mundialito, el ciclo completo, silenciando los campos donde más sufría el Madrid: Barcelona y Munich.

A Camacho y compañía siempre les preguntan por el secreto de las remontadas. Ramos lo conoce. La remontada quedó recogida en una imagen: Juanito abandonando el campo dando saltos, loco de contento.
Esa pasión la hereda Ramos. Andaluz, flamenco de vestuario, taurino de afición. Él tiene el nervio, el ingrediente racial. Y lo que era talento para la frase en Juanito, en él es esa especie de genial absurdez de sus lapsus de Twitter.
¿Ha intentado ya el AS una conversación interdimensiones entre Juanito y Ramos? ¿No sería el canon verdadero del madridismo?
Ramos es heredero directo de Juanito. Es lo más parecido al “pronto” del malagueño, que en Ramos toma forma de lapsus defensivo o remate salvador, polos curroromerescos bien marcados. Cantada o rescate.
En sus saltos están los saltos de felicidad de Juanito, y los saltos potentosos y estratégicos de Santillana.
La españolidad de Ramos arrastra referencias futbolísticas de los años 70 y 80, un poco perdidas. Las reactualiza. Ojalá se dejara un bigote al estilo de la época.
Ramos recupera además la energía del central de siempre, de un Benito tremebundo, pero blanqueada, convertida en talento ofensivo de recurso.
Ramos está marcando constantemente el gol de Maceda ante Alemania, o el gol de Puyol en el Mundial, o el gol de Hierro frente a Dinamarca (la clasificación mundialista).
El cabezazo del central lo convierte en pauta. Esto es una genialidad que lo pone al nivel de los más grandes defensores de la historia, porque ha convertido en recurso una casualidad, ha normalizado la proeza.
Ha regularizado la irrupción decisiva del central en los momentos decisivos. Ha creado por repetición la figura del zaguero providencial.
Tomemos por ejemplo al Barça, el rival. Hay un gol de Bakero, un gol de Iniesta, un gol de Amor, y un gol de Koeman.
Pero es que Ramos tiene media docena ya.
El Manchester United ganó al Bayern una final (Camp Nou) de córner y al final. Ramos lleva ya unas pocas él solo.
Porque sus goles además suelen ser de rescate. Salva al Madrid o decide el partido justo antes del final. Con eso, está fortaleciendo la idea de equipo invulnerable. El impacto mental de eso es incalculable.
El Florentinismo rescató los 50, y Ramos rescata él solo los 80.
Ramos está forzando la zona cesarini, y la duración de los partidos madridistas, está eternizando el “molto longos” como hiciera Juanito, fortaleciendo la sensación de que el Madrid no puede perder (no me gusta nada la expresión, pero es “moltolonguismo”).
Es eso: Ramos es heredero y continuador de su “moltolongos”.
Por ser habitante de una maravillosa inopia, tan candoroso en sus miradas al cielo cuando suenan los himnos, Ramos aún lo cree. Fue el único que siguió creyéndolo.
Ramos es algo maravilloso. Es la Realidad respondiendo al Clavo Ardiendo, al (admirado) roncerismo, a la santería psicomerengona.
¡Es la repanocha del madridismo castizo y del madridismo como religión!
Entre las Remontadas ochenteras y Ramos hay un eslabon claro. Se trata del Madrid del segundo Capello. La Liga del Tamudazo y de las remontadas. Esa era doble: el Madrid venía desde atrás y además le daba la vuelta a los partidos.
Es el gran antecedente del efecto Ramos. Y no es casualidad. Él formó parte de ese equipo y ya cerró un empate (3-3) con remate en el Camp Nou.
Ramos le ha dado a este Madrid del enésimo florentinismo, un toque aleatorio, indómito y racial que enloquece al aficionado y reestablece la fe en la providencia madridista.
Ramos, seductor de misses, se ha ligado a la Providencia.
Con Ramos, el florentinismo es presidencialismo providencialista.
Es la baraka blanka. El Madrid otra vez como club elegido.
¿Y dónde se buscaba la providencia hasta ahora? En la cantera. Por eso todo Portillo, Morales, Dani, Morata viene con un gol así. Allí se moja la flor, en el tintero de La Fábrica.
Ramos es una explosión de referencias madridistas. Un loop merengón. Medio siglo de una peña explotando en gifs.

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