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El corrillo

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El Día de la Hispanidad es bastante raro. Se vive de forma muy desigual. Desde quien se va al desfile con la bandera de España hasta quien se va a trabajar, como los funcionarios nacionalistas catalanes (este sintagma no es cualquier cosa), que ya hay que tener odio.
Para alguien zaragozano que se llame (o aspire a llamarse) Pilar, con gran sentimiento patriótico y familia americana, el día es extraordinario. Para la mayoría es un Viernes Santo sin bacalao. En muchos se detecta una gran impostación. Un querer sentirlo, sentirlo mucho, pero darse cuenta de que tampoco los actos ayudan mucho.
El 12-O es excesivamente oficial, abstracto, institucional, pero de un modo esencial. Es de una hispanidad muy metida hacia dentro. Una hispanidad ombliguera. Vamos, españolidad. Echo de menos más aventura, fantasía, más relato del descubrimiento: héroes, epopeya, el equivalente a los del Mayflower, o del Western. La reproducción de la sensación (que se revive siempre) de llegar a América. Más variedades de lo americano, más América en nosotros. El cine se ha ocupado poco. Lo primero que viene a la mente es el “Cristobal Colón, de oficio descubridor” de Andrés Pajares. Creo que Puigcorbé hizo algo. Pero el cine no ha narrado mucho ese asunto. En la literatura hay cosas, ¿pero quién lee?
Ese componente indiano, sensual, aventurero de la conquista, seductor, a mí siempre me falta en este día de tanta solemnidad.
Pero vayamos al día en sí…

Más que una exhibición del ejército, el 12 de octubre en Madrid regala una exhibición de otra cosa. Cada vez es menos abundante el ejército, y más testimonial, y más llamativo lo de al lado. Ese conjunto de personalidades políticas y orgánicas.
No desfila el ejército tanto como comparece el Consenso (menguado ahora)
El día de hoy ha deparado una foto perfecta: Susana Díaz saludando con cierto regalo a Mariano Rajoy, con la presencia cercana y estabilizadora de Rivera -algo vigilante-, y la sonrisa tierna, protectora, auspiciadora de Rafael Hernando. El ambiente general era propiciador, pero nunca como este año, tan raquítico, se ha visto que están los que son.
Luego, generalmente, este Consenso se dispersa y articula en corrillos, que no son sino cenáculos o almuerzos erectos, puestos de pie. Nunca, como en esta fiesta, el corrillo me parece tan institucional, tan parte del todo, como capilares de murmuración que irrigan un ente completo que también comparece oficioso. A través de los corrillos, esto se dispersa, se hace informal, alevoso y se disuelve en lo social. ¡Pero esta estructura hay que tenerla en cuenta! Los corrillos participan, en pequeño, de la voluntad consensuadora general, son su traslación a encuentros cuasialeatorios de personas. Igual que todos los invitados a la boda india de Paz Padilla, algunos sin conocerse, participaban de un embriagador espíritu común.
Igual que el ejército desfila en agrupaciones, el Consenso lo hace en corrillos.
Pero una cosa ha de recalcarse: el corrillo no es conspirador, es consensuador.
Fuera de este importante día, sólo María Teresa Campos, en su inolvidable sección del mismo nombre, ha reconocido la importancia del “corrillo”, que, yo creo, en fútbol se corresponde casi perfectamente con el rondo cruyffiano. Pero estos ya son otros temas.

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