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El vacío del 11S

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A una hora y media en tren de Nueva York, Hudson arriba, se encuentra el Museo Beacon, una antigua fábrica destinada a la exhibición de arte moderno. Hay obras de Serra, Flavin… y una, muy determinada, que al espectador le lleva a recordar el memorial del 11S.
La obra se llama “North, East, South, West” (un detalle aparece en la foto) y consiste en cuatro grandes oquedades, cuatro formas enormes excavadas en el suelo.
Su autor es Michael Heizer, uno de los pioneros del land-art. En lugar de esculpir, mueve la tierra en obras gigantescas. Es famosa su “Double Negative” en la que crea un enorme vacío en el desierto sobre el vacío previo de un cañón natural.
Pero la obra en el Beacon es especial. Primero, está “interiorizada” en el museo y pierde su efecto natural, tampoco se permite al visitante meterse dentro, explorar el vacío -lo que sí ocurre con las de Richard Serra-. Pero, sobre todo, puede que sean el antecedente directo de las dos “fuentes” del Memorial del 11S, del arquitecto Michael Arad. La relación de las obras parece inequívoca. En el caso del memorial, el agua introduce en los “cubos” una tranquilizadora idea de perpetuidad, de eternidad, y el entorno debilita un poco sus resonancias, digamos, metafísicas. A cambio, claro, surge el dolor.
Que la obra de Heizer sea inspiradora del recuerdo a las víctimas del 11S es significativo. Porque para empezar es antipomposo, antiescultórico, como si decidiera abandonar toda la retórica europea anterior. Es muy americano. Es colosal, natural, impresionante, con nuevas proporciones.
Frente a la alternativa de unas nuevas torres -eso sería muy trumpiano…-, o la artística configuración de alguna forma incomprensible, el vacío (espacio negativo) de Heizer es adecuado. Resalta lo que no está y genera desasosiego. Resulta amenazante, y literalmente atractivo -dan ganas de meterse dentro-, y mantiene la herida abierta, presente.
Si en el “Double Negative” de Heizer, su obra más famosa, se combinan dos “espacios negativos”: el que crea el artista sobre el que ya ha creado la naturaleza; el memorial 9/11 cita esos dos espacios negativos: el del monumento sobre el que han creado los terroristas.
De algún modo -y las consecuencias de ello parecen escandalosas y emocionantes- el memorial “respeta” el resultado del terrorismo. Es otro “negativo doble”. No lo borra, no lo reconstruye, no lo elimina. Lo deja como una acción indeseada sobre la que se añade la cicatriz de los muertos y su vacío.
El vacío del 11S no se ocultó, ni cubrió, ni se adecentó, sino que se hizo espacio citando una forma artística radical, y además muy americana. Reflexiva, terrena, material, introvertida, aborigen y casi apocalíptica, ajena. Muy difícil de destruir, tan solo con la paradoja de su sellado. También, en cierto modo, una vulnerabilidad.
Pese a las críticas recibidas por Arad en su momento, la profundidad de ideas, la emoción y la voluntad de perpetuación tienen poco que ver con lo del 11S madrileño.

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