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La renuncia a la violencia

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La expresión, muy repetida, de “renuncia a la violencia” tiene algo escandaloso. No se habla de no-violencia, sino de renuncia a ella; algo que tiene dos partes. Una es el abandono voluntario (de las armas), netamente positivo, pero también hay otra segunda parte que queda flotando en la palabra (porque no se dice), una segunda parte que está en el simple significado de la palabra: “Abandono voluntario de algo que se posee o a lo que se tiene derecho”.
La violencia sigue ahí. Está. Como algo a lo que se renuncia, como posibilidad.
Es decir, que en la renuncia a la violencia sigue habiendo violencia.
La crispada visión del mundo tampoco cambia. Los flujos, direcciones o flechas de culpabilidad, inocencia, poder o legitimidad de los actores permanecen intactos.
Se renuncia a la violencia más por su inutilidad que por principios.
La no-violencia, que en realidad es solo renuncia a ella, aparece como elemento relegitimidador, como nuevo atributo, como ventaja.
Es un intercambio con ganancia: renuncio a mi derecho a la violencia, a cambio de la ventaja de este nuevo atributo mártir-pacifista.
La violencia es vista por Otegi y los suyos como un episodio más en la historia de un proceso. Un instante de un movimiento. Un instante necesario, que no pudo haber sido de otro modo. Porque al no condenarse se entiende como algo por lo que se tuvo que pasar. Por esto es importante la visión retrospectiva, su juicio. La violencia no es visto como error o crimen, sino como un episodio, una fase, quizás rabiosamente juvenil, de un movimiento de liberación, de emancipación.
Esto tiene que ver con una visión del mundo y de las ideologías que no puede sorprendernos en el año 2016. La idea de voladura, de la explosión, es casi consustancial a lo revolucionario. El terrorismo es parte de un proceso, un sarpullido, una agitación hormonal del mismo. De hecho, aunque se condene con horror, en el sistema de ideas actuales el terrorismo se comprende, se entiende en un sentido estricto, y se tolera. Porque está puesto al servicio de un movimiento de progreso, de avance libertador.
No pasa igual con el terrorismo islamista, por ejemplo, que se entiende como una involución.
Por eso, con el terrorismo islamista, o con el de signo reaccionario, no se admite la fase siguiente.
Con este tipo de terrorismo no se hace la operación de negociación.
El terrorismo de liberación, de izquierdas, y desde luego este terrorismo español radical, se acaba viendo como una operación de completa redención. Hay víctimas, y el propio terrorista ofrece su vida, pero pagadas las penas, resarcidas penalmente (más o menos), u operado un proceso de expiación, lo que sale es como la crisálida social: florece un nuevo estado mejorado, una Paz mejorada que incluye a los contrarios y que se juzga claramente como un avance histórico.
Eso es lo que se defiende con lo de Otegi. Y la terminología religiosa es inevitable.
Esta operación de entendimiento, instrumentalización y comprensión de la violencia se realiza con la violencia de extrema izquierda, porque está al servicio de una dirección, de un avance de “progreso histórico”. Jamás con el terrorismo “involucionista”.
La pregunta sería: ¿hasta cuándo las fuerzas progresistas van a entender como tales los movimientos nacionalistas?

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