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Mi moro

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Después de los comentarios de Felipe González sobre el bróker iraní ya no puede quedar duda de que en España poca gente ha habido, que importe algo, que no tenga o haya tenido un financiero árabe detrás. Uno o varios. Desde los tiempos de De la Rosa y los kuwaitíes, por poner un ejemplo, siempre que emerge un poder es con oro moruno detrás.
Un misterioso financiero. Iraní, saudita, catarí… Todos tienen un moro Musa detrás.
En eso hay como una continuidad, algo vergonzante, de la tradicional amistad árabe del franquismo, aunque se pase de un arabismo militar a otro pastifino.
El oro árabe, oro negro, quizás tenga el origen fósil, pero luego se hace invisible, áureo, se romantiza. Es un oro que sale de cofres milenarios de Ali Babá, con velos, con mucho ombligo y odaliscas. Parece que el dinero lo fabrican allí.
El millonetis árabe, el jeque, incluso quedó incorporado a la cultura popular de los ochenta con Kashoggi. Así se apodaba al que reunía o exteriorizaba cuatro perras:
-Mira, tu cuñado el Khashoggi.
Lo que pasa es que eso era otra cosa. Una cosa era el halo marbellí, más o menos gilificable, y otra el misterioso origen del dineral.
A cierto nivel, el mundo pierde las fronteras. Las culturas son como las nubes, llegada determinada altura sólo hay sol, dinero. Así que, como en una continuidad histórica, o como donjulianes, casi de todo el mundo se puede decir: ¿A qué moro sirve, o de qué moro chupa?
Está tan incorporado esto que muchas veces ya el estafador se hace pasar por jeque. Como en las pelis de Pajares y Esteso, que siempre sacaban a Ozores haciendo de moro del petrodólar.
Porque aunque quedó en la memoria el Plan Marshall con lo de Berlanga, aquí hay dos formas básicas de maná: el euromillón o el moro.
De hecho, el maná, el concepto, es de por allí, y hasta coránico.
Y sólo hay una forma de conseguirlo.

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