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Recicla tu semen

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El cambio legislativo que permite la reproducción asistida a mujeres solteras ha desvelado la realidad de un problema: el semen es un recurso escaso. Al menos en Suecia.
Esto, según la prensa de allí, ha llegado a convertirse en una preocupación de la Junta Nacional de Bienestar Social (es decir, del Estado de Bienestar) porque las mujeres deben esperar cuatro años en listas de espera “waiting for my man”, como diría Lou Reed.
La desregulación exige un cambio de costumbres. El hombre debe ceder esperma como cede su sangre. Es el debate sueco.
Ellas lo ven fácil: hombre, si parecéis monos, encima os dan un bocadillo…
Pero esto no solo supondría un cambio de costumbres filantrópicas, también exigiría un mayor desentendimiento del hombre respecto a su “simiente” (¿y la trazabilidad de eso?)
Y, sobre todo, la creación de un banco nacional de esperma. Futuro biopolítico impepinable (y no sé por qué lo del pepino ahora).
En el futuro serán las cosas así. Correrse en frasquitos ministeriales que las mujeres recibirían por otro lado. El Estado de Bienestar como gran mediador seminal. ¡Como semental público!
Un poquito de granja humana, no me digan que no.
Cerca de mi instituto había un centro de fertilidad. Aún recuerdo cuando nos presentamos allí unos amigos y yo: “Hola, queremos donar”. “Dona” en valenciano es “mujer”, así que la chica, al vernos la cara de granujientos, respondió rápido:
-¿Donar o dona?
El “quiero una mujer” amarcordiano era un grito habitual de esa edad, pero es cierto que pensamos en donar. Porque no hacíamos otra cosa. Parecíamos un documental de homínidos en La2. La masturbación se había convertido en una práctica industrial. En el fondo estaba también la fantasía, un poco a lo Álvaro Vitalli, de que en algún momento la enfermera nos ayudara. O se enamorara al ver los frascos como petit suisses.
Pero que el hombre deba ahora economizar también su semen, que eso se convierta, siquiera mínimamente, en ámbito de “concienciación social” es curioso.
Está ese dicho (machista, lo sé, ¡no me MARquen!) de que a la mujer se le paga para que se vaya, pero podríamos añadir que uno se masturba, precisamente, para desentenderse emocionalmente de su propio semen (pese al relativo virtuosismo scottex que quien más quien menos va alcanzando… ¡ese momento perrito del anuncio con los pantalones por los tobillos!).
Este “dámelo, dámelo todo” del estado socialdemócrata a sus varones es inevitable, pero da un poco de cosa.
Es convertirnos en recicladores de semen, lo mismo. Una conciencia ecofeminista, social, imparable.

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