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Los ahmadíes

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En Pedro Abad se erige la Mezquita Basharat, sede de la comunidad ahmadí en España. Su lema “Amor para todos, odio para nadie”, es lo primero que lee el visitante. Abdul Saboor, el imán, sale pronto al encuentro. Lleva un gorro de astracán, es un hombre sonriente con una simpática mezcla de fe y don de gentes.
Los ahmadíes se consideran los musulmanes más puros. En su creencia, tras Mahoma llegó Hazrat Mirza Ghulam Ahmad, un hombre nacido en Qadian, la actual India, que en 1882 se proclamó el mesías prometido, el “Mahdi” del que habla el Corán.

Esta creencia les excluye de su propia fe, pues el resto de los musulmanes consideran una herejía que Mahoma no sea el profeta definitivo. En Pakistán, su lugar de origen, Ali Bhutto declaró proscrita por ley su comunidad en 1974. “Si saludamos como musulmanes podemos ir a la cárcel”. La persecución se extiende a la India, Bangladesh o Arabia Saudí y no es sólo legal. En 2010, en Lahore (Pakistán) fueron asesinadas 70 personas en un ataque terrorista. La violencia no ha cesado y obliga a que su máxima figura, el Califa, haya de vivir en Londres, desde donde se dirige a sus fieles a través de un canal de televisión propio.
El proselitismo de los ahmadíes es inaudito. Cada miembro aporta un diezmo a la comunidad y muchos consagran su vida a ella. Abdul Razak, el presidente en España, lleva 35 años aquí y lo dejó todo por la misión. “Desde que conocí la historia española quise venir”, dice son suave acento cordobés. Los ahmadíes no se sustraen a la fascinación redentora del musulmán hacia España. “Todo el que nos visita lo dice: Es el mejor país del mundo”. Abdul sorprende por la serenidad con la que acepta la persecución. “No podemos ir a La Meca con el pasaporte de Pakistán, sí con el español, pero aún así hay riesgos”.

Los ahmadies están convencidos de los paralelismos entre Jesucristo y Ahmad. Uno nació en plena dominación romana, el otro en la británica y entre Moisés y Jesús pasó el mismo tiempo que entre Mahoma y Ahmad, catorce siglos. Asumen con serenidad 300 años de martirio. “Nos tratan igual que a los primeros cristianos”. Mientras, traducen el Corán a todas las lenguas y extienden una misión humanitaria en África. Hablan de doscientos millones de creyentes, sus enemigos de diez. Sólo en Pakistán hay seis millones. Alemania es el país europeo con más ahmadíes y en España calculan unas quinientas personas.

Los ahmadíes son persuasivos y apelan a la razón del otro. “Europa es la lógica y queremos llegar también con argumentos. Un Islam razonado y de amor”.

Para ellos, Jesucristo no murió en la cruz. Surge entonces el argumento: “Si estaba muerto no pudo manchar de sangre el lienzo. Marchó a predicar a las tribus perdidas y murió en Cachemira con 120 años”.

La interpretación coránica de los ahmadíes resulta moderna. Al escucharlo, tuercen ligeramente el gesto. “Nosotros defendemos el mensaje original, son otros los que lo han desvirtuado”. Para ellos la yihad es sólo defensiva (“Defender tu casa”), la yihad grande es la lucha espititual con uno mismo. “No hay compulsión en el Corán”, proclaman. Rechazan la violencia y en su interpretación del texto hay libertad de conciencia y un reconocimiento de la existencia, libre, del otro. “La mezquita está abierta para el creyente de cualquier culto”, insiste Abdul Razak. Ni se plantean los horrores del ISIS: “Es el estado anti-islámico”.
Ahmad, su profeta, agradeció a la Reina de Inglaterra que el Imperio Británico hubiera salvaguardado la convivencia religiosa; es una minoría que ha interiorizado la persecución. Frente al resto del mundo musulmán, entienden que Dios no lo dijo todo en su revelación, que el diálogo hombre-Dios continúa.
Con el proselitismo sonriente y solitario del mormón y una corrección indobritánica, si se les pregunta refieren milagros, profecías y sueños de Ahmad que están muy recientes, que les contaron sus padres. Es un fervor de primera hora, tan vivo que impresiona.

Alrededor de la mezquita crecen palmeras y rosales incipientes. Unos obreros trabajan para ampliar el edificio y a las dos se detienen para hacer sus abluciones. Una salmodia en árabe se mezcla entonces con el rumor de la cercana autovía mientras ellos se inclinan ante Dios.

EL HOMBRE DEL TURBANTE

La presencia de la comunidad ahmadí en España se remonta a 1946, a la peripecia personal del pionero, Karam Ilahi Fazar. Nacido en la India, llegó cuando estaban prohibidas las confesiones no católicas. Tuvo que sobrevivir mediante un puesto de perfumes en El Rastro y con las ganancias publicó “Filosofía de las enseñanzas del islam”, que fue prohibido. “El hombre del turbante”, como se le conocía en Madrid, envió una copia a Franco, que contestó con una carta elogiosa. Esa carta comenzó a mostrarla a los policías que le detenían.
Su hijo, Qamar Fazal, un ingeniero español, recuerda cuando recibió a Franco en una Feria del Libro: “Mi padre no tocaba a mujer ajena. Cuando Carmen Polo fue a saludarle, cogió su mano y se la dio al General: Esta es su flor, no mi flor. Todos rieron”.
Por su casa pasaron un Premio Nobel y un Presidente de la ONU, ahmadíes ambos. En 1965, Fraga permitió la publicación del libro y en 1980 se construyó la Mezquita Basharat, la primera durante siglos. Después vendría otra en La Pobla de Vallbona. “Si ves cómo mi padre sobrevivió y dio estudios universitarios a seis hijos sólo puedes pensar en Dios”. Qamar mantiene cada domingo su puesto en El Rastro.

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