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Más allá de la “humiltat”

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El Barcelona ha fichado a un niño enfermo, concretamente a un niño enfermo de enfermedad rara. Así que no contentos con fichar niños, y tras ser sancionado por la UEFA, el Barcelona empieza a ficharlos con problemas de salud. Pequeñines con problemas serios que nos enternecen.
En esto no es pionero. Hace poco, los Utah Jazz hicieron algo similar con un niño enfermo de leucemia. Los Jazz son el club mormón, huelga decir.
Es un bonito detalle, pero también un efecto de marketing. El niño ha sido presentado, de modo que la publicidad del Barça en realidad estaba “visibilizando” una enfermedad rara. Se hace difícil reprochar esto, pero es una muestra de pornografía deportiva y moral.

El actor Santi Millán ha llegado muy lejos en la presentación: “Estoy contento, feliz, de que hayáis fichado al Nacho, un chico con talento que tiene los valores que tiene y busca el Barça, como la superación o la lucha, no da un partido por perdido. El Barça demuestra así que es ‘més que un club”.

Las enfermedades raras son temibles y todo esfuerzo es poco, pero… ¿no parece que desde los tiempos del “¡Abi, Abi!”, el Barça tiene la necesidad de vincularse a la enfermedad, de hacernos llorar?

Si se ficha a un niño enfermo ha de ficharse más. Llenar La Masia de niños con problemas muy serios. Hacerla hospital, hospicio. Niños leprosos, niños amputados, niños con linfomas…

Concentrar todo el horror del mundo y convertirlo en “valors” futbolísticos. Oh, sí. Superar a la religión como explicación del horror del mundo. Lo que no puede Dios, este metafísico “Pur qué”, que lo explique, que lo llene de sentido el fútbol.

El Barça es una maravilla de descontrol identitario. Tras ser él mismo nacionalismo hecho institución, se hace unicef, se qatariza luego y ahora busca hacerse con los enfermos, ir más allá y unir su marca y sus “valores” con el dolor más extremo y con el dolor de un niño.

El Barça sale al mundo a través del niño y del canal musulmán. Ojito a la evangelización culé, que es fina fina. Extrema los valores occidentales, el judeocristianismo, y por otro lado se convierte (sólo hay que ir al Camp Nou en un clásico) en el primer equipo del mundo islámico. Este abrazo a la humanidad quiere quintaesenciar la esencia misma de lo humano.

¡Un más allá de la humildad!

El Barça se quiere hacer niño dolorido, la carne humana más debil, ya no víctima política, petit país, ya no embajador del fútbol disneyficado y bueno, más allá, mucho más allá, carne herida de un niño de cinco años luchando contra la muerte. Se oye de fondo el coro: ¡Abi, Abi, Abi!
La humildad culé es sobrepasada por la enfermedad. Ya no es la Iglesia, ¡es el Barça el club de la enfermedad! ¡De los niños malitos!

Que los Utah lo hagan, bueno, es que son mormones, pero… ¿qué hay detrás del Barça?

Con Bartomeu el Breve, el Barcelona coge el testigo doliente de Guardiola, la humildad unicef, y se va evangélicamente hacia la enfermedad, hacia el dolor. Niños malitos, ¿puede haber algo más delicado?
¿Qué bienaventuranzas mercadotécnicas busca el grandioso club culé?

El “Més que un club”, la simbología montalbaniana de ejército desarmado no le llevaba muy lejos. Ya estaba visto. La internacionalización del Barça y su reforzamiento simbólico no ha parado de buscar al niño, la filantropía infantil, la bondad más curil, el lado Unicef del mundo, la humidad…

Lo próximo sería besar el pie desnudo del rival. Como el Papa anterior, besar la piel desnuda del empeine (a ser posible sorayesco, ¡la primera erección de empeine conocida!, qué faltitas tiraría esa cañoncita pum de la política…) de Cristiano Ronaldo.

La Masía pasa de Neverland del toque, de eternidad feliz del peloteo, a otra cosa.
¿Qué hay después? Ya sólo buscar al terminal. Pero… ¿es explotable mercadotécnicamente el “terminal”? Ahí se busca a Dios, el Más allá o, según temperamentos, el Descanso o la Sedación. No, la superación ciega, el optimismo, la gran remontada de la vida es el niño enfermo.

¿Querías Espíritu de Juanito? ¡¡Pues dos tazas!!

Ah, en ese niño San Juanito de Miguel Ángel, que dejaron como un Lladró, veía la figura del querube madridista; con esa figurilla en reproducción premiaría yo, si fuera Florentino, al mejor cadete de Valdebebas. “Toma, chaval, ¡tu San Juanito!”.

Ojo al Barça, Florentino, que además de ser el equipo musulmán, supera la evangelización de Florentino con un ahondamiento en los valores.

Comparado con eso, los valores de Florentino, la cacareada excelencia, la ejemplaridad ¿en qué queda? Hay algo olímpico en esos viejos valores deportivos de la competitividad. El Barça va más lejos. Al porte gallardo, opone el gesto cabizbajo del humilde; a la ejemplaridad cargante del ganador, la del enfermo que trata de superarse en su competición personal. No hay vencedores, ni vencidos allí. “Tot el camp és un clam” pasa al “tots som Abi”. El Barça supera las fronteras de lo lacrimógeno y las antiguas oposiciones y se identifica con el enfermo.
¿Se puede ir más lejos en valores que quien tiene los de un niño enfermito?
Con esos “valors”, Nietzsche diría que la moral cristiana del Barcelona es indudable. Auténtica caricatura culé, paroxismo socialdemócrata, ursulinas laicas de la pelotita. La infantilización, la literalidad del dolor, la identificación con el enfermo y la fugaz alianza civilizatoria… ¡ojo a este Barça!, que va de debó!

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