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La botella de soja Kikkoman

hughes el

Ha muerto el diseñador de la botella de soja Kikkoman. Tras la muerte de Sergio, de Sergio y Estíbaliz, este mazazo. Esa botella de soja Kikkoman es una belleza, con su forma, su medida y su tapón rojo de exacto y cómodo pitorro, parecido a un gorro frigio. La botella de coca cola era femenina, sexy y de algún modo no sólo manejable, sino triunfante, como una antorcha, algo que se eleva, alza o empuña. era un objeto justo para su país.

La botellita de soja Kikkoman, que obviamente no se lleva a los morros, se agarra exactamente con un par de dedos. El diseñador contó que al idear la botella recordó a su madre sirviendo soja en garrafas. El paso de la garrafa a ese recipiente encerraba un cambio económico y social. De verdad, qué cosa incómoda es una garrafa. Servirse un vaso de agua mineral desde una garrafa es perder tiempo y agua. No hay ahorro económico que lo justifique. La garrafa sirve para lo que nos traen del campo, es una medida para la sociedad agraria. Digamos que la garrafa es el recipiente de la generación de nuestros abuelos, del éxodo del campo a la ciudad, o como dirían otros, del agro a la urbe. Las cosas venían en manojos, ristras o garrafas. Pero esa botellita Kikkoman era más que un recipiente o un tránsito industrial, no sólo cumplía su función dispensadora. Chato, estable, bajito, tenía el misterio de las letras doradas, y lo rojo captaba ciertas tonalidades de la soja. Como la aceitera y la vinagrera eran igual que dos tías-abuelas que pringosamente nos miroteaban en la mesa una junto a la otra, esa botella de soja Kikkoman, impar, solitaria, industrial, pero claramente pensada para el uso del hogar, nos parecía una mercadería remotísima y silenciosa que debía tener un secreto. ¿No parecía el frigorífico un lugar indigno para ella, sabia y mucho mejor en todos los aspectos que el bote de ketchup?
Con la costumbre del sushi a domicilio llegarían las bolsitas de soja que nos hicieron recordarla aún más.
Al cogerse por el cuello con dos dedos, la botella Kikkoman permitía calibrar muy bien la cantidad que caía. Mucho mejor que las aceiteras (que cuentan con la ayuda del espesor del aceite) e infinitamente mejor que las vinagreras, uno de los fracasos y de las vergüenzas del diseño industrial (¿Alguien sabe echar vinagre bien, quiero decir, de una forma que no parezca que estás rociando la ensalada con ácido sulfúrico? ¿No sería mejor un hisopo para el vinagre, aunque pareciese que bautizamos la lechuga?)
El diseñador iba para monje budista, pero se puso a diseñar. Las cosas tienen una enorme trascendencia y no deberían ser dejadas a gente cualquiera.

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