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El adjetivo podría ser fascista

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Acabo de leer una breve polémica en Twitter. Alguien atacaba a un periodista mostrando algunos fragmentos de su columna. Lo que los periodistas científicos llamarían “sintagmas”. La excesiva complejidad o quizás el desacierto en su construcción, intuyo. Bueno, es un poco feo criticar si no es a los postres, pero libre es. Después de los últimos días, lo de la libertad de expresión lo tengo claro, así que nada que decir, pero se me ha quedado una sensación de cierta injusticia porque como lector buscaba los adjetivos (ahora leo como si todo fueran códigos de barras).

 

 

En el adjetivo están todos los errores y toda la valentía del que escribe y la posibilidad de burlar al sustantivo.

 

 

Los adjetivos se colocan muy mal a menudo. Yo soy incapaz. Yo no me liaría un cigarro, me fumaría un cartón de Ducados y no lo conseguiría. Pero incluso siendo capaz de encontrarlo, no le dedicaría tanto tiempo. Pla les daba gran importancia. Algunos de sus sintagmas eran como un tren desconcertante. El sustantivo, la locomotora; y un adjetivo era un vagón del Talgo, otro del Orient Express y el tercero un tren futurista japones. Le traían lo poético a su realismo. Y si no lo poético, permitían el momento de la inteligencia en que los ojos se extravían.

Claro, no somos Pla, ni lo seremos nunca. Pero convengamos en que el adjetivo, el abuso del adjetivo está muy mal visto. “Eres viejuno”, dirán en la neojerga coconut.

 

Pero habría que reclamar igualdad. Está bien la crítica al adjetivador, pero que no se quede ahí. Que el barroco del adjetivo, con sus mil errores y excesos, tenga la libertad que encuentra el barroco de la paradoja. Porque yo leo artículos con gran placer y acabo encallando en juegos paradójicos que me dejan turulato. Tengo la sensación de estar atrapado en una puerta giratoria que me devuelve al mismo sitio y me quedo con la cara de Encarna con las empanadillas (que por cierto, se parece mucho a la de Rajoy ahora). Cierto es que soy cortito, pero a veces he sacado los rudimentos lógicos del Instituto para intentar traducírmelo y vamos, ni Whitehead.

Esto de las paradojas se ha puesto de moda, es muy cambiano, pero no tenemos ojo para tanto monóculo.


Debe denunciarse el abuso del adjetivo, sí, el barroquismo desquiciado, vale, ¿pero y con los paradojistas frenéticos? ¡A esos no les tose nadie y encima quedan de listos!

 

Se pone uno al teclado, con el miedo que ya da, y entre evitar los adverbios como García Márquez y los adjetivos, que son casi fascistas, se van encogiendo las falanges hasta no encontrárselas. Así pasa, que escribo con los muñones.

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