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Otra forma de ver El Desencanto

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Siempre se ha visto la película El desencanto como una metáfora del Régimen. Ahí estaban, Rosales, Panero, la familia y todo se iba a hacer puñetas. El halo deprimente de la película, pasados los años de las truculencias, empezó a alejarme de ella. Aunque reconozco que a veces, ante el espejo, imito a Leopoldo María Panero y, sobre todo, a Michi, que creo yo que ha marcado un horizonte en la dicción de muchos españoles más o menos leídos.

El caso es que a medida que iban cayendo los Panero se repetía ese simbolismo: El régimen, el desencanto, bla, bla, bla… Pero el otro día, parándome a pensar en el general desbarajuste español (digamos, un cafarnaum que tiende con fidelidad matemática a una forma de colapso), me acordé nuevamente del film (lo digo boyeramente, ¡pero no es una toma de partido, ojo!). Creo que El Desencanto se engrandece porque en realidad no contaba el fin del Régimen, sino el fin del siguiente régimen. Es decir, ahí estaba claro (¡clarinete!) que no estaba certificándose la ruina del franquismo y esa sociedad católica, paternalista, etc… No, ahí estaba adelantándose igualmente el nacimiento muerto de la Transición. Se acaba un Régimen y nacía uno que tenía menos futuro que Pío Moa en Telecinco. Esa película ahora sí me parece colosal, grandiosa, de una altura documental inigualable porque tenía la gran cualidad de la visión, de lo premonitorio: ahí se vería que el régimen postfranquista, lo de ahora, nacía con la estocada dada. Unos herederos cansados, frívolos, absurdos, traumatizados, estériles, intoxicados, con el vitalismo justo para llegar a los cincuenta. El fin de raza y todo eso.

 

A veces pienso esto, en los momentos de más autoindulgente pesimismo. El problema de la supervivencia obligaría a formas cercanas al fascismo o a la irrealidad. Tampoco pasaría nada, me digo entonces, por abandonarse a lo que venga, si es que tiene que venir. Con el ordenamiento, que sería nuestro Kavafis, como única fidelidad.

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