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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

Perdona si te ofendo

Gema Lendoiro el

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Cuántas veces en este blog he hablado de la importancia de tener una infancia lo más sana posible para ser adultos sanos, felices y, en la medida de lo posible, lo menos enfermos mentales que se pueda? He perdido la cuenta. Me parece tan importante que nunca me cansaré de darle vueltas al asunto. La enfermedad mental no es única y exclusivamente aquella que se refiere a todas las variantes de la locura. La enfermedad mental es también amargura, hastío, ira, rabia, la infelicidad al fin y al cabo, la ausencia de la luz y la gran proyección de las sombras de cada uno hacia el exterior. Es enfermedad porque hay ausencia de algo sano entendiendo como sano la bondad y la tranquilidad de espíritu y como enfermo todo lo que sea contrario a esto.

Las personas con infancias traumáticas que no se someten a terapias que curen esas heridas o las personas que tienen esa tristeza instalada en su alma y no son capaces de arrancársela, suelen, más a menudo de lo que pensamos, transcurrir por la vida dando bandazos haciéndose daño a sí mismas y también, si se puede, a los demás. Es una manera de autoagresión que intenta callar las voces gritonas de las culpas, de los traumas. Exceso de alcohol, drogas, acostarse de manera indiscriminada con quién sea, ser impulsivo, irascible, agresivo…son las mismas caras de una moneda: una profunda soledad del alma, del espíritu. Un alma que grita compasión, que alguien la abrace, le lama el daño hecho y la repare. Algunos buscan caminos que, de manera insoslayable, hacen todavía más daño. Otros, los más inteligentes, encuentran la paz del alma en aquello que nunca falla: la bondad, la intelectualidad…y el silencio.

Estos días estoy leyendo la Biografía del silencio, de Pablo D´Ors, un jesuita que conmueve porque su mensaje sí que es rompedor, sí que profundiza y sí que llega. Él habla de silencio en una vida llena de ruido. Habla de contemplación del propio espíritu en una época de gran egocentrismo. Él habla de paz en el corazón de cada ser humano en momentos conformados por el odio. ¿Qué lleva a una persona a robar 242 hostias sagradas para luego hacer la palabra PEDERASTIA en grande y hacer de ello una exposición? Desde luego el amor, no. Ni tampoco la bondad, ni tan siquiera la intelectualidad. Tampoco la reflexión. Pero sí la ira y la rabia, sí la tristeza, sí la soledad y sí la no empatía con el sentimiento ajeno. Abel Azcona, Pamplona 1988, ha hecho esto, creer que hace arte pero ofreciendo miseria porque ofender sin motivo es miserable. ¿Qué enlace tiene esto que digo en este párrafo con lo que he dicho en el primero? Pues el propio Abel lo desvela. He aquí algo a tener en cuenta.

A mí, mi obra no me cura. Mis heridas son tan profundas que no tienen cura. El desgaje, la sensación de pérdida, la adaptación forzosa a nuevos medios familiares marcan mi propio yo, y consecuentemente mi obra artística. Nunca he superado algunos traumas. Siento que tengo dos opciones o ser un delincuente o ser artista. Para mí el performance, mi obra artística, y todo lo que trabajo con mi cuerpo y mi propio proceso creativo me sirve como herramienta de autoconocimiento. Toda mi infancia y mi adolescencia han sido una continua ocultación de mi verdadero yo. Pensaba que si no pensaba o procuraba olvidar mi propia experiencia de infancia, todos mis yos dolorosos, se quedarían atrás. Pero al contrario, los fantasmas no desaparecen y si se esconden vuelven con más fuerza. Eso me llevo a una inestabilidad mental, intentos de suicidio y por tanto a ingresos en centros psiquiátricos. Por mi propia necesidad de sobrevivir, el arte y el vínculo con lo creativo siempre ha estado presente, especialmente en los momentos más dolorosos de mi vida, por lo que lo decidí a él. Encontré en el arte un escape y más adelante una vía para conocerme a mí mismo dentro de mi proceso creativo. El arte como catarsis. Siempre procuro que el arte y yo seamos una sola pieza. Por esa razón mi creación artística está tan vinculada a mi existencia individual. Me gusta definir mi arte como un rito compensatorio de mi propia escisión personal. Utilizo mi obra como una solución imaginaria a mi ansia imposible de afirmación mediante el regreso, en términos biológicos, freudianos, sociales y políticos. El arte es un gran medio de compensar mi desgarramiento interior, de sublimar una obsesión.

¿Qué más se puede añadir hacia tal declaración? Está claro que él mismo reconoce su enfermedad, su cárcel mental, su enjaulamiento en una infancia y adolescencia en la que algo le marcó profundamente. Edito después de leer, horas más tarde, su verdadera infancia. 

Tuve una infancia complicada. En los ochenta había muchas mujeres viviendo en la calle por el consumo de drogas, especialmente de heroína: ese fue el contexto en que mi madre se quedó embarazada. Ejercía la prostitución y era drogadicta. Intentó abortar y no se lo permitieron, así que me dio a luz y me abandonó en una clínica de Madrid vinculada a la mendicidad, prostitución y familias desestructuradas. A partir de ahí empezó una historia un tanto turbia en que intervinieron varias familias y una adopción a los siete años; una mezcla de maltratos, abusos sexuales y diferentes problemáticas… Esa fue mi infancia.

Bien, esa infancia llena de abandono primal, llena de violencia y de falta de apego primario, de vacío de pecho materno, de vacío de contención amorosa constituye el germen de esa violencia que parece todavía sostenerlo. Si nos guiamos por las teorías de Alice Miller (y yo soy una gran fan de su obra) todo su marasmo neuronal es fácilmente explicable a través de su infancia: “como me han hecho daño yo también quiero hacerlo. No sé llamar la atención de otra forma, no sé canalizar mi rabia profunda de otra manera” El problema que tiene este muchacho, el gran problema, es que está profundamente dañado y herido y esa rabia y esa ira la proyecta intentando hacer mal a otros. Pero es que los creyentes no son los responsables de su desgracia. Ni siquiera una iglesia represora ya que él nació con la democracia bien instalada. Quizás en los ataques furibundos que reciba está su zona de confort, esa en la que es un ser que a nadie importa y que todos desprecian. Curiosamente retuitea todos los insultos que recibe, es un regocijo en en su ego…en su ego dañado, herido de muerte. Lo bueno de este chico es que es muy joven, solo tiene 27 años y mucha vida por delante para curarse. ¿Cómo? Cada uno tiene que buscar sus respuestas pero ninguna debería pasar por la ofensa gratuita hacia nadie. Terapia larga y sincera donde ver lo oscuro, intelectualidad de la buena y silencio, sobre todo mucho silencio.

Como dice Pablo D´Ors

‘El silencio es el espejo de lo que somos y los que somos no nos gusta. Por eso huimos de ello’.

‘El hombre no sólo es verdad, belleza y bien, es codicia, ambición y vanidad. Esas sombras nos constituyen’

‘La verdadera vida está detrás de lo que nosotros llamamos vida. Pararse, callar, escuchar y mirar’

Querido Abel, perdona si te ofendo pero necesitas paz para tu alma. Quién sabe si no podrás encontrarla algún día en todo aquello que ahora mismo profanas. Ni serías el primero ni serías el último. Me da pena la parte de niño herido que permanece en tu cuerpo de adulto. La ira es mucho más poderosa que el amor y en ti, ha ganado.

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