Gema Lendoiro el 21 abr, 2015 Un adolescente mata a su profesor de una puñalada pero quería intentarlo con una ballesta hecha con bolígrafos. Esto con 13 años. Fue ayer en Barcelona. Hoy nos hemos enterado de la noticia de que una mujer tiró ayer por la noche a sus hijos de 10 años y 18 meses por la ventana para luego tirarse ella. Afortunadamente fue desde un primer piso y los niños no han muerto. Cuando leemos estas cosas enseguida hacemos nuestros juicios de valor basados en nuestras propias experiencias pero lo cierto es que sabemos muy poco de la psique humana y de todo lo que puede maquinar si se le ponen delante algunas circunstancias vitales: la falta de amor y contención en la infancia, una familia que te sostenga emocionalmente y sin condiciones, un diagnóstico precoz si padeces un trastorno mental por leve que parezca y un tratamiento eficaz para que no sucedan estas y otras cosas. Esto parece básico pero en la práctica no lo es tanto. Lo que más fácil nos resultará para comprender el hecho es juzgarla diciendo que está loca. Y ahí terminamos generalemente nuestra reflexión. Eso y nos desgañitamos pidiendo endurecimiento de las penas. Pero la psiquiatría no funciona con parámetros tan sencillos y modestos. Hay mucho más en todo esto. La locura muchas veces hunde sus raíces en el comienzo. Sí, en la infancia. Y en muchas ocasiones camina de la mano de la ausencia de amor, camina pegada al odio. Servidora ha publicado entrevistas con expertos que recuerdan la importancia de no pegar a los hijos para no tener adolescentes llenos de rabia e ira y dicha entrevista se ha llenado de comentarios vergonzosos y vergonzantes insultando a la autora. Queremos adolescentes y adultos que no tengan atisbos de violencia pero defendemos la violencia verbal y física en la infancia “para que aprendan a respetar” ¿Por qué? bueno, por varias cosas, primero porque es lo que hemos heredado la mayoría y si nuestros padres lo hacían y nuestros abuelos también, pues ¿para qué cambiarlo, verdad? Y, segundo y, desde mi punto de vista lo más grave del asunto, porque persiste la idea de que pegar o educar a través de la imposición verbal, vésae castigos, véanse gritos o véanse bofetones “a tiempo” marca muy bien los límites. ¿No podemos establecer límites sin todo eso? Podemos, claro que sí. Pero cuesta más. Muchísimo más. Por dos motivos, el primero porque si estamos acostumbrados a hacerlo así difícilmente vamos a cambiar. Segundo porque muchos consideran que dar cachetes en el culo no perjudica a nadie y ponen como ejemplo la frase que habrá leído (o quizás usted mismo haya dicho) “a mí me han pegado y nunca me ha pasado nada” ¿Está seguro? Bueno y ¿quién soy yo, verdad, para decir que sí pasa algo? Pues no soy nadie. Pero sí que lo dicen los psicólogos que de esto suelen saber. Y digo suelen porque no todos saben. En cualquier caso no hace falta ser un lumbreras para darse cuenta de que si crías con amor y respeto (sí, es que los niños también se merecen ser respetados) es mucho más factible que tus hijos adolescentes sean respetuosos. Vamos que si uno come con la boca abierta, no se limpia la boca antes de beber y no aprende que hay que dar las gracias y saludar, es bastante probable que no lo haga de mayor. Y si estamos todos de acuerdo en eso, no sé por qué oscuro motivo no vamos a creer que, de manera insoslayable, educar en amor y respeto, traerá de raíz un adolescente empático. Y sí, cabe la posibilidad de que cumpliendo todas esas premisas nos encontremos un día con un psicópata con una ballesta. Los caminos del cerebro son inescrutables pero las bases, cuanto más sólidas sean, mucho mejor. Dicen los psiquiatras cuando analizan el comportamiento de violadores en serie que en su infancia fueron violados. Creo que no hace falta que ahonde más en algo que debería caer por su propio peso. Lo que se vive en la infancia permanece en el cerebro, al menos en su parte límbica. De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda, dicen quienes lo critican de manera despectiva, la crianza con apego, aquella que proclama una manera de criar amorosa, con límites, por supuesto, con límites siempre (los necesitan, además) pero con brazos, mucho apego físico, mental, emocional, del que queda clavado. Nadie va al psicólogo por exceso de cariño. Por falta de él están los divanes llenos. Nos faltan muchos apoyos cuando hacemos cosas importantes y tener un hijo lo es. Falta un sistema de salud mental en el ámbito perinatal que sea mucho más potente. No sabemos qué le pasó a la mujer de Toledo pero sí sabemos, porque la ciencia lo ha evidenciado, que una depresión postparto puede derivar en brotes psicóticos y estos, por desgracia, en matar a los hijos. Quizás, y digo quizás porque yo ya no doy nada por sentado, si esa mujer y otras tantas, tuvieran un seguimiento adecuado en el post parto pasarían muchas menos cosas. Y es que una madre con una depresión postparto que, además está sola, que, además tiene problemas económicos que, además no sabe cómo salir adelante, que, además fue criada en violencia, que encima tiene una enfermedad psiquiatra latente que jamás ha sido diagnosticada, esa madre tiene muchas papeletas para criar a sus hijos gritando, pegando, faltando al respeto y así nunca cerraremos el círculo de la violencia porque quién es criado con suma violencia rara vez escapa a lo que parece ser su destino: seguir haciendo uso de esa violencia para todo. Ojo, con esto no quiero decir que todas las madres en situación desesperada vayan a optar por la violencia. Pero parece más lógico que alguien que no tiene nada y que se sume en la desesperación, acabe perdiendo la razón. Les enlazo un artículo muy interesante sobre esto en The New England Journal of Medicine “El libro aborda los conceptos erróneos comunes en un intento de fomentar una visión más humana de las mujeres que matan a sus bebés. Los colaboradores forman un coro al afirmar que muchas de estas madres han sido víctimas de los trastornos psiquiátricos mal diagnosticados y tratados y han carecido de los apoyos sociales y familiares que podrían haber evitado la tragedia” Jennifer L. Kunst. Y tampoco hay ninguna evidencia que afirme que quién viva una vida idílica en cuanto a acompañamiento seguro y comodidades materia se refiere, no vaya a sufrir un trastorno psicótico o vaya a padecer, en menor grado de intensidad o gravedad, una profunda y severa depresión post parto. Como casi todo en la ciencia, nada es matemático. Hay muchas variables. La madre que ha intentado matar a sus hijos, el adolescente de la ballesta…sabemos poco y no tenemos datos y quienes los tengan seguramente estarán también perdidos. Pero sí parece claro que una infancia violenta traerá de regalo una adolescencia complicada y si en la adolescencia no lo arreglamos…seguirá ahí, latente, esperando a salir. Una infancia carente de amor y atención emocional que no material, traerán carencias que podrán o no salir en la adolescencia. Algunas se mantendrán inactivas y se desencadenarán justo en el momento del parto si hablamos de una mujer. ¡No sabemos prácticamente nada pero sí lo suficiente como para darnos cuenta de que todo está conectado! No se trata de endurecer las leyes. O no sólo de eso. Se trata de tomar conciencia en la sociedad de que las tendencias que promulgan crianzas basadas en el amor son la llave de adultos muchísimo más serenos, más empáticos, con menos rabia, ira. ¿Es tan difícil de comprender? Creo que no. Hago mías las palabras de Alejandro Busto Castelli, psicólogo, sobre todo esto que acabo de decir. “Cada ser humano se desarrolla como adulto, se convierte en padre o madre, en profesional o no de la educación, la psicología o las ingenierías, escuchando el eco de su historia. Quiera o no quiera. Una historia que susurra a veces de forma incómoda como fuimos queridos o no, deseados o no, aceptados o no tanto. Una historia que susurra de forma dolorosa cuantos cachetes, azotes, gritos, ausencias, incomprensiones e injusticias acumulamos de aquellos seres humanos, que en nombre del amor nos educaron“ Es verdad que con amor sólo no basta pero es que sin él no podemos ni siquiera empezar a construir, a educar. A nada. Y amar es respetar, es enseñar sin gritos, es educar desde la enseñanza de la empatía. ¿La locura porque no hubo amor también existe? ¿Y qué amor deja más huella que el que se recibe de bebé/niño? Tenemos las piezas. Ahora sólo nos queda ordenarlas. Hagámoslo. Me puedes seguir en facebook, google + twitter y linkedin Sin categoría Comentarios Gema Lendoiro el 21 abr, 2015