ABC
| Registro
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizABC
Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

Tú te callas porque yo lo digo y punto

Gema Lendoiro el

Hay tantas cosas que hemos heredado, tantos patrones que debemos cambiar que a veces asusta. Una de las cosas positivas, tremendamente positivas, diría yo, de cumplir años es adquirir la capacidad para escuchar a tu cuerpo. Y, desde luego, a tus emociones. Hace años cuando algo no me gustaba, cuando en una situación me sentía incómoda no sabía muy bien qué me pasaba, pero notaba una especie de cosquilleo en la barriga. Cosquilleo del malo. No escuchaba bien la voz del subconsciente que, sin duda, me advertía o bien del peligro, o bien de una situación incómoda.

Hoy día escucho bien esa voz y, además, la interpreto. Es lo bueno que tiene llevar casada con una misma 40 años. Y ahora, por fin, huyo. Cuando me encuentro con situaciones que me resuenan, que me avisan, mi alerta se enciende y, sencillamente, me voy de ese lugar, de esa conversación, de esa persona. No todas las personas encuentran mecanismos de defensa para huir de las agresiones. De hecho es una de las cosas que más trabajo nos cuesta hacer a los seres humanos. Es un tema que desde hace meses me tiene buscando información, me tiene haciéndome muchas preguntas. ¿Qué nos hace aguantar en la vida cosas que desde fuera veríamos con absoluta claridad como un abuso de nuestra persona? La indefensión aprendida. Escuché esta definición por primera vez a una psicóloga. Y comencé a leer. Este sábado que viene publicaremos en ABC un artículo extenso sobre qué es la indefensión aprendida (learned helplessness) y  su relación con la depresión y cómo la heredamos de padres a hijos hasta que uno dice basta.

Fue un psicólogo norteamericano, Martin Seligman, quién elaboró esta teoría después de hacer un experimento con unos perros a los que encerró en una jaula. Cada vez que intentaban abrir la jaula, a uno de ellos, le propinaba una descarga eléctrica. Al final, abrió la jaula y el perro al que había hecho daño desistió y no se fue de la jaula. Aprendió, a base de dolor, que no podía hacer nada por escapar de su destino y se resignó. Esta teoría la aplicó, obviamente, a los seres humanos.

¿Cómo aprende un ser humano la indefensión? Pues obviamente no con descargas eléctricas pero sí con frases y actitudes muy presentes en nuestra cultura y que repetimos sin darnos cuenta. La primera indefensión que aprende un bebé es cuando no es atendido en su llanto. Los seguidores del famoso y cruel método Estivill para dormir a los niños siempre defienden esa forma porque, dicen, funciona. ¡Claro que funciona! El bebé aprende que llorando (su única forma de expresión, por cierto) no consigue nada y, finalmente, deja de llorar. Hemos puesto ya la primera piedra de muchas en su camino. Y lo hemos hecho porque eso es lo que nos han enseñado. Y no nos paramos a cuestionarlo. Cuando un padre (o una madre) dice: “No hay que coger a los niños cada vez que dicen ay porque entonces se acostumbran y te toman el pelo” no está atendiendo las necesidades del bebé. Está atendiendo a la demanda del adulto que no desea ser molestado y pretende domesticar, que no educar, al bebé. Pero no la del bebé que es quién verdaderamente la necesita. Muchas personas que pronuncian esa frase, si fuesen conscientes de la barbaridad que están diciendo, probablemente se pondrían rojos de vergüenza. No lo hacen porque repiten frases que jamás han cuestionado. ¿Cómo vamos a cuestionar lo que nos enseñaron nuestros padres, verdad? Y es que para aprender a cuestionarse las cosas no puedes haber sido educado a base de indefensión aprendida. Te tienen que haber enseñado a eso, a cuestionar. Pero vayamos por partes.

Otra frase muy común es aquella que dice: “Tú te callas porque yo lo digo y punto. Porque soy tu madre/padre” Si uno quiere criar hijos sumisos y obedientes en el negativo término de la palabra (obediencia ciega), entonces hará muy bien en decir esas frases. Sin embargo, si uno sueña con educar hombres y mujeres con criterio propio, en definitiva, si uno no quiere crear un borrego, entonces deberá enseñar a su hijo que sus opiniones son también muy importantes en la familia y que todos los miembros las van a escuchar y serán valoradas. Si no es viable no se hace y se explicará. Esto da mucho miedo. Educar en la sumisión es muchísimo más cómodo que educar seres humanos con capacidad para tomar decisiones. Hace poco escuché en una comida a un señor que, muy ufano, sentenció: “Claro, como ahora los padres le piden opinión a los hijos, como ahora opinan de todo, pues así vamos” Este fue un claro ejemplo de algo que me resuena por dentro. Este señor, de unos cincuenta y largos años, está muy convencido de que la fórmula mágica para educar es con la imposición. Y, por supuesto, cree que un niño, por el hecho de ser un niño, no tiene derecho a expresar su opinión. Hubo una época en que las mujeres tampoco podíamos hacerlo. ¿La recuerdan? A mí eso me parece que se acerca más a la domesticación. Si yo deseo que Doña Tecla y Mofletes Prietos aprendan a expresar de manera libre aquello que piensan tendré que dejar que hablen. Tendré que dejar que lo expresen. Otra cosa muy diferente es que no podamos poner en práctica algunas de las cosas que pretenden. Por ejemplo estar en dos casas que entre sí distan 1200 kilómetros con una diferencia de dos horas. O ir a la calle con sandalias de verano si estamos a menos diez grados.

Cuando la gente se horroriza de cómo son tratadas las mujeres en ciertos países pocos se paran a pensar que para que una mujer sea así, sumisa, el trabajo hay que hacerlo desde que es muy pequeña. Obviamente no me quiero centralizar en el sexo femenino aunque, no nos vamos a engañar, es más sensible a esta sumisión heredada. Tú no puedes pretender tener unos hijos con capacidad de elegir en la vida si cuando son pequeños capas sus decisiones. 

Por supuesto para esto se requiere más paciencia. Y más tiempo. Y, sobre todo se requiere romper con algunas normas que creías sagradas pero que no lo son. Atreverse a llevar la contraria no es malo. También aporta cosas. Desde luego hay infinidad de patrones heredados que son muy buenos pero otros necesitan ser revisados. No hay que tener miedo. Es necesario y saludable en la vida ir soltando alforjas.

Las etiquetas. Otra batalla. Hablaba hace poco con una madre que se quejaba de que todo el mundo le dice a su hija, de dos años, que es mala. No lo vuelvas a permitir, le dije. No consientas que nadie etiquete a tu hija, muchísimo menos de esa manera tan negativa. Para empezar una niña, con dos años, por definición no es mala. Será movida, no parará quieta y te agotará (sé de lo que hablo, Mofletes Prietos es así) pero eso no es ser mala. Decir a un niño pequeño que es malo sí que es cruel y malo (valga la redundancia) Y es no tener la mínima empatía con él. Las personas así mejor que se dediquen a estar con pájaros. Si tú a un niño le repites constantemente: eres torpe, eres un inútil…ese niño, que se cree a pies juntillas lo que sus padres le dicen, crecerá creyendo que lo es. Y habrás creado un torpe funcional para el resto de su vida. Además de haberle creado multitud de inseguridades. Por cierto, mi madre siempre me dijo que era una contestona. ¿Lo ven? Pues sí, lo soy.

Burlarse de un niño: De lo que dice, de lo que siente. ¿Te suena raro? Pues te voy a poner ejemplos que te serán muy familiares. “Lloras como una niña”, “llorar es de cobardes” “eres una pesada, siempre estás llorando” ¿Cómo crees que se siente una persona de 3, 4, 5, 6 años cuando alguien que se supone que lo quiere, le dice eso? ¿Crees que puedes retroceder en el tiempo e imaginarte con esa edad? ¿Recuerdas cómo te sentías si llorabas y nadie te hacía caso? ¿Recuerdas cómo te sentías si llorabas y se burlaban de tu sufrimiento? Si eres capaz de recordarlo es porque te hizo mucho daño. Y si no eres capaz a lo mejor es que, o no lo sufriste o quizás te hizo tanto mal que lo tienes en el subconsciente. Cuando una de mis hijas llora me siento incapaz de no consolarlas. Me da igual qué es lo que hayan hecho. Ellas tienen muy interiorizado ya que su madre siempre atiende su llanto. Sea por lo que sea. Un ejemplo de esta mañana antes de irse al colegio. La pequeña (2) ha cogido un zapato mío de tacón y, sin venir a cuenta, se lo ha clavado en la cabeza a la mayor (4) Inmediatamente la pequeña se ha tapado la boca con la mano en un intento desesperado de ahogar su culpa. Y ha roto a llorar. Mis patrones heredados me indican que debo castigar y reñir fuertemente a la pequeña. Incluso pegar. Pero mis alertas actuales me dicen que la abrace. Está profundamente aterrada porque cree que la consecuencia de su acto va a ser un terrible castigo. Es consciente de que ha hecho daño y se arrepiente. Todo en milésimas de segundo. Las mismas que tardé en cogerla y consolarla. Y a la otra también, claro. Una vez que se ha calmado y sentada en mis piernas, de una manera muy seria le recuerdo que nunca, bajo ningún concepto, se pega. Y que si, por favor, le pide perdón a su hermana con un abrazo. Y se abrazan un buen rato. La pequeña, además, suspira.

Como padres nos va a costar modificar algunas actitudes de Mofletes Prietos porque tiene mucha más decisión y energía que su hermana que es un remanso de paz y sosiego. Pero no podemos hacerlo a base de golpes e imposiciones. De hacerlo así sólo generaremos una niña sumisa (que quizás lo sea aparentemente) que quizás acumule ira. Y lo que queremos es que deje de pegar pero porque le salga de dentro. No por temor a un castigo. No por miedo. Sí por elección. Por libertad.

Es un camino muy largo. Muy tedioso porque por el medio recibes presiones de quienes no han dedicado ni un solo minuto a reflexionar sobre estos temas y que son aquellos que te sueltan “es que los estás malcriando, es que los estás criando entre algodones” Yo ya no discuto estos temas. Con nadie. Con la única persona con la que me tengo que poner de acuerdo en cómo educar es con el padre de las niñas y lo estamos. Así que me alejo de cualquier foco que, además, intoxica y te aleja del objetivo. Y te animo a que hagas lo mismo cuando estés segura de tu manera de criar. Lo que los demás opinen poco importa puesto que el día a día es tuyo y de tus hijos.

No quiero tener unas hijas sumisas. Quiero que sean unas personas buenas por convicción, no porque les pueden castigar/multar. Desde luego en mi casa hay normas, demasiadas diría yo. Hay horarios, hay cosas que no se pueden hacer y otras que sí. No es una ciudad sin ley. Quiero que sepan que no pueden robar en una tienda porque es intrínsecamente malo no porque las puedan pillar y eso conlleva una multa. Que la vergüenza no es que te pillen, la vergüenza es robar. Quiero que lleguen al bien por convencimiento.  Y, desde luego, no quiero que aprendan una indefensión en la vida. Quien tiene interiorizada esa indefensión después tolera que los demás lo traten mal: su pareja, su familia, su jefe, la típica amiga tóxica que no te deja respirar si no es con su permiso. ¿Alguna vez te has sentido así? Si tu respuesta es afirmativa recorre con la mente y de un vistazo tu memoria y sitúate siendo pequeña. ¿Alguna vez te has preguntado cómo consigue la gente no dejarse avasallar? Pues o porque fueron educados en el respeto hacia sí mismos o porque de mayores lograron dar la vuelta a la tortilla.

De todas las herramientas que un ser humano puede disponer, sin duda, la más valiosa, es poseer la capacidad de pensar y escoger. Saberse lo suficientemente importante como para que sus opiniones sean tenidas en cuenta. Al menos escuchadas. Y eso se aprende en casa. Principalmente de los padres, principal familia de los menores. Me reconozco muy dubitativa en muchos aspectos de la crianza de mis hijas pero justamente este lo tengo diáfano. Le repito muchísimas veces a la mayor que tiene derecho a decir lo que piensa. Siempre y en todo lugar y que jamás le permita a nadie que le falte al respeto. La pequeña es todavía muy pequeña pero seguiré con ella el mismo camino. Y me dan igual los cantos de sirena y los opinólogos. En mi interior resuena bien. Y esto, hace tiempo, como dije al principio, que aprendí a escucharlo. ¿Qué mejor voz que la de la propia conciencia?

¿Y tú? ¿te reconoces en alguno de estos parámetros o ejemplos? Dale una vuelta porque es muy útil.

 

Puedes seguirme en facebook y en twitter

Sin categoría
Gema Lendoiro el

Entradas más recientes