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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

No se admiten niños

Gema Lendoiro el

Las ideas a defender sobre una manera de entender la infancia traen más discusiones que el conflicto árabe-israelí. O que la religión. O que el fútbol. Además la infancia es mucho más duradera que todo lo demás porque el conflicto en oriente medio a veces está calmado, no siempre se habla de religión. Y la liga también descansa. Pero siempre hay niños o, lo que es paralelo a esto, siempre hay madres dispuestas a defender sus teorías.

El blog Siénteme crianza, que leo con asiduidad, hablaba el otro día de los espacios de ocio vetados a los niños. Se hacía eco, a su vez, de otro artículo publicado en The Huffington Post sobre el mismo tema. Coincido con María del Mar (la autora de Siénteme crianza) en que ahora hay una sobre medicalización de los menores. Lo que antes era un niño inquieto, que no paraba, ahora es un niño diagnosticado con TDH. Sé que es algo serio y por no disponer de información suficiente sobre este tema me limitaré a decir que quizás antes no se medicaba porque no se conocía la enfermedad. Pero en lo demás, aunque entiendo sus razonamientos, no los comparto.

Creo que por encima de cualquier derecho está el de la elección. El de ser libre. Si estamos hablando de propiedad privada el dueño tiene que tener la libertad de poder elegir. Y si hace un estudio de mercado y encuentra que tener un hotel sólo para adultos es una idea porque no hay ninguno de estas características y decide abrirlo, no encuentro discriminación alguna. Existen hoteles que son sólo para gays (hombres) ¿esto es una discriminación a la mujer? yo, desde luego, no me siento discriminada y, en el caso de estar soltera y sin pareja, agradecería profundamente la información porque no es un buen destino para encontrar tu amor de verano.

Se suele comparar con las discriminaciones tipo, ¿qué pasa si no dejasen entrar a negros, judíos o musulmanes? Bien, no es lo mismo. ¿Por qué? Es fácil, no dejar entrar a estos citados sería por una cuestión de racismo o de creencia. Lo de los niños es diferente. A los adultos se les supone una manera de comportarse. Y no sólo eso, es que se les exige. A unos niños, no. Sobre todo si tienen uno, dos, tres años. Es imposible convencer a un niño de que se esté quieto en un viaje. No sería, además, un niño sano.

Particularmente jamás me han molestado los niños. Muy pocas veces he pensado, qué niño más impertinente, aunque los hay. Me gustan los niños, me siento cómoda con ellos pero entiendo que hay actividades que sólo son pensadas y diseñadas para adultos. O para determinada clase de adultos. Hay hoteles especializados en el IMSERSO. Y nadie ha levantado la pancarta de la discriminación. Y en esos hoteles servidora tendría vetada la entrada porque tengo “sólo” 40 años. Sin embargo conozco a mucha gente a la que no le gustan los niños. Y están en su perfecto derecho a no tener que convivir con ellos. Hay gente que no tolera el ruido. Y los niños son ruidosos. Mis hijas hacen ruido. Constantemente. A mí tampoco me encanta su ruido pero como son mis hijas y las quiero por encima de todas las cosas, he llegado a tolerar su constante movimiento. Pero no todo el mundo tiene que pensar lo mismo que yo. Ni mucho menos la gente tienen que adorar el ruido que mis hijas pequeñas hacen.

Por lo tanto entiendo perfectamente que indica que prefiere pasar su rato de ocio sin niños. ¿Cuántas madres conoces que a las diez de la noche se sientan en el sofá y de repente piensan: ¡Qué paz, qué silencio!? Yo soy la primera que, tras una jornada agotadora, lo pienso. No echo de menos en absoluto mi vida solitaria de antes. Pero quizás porque ahora lo tengo poco, cada vez valoro más el silencio. Tanto es así que a veces hasta ni la tele enciendo. Porque disfruto de la nada. De no escuchar nada. Si acaso mi respiración.

Hay muchas situaciones que pueden hacer que un adulto opte por viajar o alojarse en un lugar vetado a menores de 14 años. Una persona que viaja de Madrid a Hong Kong y aprovecha el vuelo para dormir. Cuando llegue ahí tendrá el tiempo justo para ir a la reunión sin ni siquiera pasar por el hotel. Las negociaciones son duras y se juegan millones de euros. De esa negociación depende, por ejemplo, que muchas familias se queden en el paro o sigan en sus puestos. La compañía decide pagar un billete en primera para que pueda dormir estirado. Pero en esa clase también va una familia con un bebé que se pasa el vuelo llorando. ¿Quién tiene la culpa de que esa persona no pegue ojo y la reunión sea desastrosa? En realidad nadie. Un bebé llora porque le pasa algo. No se puede obligar a un bebé a que no lo haga. Lo más probable es que llore porque le duelen los oídos. Por lo que sea. Pero llora. Tampoco el pasajero tiene la culpa. ¿Cuál habría sido la mejor solución? ¡Bingo!, un vuelo al que no puedan acceder menores. Y ahora usted dirá: También en los aviones hay personas que molestan. ¡Cierto! Pero a un adulto le puedes recriminar un comportamiento no adecuado. A un bebé, o a un niño no le puedes pedir de deje de serlo.

La cuestión no es la discriminación. También hay gimnasios sólo para mujeres, lo que me parece una gran idea, por cierto. La cuestión es la capacidad de elegir. De tomar nuestras propias decisiones. Y lo repito de nuevo. Estamos hablando de lugares privados, nunca de públicos. Y estamos hablando de elecciones. Y deben ser respetadas. ¿Se le puede echar en cara a una mujer que no quiera tener hijos? No, ¿verdad? Entonces ¿por qué vamos a echar en cara a alguien que quiera ir a un restaurante que no los admite? No es una cuestión de que no se quiera a los niños. Es cuestión de que existan abanicos de posibilidades para escoger. Escoger, por ejemplo también, que no acudes a un lugar donde no se admiten menores. Cuestión de libertad.

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Gema Lendoiro el

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