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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

¿Se adapta la casa a los niños o los niños a la casa?

Gema Lendoiro el

 

 

Gran pregunta donde las haya. Servidora, como en casi todo lo referente a las grandes ideas sobre la maternidad, donde dije digo, digo Diego. O, como soy gallega me acojo al siempre recurrente: depende. Y es que así es. Depende. Teniendo en cuenta que las niñas duermen, ambas, en el lecho conyugal, se pueden imaginar ustedes el grado de adaptación que tenemos. ¡Con la habitación tan ideal que tienen! Mofletes Prietos (22 meses) en teoría duerme en su cuna pegada a nuestra cama pero, sobre la una de la madrugada se pone de pie y al grito de ¡¡¡yo, yo yo!!! levanta pierna y se pasa a la cama. Se coloca entre todos y codo hacia la izquierda, codo hacia la derecha y con esa voz que Dios le ha dado dice: ¡¡¡Quita!!! y, boca arriba y espatarrada continua plácidamente su sueño. Los demás, pues ya se imaginan. Pero a todo se acostumbra una y yo estoy encantada porque, desde hace 5 meses, salvo noches muy puntuales, las niñas duermen (por fin) toda la noche del tirón.

El salón de la casa es para todos. Cierto es. Y pueden jugar en él. Ojo, pero los juguetes no se dejan en el salón de un momento para otro ni por asomo. Si terminas de jugar, recoges. Soy una madrastrona, lo sé. Pero aquí cada una se recoge lo suyo. La pequeña lleva su pañal a la basura. Llámenme tirana que lo asumo. No he quitado las copas de vino al alcance de las dos en un mueble. Prefiero enseñarles que eso no te toca y, si bien es cierto que ya hemos sacrificado hasta la fecha dos copas y una taza de café en el intento, ya hace mucho que ni se acercan. Prueba superada. No se salta encima de los sofás, ni tampoco se ponen los pies con zapatos en ellos. Miren que me daría lo mismo porque tengo un sofá de estos que se lavan con agua y jabón incluido si tiene manchas de bolígrafo, un Divatto, que creo que para tener niños en casa los materiales tienen que estar hechos a prueba de bombas. Ya lo han aprendido también. Que para estar en el sofá hay que descalzarse. Bueno, vamos a ver este punto con realismo. Aquí mi mérito es nulo porque en esta casa todos odiamos ir calzados. Así que en cuanto se cruza el umbral de la puerta, uno se deshace de invento tan malo.

Si algo ya he aprendido como madre en estos casi 4 años (en unos días Doña Tecla cumple 4) es que lo que funciona con un hijo no necesariamente sirve para el otro. Si somos personas diferentes lo somos desde pequeños. Recuerdo cómo conmigo sí funcionaba la disciplina de pequeña (y de hecho rindo más con un jefe disciplinado hoy en día) Y recuerdo cómo con mi hermano, no. Pues con mis hijas sucede lo mismo. Mofletes Prietos funciona con órdenes firmes y sencillas. Doña Tecla, no. La mayor es muy sentida, muy sensible y las cosas hay que explicárselas con suma suavidad y tacto. La pequeña, todoterreno, si aplicas esa táctica, directamente se ríe de ti en la cara. No sé cómo explicarles las veces que me tengo que dar la vuelta para no reírme cuando le estoy diciendo que algo no se hace. Simplemente los caretos que pone y esa forma de hablar que suena igualita a la de un chino de Lavapiés cuando habla español me hace tener que irme si pretendo conservar un estatus de madre un poquito “seria”. De verdad, no sé de donde me ha salido una hija tan coñera y simpática.

La cocina. La cocina es, probablemente uno de los sitios más peligrosos. Lo que más temo es el horno. Mi horno es de los que queman por fuera si están encendidos por dentro. No me llamen ustedes memas porque los hay megamodernos que no queman. Teniendo en cuenta que están justo a la altura de los peques la solución es acercarlos lo más posible (sin que lo toquen, obviamente) para explicarles: ¡Mira, esto quema! Por desgracia los enanos comienzan a entender el significado de que algo quema cuando ya se han quemado pero, ojo, no es lo mismo que les queme la taza de café porque la tocan a que se quemen con un horno. En el primer caso no pasa nada, en el segundo lo más probable es que acaben en urgencias. Pánico es poco. Así que la cocina suele estar siempre cerrada. Y si se pone el horno pues ni cuatro ojos son suficientes. Alerta total.

Ventanas. Sin duda es mi caballo de batalla. Le tengo pánico escénico. Me paso el día comprobando los cierres. En teoría no llegan pero en la práctica pueden, perfectamente, arrimar una silla y llegar. La mayor no se acerca ni de coña. Ella es la prudencia en persona. Pero Mofletes es otra cosa. Afortunadamente tenemos una casa pequeña así que con un vistazo está todo controlado. Pero les juro que es un tema que me ha llegado hasta a quitar el sueño. Literal. Típica noche de verano que duermes con la ventana abierta y piensas: ” A ver si se va a levantar la niña y se acerca y hace no sé qué…” Las caras de los maridos cuando les cuentas estas cosas suelen ser de pensar: “¿En serio me casé con esta loca?”

Pintar las paredes. Esto es como los sofás. Lo ideal es enseñarles a que no lo hagan pero si tienes pintura lavable, mucho mejor. En esta casa viene de serie y, oiga, de fábula también. De momento no hemos tenido ninguna expresión artística. De momento. Y no podemos permitirnos tenerla puesto que la casa, alquilada, debe devolverse en idénticas condiciones, de lo contrario la fianza no será devuelta. Como no somos ricos, no nos conviene en nada este punto. Y aunque lo fuéramos.

En definitiva y para ir concluyendo. Soy más partidaria de adaptar al niño a la casa y no viceversa. Obviamente en algunas cosas hay que facilitarles las cosas en cuestión de tamaños como las sillas o las banquetas para que se puedan lavar los dientes pero enchufes, esquinas y cosas por el estilo soy más partidaria de atención por parte de los adultos.

¿Y vosotros? ¿Adaptáis a los niños a la casa o la casa a los niños?

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