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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

Las zonas oscuras de la maternidad

Gema Lendoiro el

 

 

 

 

 

 

 

En época estival y de “vacacioneo” servidora lee papel mucho más que internet. Esos grandes placeres que la vida diaria nos destierra vuelven a nosotros de manera inexorable. Novelas que esperan ser atendidas todo el invierno son devoradas en verano. Y hasta me he encontrado mirando al mar, sentada en una cómoda silla, mientras disfruto del noble arte de papar moscas. Como cada verano.

Ha caído hace un rato en mis manos una entrevista publicada en el XL Semanal con Beatriz de Moura. Esta señora es conocida por muy pocas personas. Sin embargo ha influido o tenido que ver en la vida de miles. ¿Por qué? Bien, es sencillo. Ella ha sido durante 45 años la responsable de la Editorial Tusquets, santo y seña durante décadas de un catálogo lleno de obras imprescindibles. Milan Kundera, Luis Landero o Almudena Grandes, son algunos de sus ilustres escritores. En cuanto vi que había una entrevista con ella, enseguida quise leerla. Siempre me ha fascinado el mundo de las mujeres en la edición. Ellas son las que mandan aunque se enfrenten, casi siempre, con el temible techo de cristal. Pero ahí están dándolo todo por la literatura. No son grandes conocidas pero lo que hacen sí lo conoce muchísima gente. Detrás del libro que usted ve en esa estantería hay una fascinante historia de edición que sólo algunos afortunados conocemos. De una manera o de otra sigo estando vinculada al mundo de la edición porque sigo ejerciendo de agente literario. Durante seis años fui editora y reconozco que muchas veces añoro ese mundo. Es un mundo especialmente bonito donde sólo se puede estar por vocación.

Pero, ¿qué tiene que ver una entrevista con Beatriz de Moura con un blog de maternidad? Pues algo, no se crean que no. Para empezar el titular de la entrevista es:

                                                                    “No he tenido hijos por temor a no saber qué hacer con ellos”

Te adentras en el texto y descubres unas palabras que te inquietan. Al menos a mí me levantan alertas profundamente dormidas hasta hace años. Para empezar, De Moura destierra la idea idílica que muchos puedan tener sobre cómo es la vida de los hijos de diplomáticos (ella lo es):

 

“Es el desarraigo continuo durante una parte muy importante de la vida, porque va más allá de la adolescencia. La edad del pavo la pasé sin referencias y sin raíces. ¡Fue un palo!, creo que esa vida no es buena para la formación de un niño”.

 

La periodista (la gran entrevistadora Virginia Drake) le insiste en que eso le habrá tenido que aportar el conocimiento de otros países, de otras culturas y de otros idiomas, a lo que ella responde (y esto es lo que verdaderamente me ha impactado de la entrevista):

                                    “Pero lo que te da no compensa lo que te quita, sobre todo durante la niñez.  De hecho, yo no he tenido hijos por temor a no saber qué hacer con ellos. De niña, tuve la sensación de que no sabían qué hacer conmigo; pensaba que era solo una maleta más que trasladar cada dos años. Nunca he tenido eso que llaman “instinto maternal”

La entrevista después ya va por otros derroteros más relacionados con su función como editora pero antes de entrar en el tema, ella desvela detalles de cómo fueron sus padres, lo que significaron para ella y, lo que es más importante: lo que trasladaron de forma inconsciente hacia ella, llegando a definir en su mente que no tenía instinto maternal.

Os dejo aquí la entrevista entera que es maravillosa.

Pero a lo que iba. Me he quedado pensando toda la tarde hasta dónde los padres podemos llegar a influir, tanto de manera positiva como negativa en las emociones de nuestros hijos. Aquello que proyectamos más allá de nuestras palabras, en nuestras actitudes, en nuestras miradas, en lo que decimos cuando creemos que no nos oyen. Aquello que conforma la verdadera patria del ser humano, la infancia (la frase en cursiva es de Rilke, no mía). Qué importantes son los gestos. Algunas cosas que siempre, a cada rato, en mi imperfección como madre me empeño en hacer y decir son frases tipo: ¡qué orgullosa estoy de ti!, ¡Cómo me importas!, ¡Qué feliz me hace tu existencia! Y, desde luego, además del contacto físico a raudales, las miradas de amor, el nunca decir frases tipo “me tienes harta”, el demostrarles a cada minuto que pasa que todo es por y para ellas. Siempre. Incluso cuando ya no estemos en este mundo.

Con cuarenta años, justo cuando las carnes empiezan a dejar de ser lo que eran, parece que la vida te abre las puertas de un paraíso: el de comenzar a comprenderte quién eres y por qué eres lo que eres. Empiezas a ser más benevolente con los demás. Empiezas a ser mucho más tranquila y, sobre todo, empiezas a comprender que las zonas oscuras y erróneas tienen su por qué y, lo que es más importante, su para qué.

Una de las grandes razones por las que escribo este blog es para que Doña Tecla y Mofletes Prietos algún día lo lean. Puede que incluso lo entiendan cuando ellas mismas cumplan cuarenta años. Para entonces puede que yo ya no esté aquí, quién sabe. Muchas veces me pregunto cuántas preguntas que me hago o me he hecho se las harán ellas. Mis temores (además de que se puedan ir antes que yo) van por derroteros cómo si sabrán ser capaces de buscar y encontrar el equilibrio, la paz y la felicidad aunque sea por momentos. Mis otros temores tienen que ver con mi posible incapacidad algún día para no entender sus miedos o no saber ayudarlas en aquello que busquen. Nadie puede hacer las cosas a la perfección pero sin duda el peor de los fracasos para mí sería que mis hijas algún día pensaran de mí que soy una mala madre o que no supe estar a la altura o que mi ejemplo les sirvió para no querer ser madres. Eso sería terrible.

Bueno, pues toda esta parrafada me ha venido hoy a la mente y quería compartirla aquí, en mi espacio tan querido. Me resulta muy gratificante leer a este tipo de mujeres tan sumamente interesantes. Que confiesan abiertamente que no han sido madres por carecer de instinto maternal, algo que no siempre ha sido comprendido en nuestra sociedad. Una mujer de 75 años con una vida repleta de experiencias acumuladas, sin rastro de resentimiento. Me parece una señora con unas ideas muy claras y muy sencillas. Me ha gustado mucho y, sobre todo, me ha dado qué pensar…así mientras papaba moscas.

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