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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

El feminismo que fue contra las mujeres

Gema Lendoiro el

Enlazando un poco con lo que hablábamos ayer de la maternidad como un oficio que, desde mi punto de vista, debería ser sagrado, quiero hablar hoy de una cuestión peliaguda: el feminismo y lo que se dejó en su camino más combativo.

No me quiero poner moñas ni tampoco guerrera. Me gustaría encontrar un punto medio, que ayude a reflexionar a la que no tenga clara su postura. La cuestión es muy amplia pero en términos generales lo puedo resumir así: ser madre me ha revolucionado por dentro más que a un hippie descubrir el cannabis.  Y en esto, me temo, no soy nada original. Yo me crié en un colegio femenino y feminista a ultranza, donde te daban una colleja si a la pregunta “¿Qué quieres ser de mayor? respondías: mamá” Y laico, para más señas. Ese discurso termina calando. Y a pesar de seguir estando del lado del feminismo, creo que este nos ha metido a las mujeres/madres en un auténtico embolado. En un marasmo de emociones de las que salimos difícilmente porque, entre otras cosas, no siempre tenemos la buena información a nuestro alcance.

Vayamos por partes. Creo que el verdadero feminismo es aquél que lucha porque hombres y mujeres tengan idénticos derechos y oportunidades. Y ese fue el espíritu del primer feminismo, aquí en España abanderado por Clara Campoamor o Victoria Kent. Ahora bien, el que resurgió con fuerza en los años sesenta, el de las feministas de fuera el sujetador, el que propugnó que hombres y mujeres éramos idénticos se equivocaron de lleno. Porque sencillamente no es cierto. Y de eso te das cuenta, por ejemplo, cuando te sientes la peor mujer del mundo porque tienes que volver a trabajar con un bebé de 16 semanas al que, en el mejor de los casos, lo dejarás con una abuela. Y en el peor, en una guardería. Entonces, cuando se te rompe algo por dentro, te encuentras con frases tipo: no queda otra. Pero tú sabes, en el fondo lo sabes, que eso no cierto. Pues no quedará otra si no se puede prescindir de pagar la luz (que no se puede) pero habrá que buscar alternativas viables a una sociedad que rechaza que una mujer se quede en casa más de 16 semanas cuando eso va, de todas todas, contra natura (ojo, inciso, si la mujer quiere volver defiendo su libertad a hacerlo)

Si una sociedad promulga eso; que la madre se reprima sus lágrimas al dejar al bebé en la guarde porque ” va a estar genial atendido”, si una sociedad, impulsada por un feminismo erróneo, va buscando igualdad a base de ir contra las propias mujeres, entonces estamos haciendo el canelo. Y yendo hacia atrás.

El instinto más potente que tiene cualquier ser vivo sobre la tierra es el de la supervivencia. Para garantizar la especie. Es tan fuerte ese instinto que viene de serie. De manera que una humana criada en la selva sabría perfectamente qué hacer con su bebé si lo pariera sola. Sabría cuidarlo y amamantarlo. Es lo natural. Pues bien, si lo natural es eso, ¿por qué ir contra ello? ¿Acaso no es motivo de orgullo ser el sexo que alberga la vida, la pare y la nutre con nuestra leche? ¿Es eso digno de orgullo o es digno de vergüenza? ¿Qué avance está consiguiendo una sociedad que hace creer a una mujer que querer quedarse en casa con su cría es de marujas, de mujeres anticuadas, de mujeres que no saben hacer otra cosa? Porque ese mensaje lleva calando décadas y parece que es actualmente el más estable. Algunas mujeres, de forma tímida, se están empezando a rebelar y comienzan a decir que eso no es así. Y es que no es así. Nos pongamos como nos pongamos la naturaleza no atiende modas ni circunstancias económicas. Y una mujer si a los treinta y tantos no se ha emparejado, la mayoría de las veces siente la llamada de lo que se conoce como reloj biológico y que no es, ni más ni menos que el último aviso antes de que se cierren, definitivamente, las compuertas.

El feminismo sacó a las mujeres de las casas, de los hogares y ahora esas mujeres, muchas, están perdidas porque sienten que van en


contra de sí mismas. Y muchas no lo expresan porque temen no ser comprendidas. La igualdad de derechos es indiscutible y en eso sólo me queda aplaudirlas. Pero se dejaron el trabajo a medias. Nos contaron que éramos iguales y se equivocaron. Nos sacaron de la cueva donde manteníamos el fuego pero no nos explicaron qué hacer mientras para que ése no se apagase. Lo dejaron todo a medias. Y las consecuencias más inmediatas son sociedades hambrientas de calor materno, niños arrullados en sus primeros meses por mujeres que, a su vez, han dejado a sus hijos a miles de kilómetros. Y esto lo propicia nuestra sociedad. Y la llamamos avanzada. Está claro que algo no está funcionando.

Me gustaría que fuésemos cada vez más conscientes de que ser madre no es incompatible con ser profesional. Lo que sí es incompatible con ser madre es ser un hombre y por eso una mujer no tiene que perseguir la masculinización de su vida sino defender su condición de gestante, de criadora, en un momento determinado de la misma. Un momento que no impide que siga pensando y aportando a la sociedad en la que vive. Que la sociedad entienda que una mujer que se retira a cuidar a sus hijos no es una carga, es una inversión de futuro, no está cuidando plantas, está ayudando a la sociedad con sus activos más importantes, las personas.

Esa es la última parte de la revolución feminista que queda por hacer. Miro con envidia países nórdicos donde se da por hecho que la mujer, cuando pare, hace un paréntesis para criar. Y a nadie le parece eso ningún atraso. Las feministas no parecen haber conectado con su feminidad. Pero la natural, no la de pintarse las uñas. Necesitamos una sociedad mucho más comprometida con la maternidad porque en ella está el origen de los nuevos miembros de la comunidad.

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PD. En mi época de editora en el Grupo Planeta, publiqué este libro sobre Clara Campoamor, de Isaías Lafuente. Recomiendo su lectura

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