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Nadie llevará flores al rebelde que fracasó

Salvador Sostres el

Es un debate muy de la edad que ya tengo y que anima las sobremesas con anécdotas memorables. ¿Quién puede hacernos más daño, un imbécil o un hijo de puta? Es un debate que tiene que ver con la inteligencia, con la compasión, con lo que esperas de la vida, con lo que hemos sufrido cuando menos lo esperábamos. También tiene que ver con lo absurdo que es a veces vivir, con la desesperante dictadura de los débiles y con lo inútil que resulta ser uno de los tipos más inteligentes de tu era o el mejor columnista de España si la vida de un idiota tiene algún vínculo, por remoto que sea, con la tuya.

La otra pregunta, porque más que un debate es una pregunta, es si he venido al mundo a salvar a las personas a las que más desesperadamente amo o bien a acompañarlas en su vagar dramático, hasta su total hundimiento. Confieso que tras tantos abordajes ya no sé si soy el que defiende su tesoro o el que trata de robarlo. Yo era el invencible y tu permanente vivir en la tiniebla del victimismo, la pasividad y el agravio me ha ido desarmando hasta dejarme temblando. Tanto creer que seguir escrupulosamente las normas iba a protegerte, para haber acabado tan lejos de la luz. Sin intención no hay propósito y sin propósito Dios se inhibe.

Y de fondo, la actitud. Es cierto que el conflicto agota y que moriré joven de tanto vivir así. Pero he visto a las más delicadas criaturas ahogadas en el colapso de tratar de disimular sus contradicciones, y cómo les acaba golpeando una violencia mucho peor que la que intentaban evitar.

El mal existe y no está en nuestra mano borrarlo de la Tierra. Pero está en nuestros genes, que son los genes de Dios, la intuición del bien y el ímpetu de propagarlo. Contra el mal tenemos la inteligencia, tenemos los poemas de Valentí Puig, los cócteles de generales de la OTAN, la voluntad y la épica y la condición de hombres libres que nos predispone a la gesta. Aprendemos de la audacia del diablo y cuando la incorporamos tenemos mejor información para sobreponernos al próximo desafío del mal.

Pero nos cuesta un mundo reaccionar contra los imbéciles, contra los cretinos, contra quienes siempre toman la decisión más impredeciblemente estúpida. Nos sentimos crueles, no siempre detectamos su imbecilidad a tiempo, ¡con lo listos que somos!. Nada podemos aprender de ellos y nos acaba perjudicando del modo más grotesco lo que hacen, y siempre pagamos por nuestra indulgrncia con ellod un altísimo precio. Mientras, ellos nos miran con su cara de idiotas y aún pretenden tener razón y darnos sus lecciones.

Hemos derrotado a Hitler, hemos derribado el muro de Berlín, el independentismo ha sido derrotado y el lunes ABC y GAD 3 van a explicar en exclusiva lo cerca que tambié estamos de extirpar este cáncer llamado Pedro Sánchez.

Pero luego están los imbéciles, los desgraciados, los gafes, los que van de débiles y son un ejército invencible. No te atreves a enfrentarte con ellos, te da pena verlos tan limitados, tan poca cosa, con sus vidas tan de mierda; una compasión mal entendida te paraliza y poco a poco te amargan, te humillan, te van ensuciando los días y torciéndote la voluntad. No está en los genes de Dios levantarse contra un anormal. Decirle a un idiota que es un idiota no tiene épica y deja rastro la mala conciencia, pero la pasivodad contra los imbéciles es más devastadora que contemporizar con el mal. Son cosas que uno aprende con la edad, normalmente cuado es ya demasiado tarde.

La compasión con los imbéciles es la misma gravedad que enamorarse de la persona equivocada y la misma conspiración que ponerse al servicio del Mal. No se puede amar sin misión: a la indiferencia ante el hundimiento no se le puede llamar amor, pero lo que más probablemente te sucederá si intentas salvar a una pobrecita que va de víctima y de débil, es que te acabes hundiendo con ella.

La vida no tiene solución. Tiene tragedia. Tenemos que levantarnos y luchar pour effacer la tache originelle, porque estamos hechos a la semejanza de Dios, que nos dio la libertad y el amor, el deseo de un mundo mejor, y porque un católico cobarde no podría ser la heredad de Karol Woytila. Pero aunque me desviva y me desangre por tratar de ayudarla en su esfuerzo por no ser tan infeliz, y acepte la siniestra miscelánea de los necios sin oponer resistencia, ni siquiera la de mi dignidad, perderé y sobre mi derrota no se construirá ningún monumento, ningún progreso, ninguna gloria, nadie llevará flores al rebelde que fracasó, ni siquiera podré escribir la Historia, porque no la escriben los que pierden, y me revolveré eternamente en mi tumba cuando la dictadura de los débiles haya impuesto sin piedad su relato su relato y se diga de mí que escribía muy bien pero que era muy difícil vivir a mi lado.

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