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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Michelin 2018, otro fraude

Salvador Sostres el

Michelin lo dice todo convirtiendo a Martín Berasategui en su referente, con un total de diez estrellas. Esta guía se ha convertido en el mayor insulto a la gastronomía española, y aunque la mala fe de sus directivos es evidente, siempre me quedará la duda si sólo hay mala leche y ganas de hacer daño, o si además hay una parte de incompetencia y de limitación intelectual. Una parte hondísima, porque si no responde a la deliberada estrategia de hundir el prestigio de España y de Barcelona como capitales gastronómicas, hay que ser realmente un cretino para darle tres estrellas a Àbac (Jordi Cruz) y a la otra tontería -una más- que Martín tiene en mi ciudad. Más bajo no se puede caer. No creo que se pueda ser más miserable.

Cualquiera con dos dedos de cerebro sabe que, en Barcelona, Hoja Santa, Dos Palillos, Pakta, Enigma y Disfrutar son tres estrellas clarísimos; y que Gresca, Via Veneto y Tickets merecen sin duda la segunda. En el caso de Gresca, la primera y la segunda de golpe, porque incomprensible y escandalosamente no tiene ninguna. No puede ser casualidad que nada esté en su sitio. Sólo puede ser odio, resentimiento, miseria moral, y tal vez una inframentalidad de la que no se regresa, aunque como les decía antes, sobre esto último.

Es mi lamento de cada año, lo sé. Y lo será hasta que me muera. Michelin fue muy importante para mí, yo soy uno que ha crecido cosido a esta guía. Michelin era mi luz, mi sistema de fascinaciones, tenía la francesa y la española de cada año, a veces también la italiana y a partir de 1995, la inglesa. Mi primera Michelin inglesa me la regaló aquel año Juan Tapia, con sus anotaciones y comentarios. Yo había empezado a trabajar en La Vanguardia aquel verano y Juan no es que fuera el director, sino mi director. Cuando en noviembre me fui a Londres con mi novia de entonces y su regalo, no pude ser más feliz.

Pero todo se torció cuando Michelin quiso primero negar y luego retrasar la evidencia de que Ferran Adrià era el gran cocinero de todos los tiempos, y El Bulli lo más importante que jamás le había sucedido a la historia de la gastronomía. Michelin vio cómo se le caía el tenderete de la pasadísima cocina francesa, vio como una hegemonía de décadas se derrumbaba y quiso proteger su negocio. Yo esto, en general, puedo entenderlo, y en cierto modo hasta apreciarlo, porque no hay nada que reprochar a un empresario que protege su negocio, pero en el caso concreto de la alta cocina, que es una disciplina artística, esperaba de Michelin algo más de grandeza. Fue una canallada cómo maltrató a Ferran personalmente y al Bulli como idea, y una vergüenza que la perseguirá para siempre cómo jugó a encumbrar a Santi Santamaria y a su infame Racó de Can Fabes, ambos cerrados por defunción, pero Santi llevaba muchos años muerto antes de morir físicamente. Murió atropellado por la oliva esférica. Michelin, como los médicos cuando han de darte la triste noticia, sólo pudo decir “hemos hecho lo que hemos podido” justo antes de darle sepultura.

Aquellos años fueron terribles. Lo que Michelin nos hizo y se hizo fue un golpe durísimo. Nuestra guía del alma se volvía contra nosotros y empezaba a dispararnos. Nuestro sistema de prestigios se desmoronaba. Quedamos huérfanos. Tanto, que hasta confiamos a la desesperada en Rafael García Santos, un mono soberbio vestido de Prada, tanta comedia para acabar siendo un pobre apologeta de Berasategui. En fin, que fue una tragedia. La lista de los 50 Best vino a paliar -ni que sólo fuera un poco- el desastre, pero han perdido absolutamente la cabeza. La Osteria y el Eleven son una broma: sólo un demente, o varios, pueden considerarlos los mejores en nada.

Nos quedamos huérfanos y hasta aquí hemos traído nuestra orfandad a cuestas, sin consuelo y sin remedio. Es un lamento amargo, profundo, que viene de muy lejos. Tal vez ya sólo sea el eco de un lamento, una tristeza sin estrategia para salir de ella, con lo felices que podríamos ser si la guía de nuestra vida no nos hubiera tomado como rehenes, para escupirnos y humillarnos. Este es mi aullido de cada año, mi herida, mi ectoplasma. Tengo perfectamente asumido que nadie en Michelin va hacerme caso, pero a pesar de lo mucho que llego a despreciarlos, conservo todavía algo de mi fascinación antigua: no sólo nostalgia sino la pequeña y absurda esperanza de que llegará un giro que yo soy el primero que sé perfectamente que no se va a producir. Demasiada podredumbre, demasiado museo de las cloacas rebosantes.

Otro año, otro fraude. Otra derrota de todo lo que amamos. Acabaré como una puta vieja, hablando con mis gatos.

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