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Un mundo sin Baselga

Salvador Sostres el

El doctor Josep Baselga es el primer oncólogo del mundo y gracias a su talento y a su trabajo no sólo mucha gente ha podido curarse del cáncer sino que hoy sabemos mucho más sobre tan funesta enfermedad, la entendemos mucho mejor y por lo tanto estamos más cerca de encontrar una solución.

Parece que, en algún momento, según denuncia del New York Times, el doctor Baselga no mencionó que algunos de sus artículos científicos habían recibido el apoyo económico de determinadas empresas farmacéuticas. Es verdad que tendría que haberlo mencionado. Es verdad que el conflicto de intereses -o como quieran llamarlo- excede el alcance de un despiste. Pero el doctor Baselga ha tenido que dimitir como director médico del Memorial Sloan Kettering Center de Nueva York, que es desde donde trataba de ayudar a la Humanidad a entender su más letal enfermedad.

Puede que el New York Times tenga razón pero no creo que cure a mi hija si algún día tiene cáncer. Tampoco creo que el New York Times, que nos ha dejado sin Baselga, tenga ninguna estrategia para librar a sus lectores, ni a los hijos ni a los nietos de sus lectores, ni a los hijos ni a los nietos que en las próximas décadas vendrán de la terrible muerte al galope que es el cáncer.

¿De qué nos sirve la exclusiva del New York Times? Es más, ¿de qué nos sirve el New York Times? Y del otro lado: ¿qué perdemos con la renuncia del doctor Baselga? Por decirlo al modo de Óscar Tusquets, todo es comparable. Números rojos en este canje, tal vez uno de los más deplorables. Cuando hace dos veranos se publicaron todas las mentiras posibles sobre María Seguí, entonces Directora General de Tráfico, hasta forzar su dimisión, la pregunta era la misma. Y perdimos a María, tal vez la más valiosa experta en su terreno que jamás España haya tenido. Para mayor escarnio, las acusaciones se demostraron, al cabo de poco tiempo, grotescamente falsas.

Ni el doctor Baselga ni María Seguí han perdido nada: Seguí tuvo al día siguiente de su dimisión ofertas de diez veces -diez- lo que ganaba en Tráfico. Como pueden comprender, al doctor Baselga todo el mundo querrá quedárselo. Pero España perdió a alguien que nos salvaba de morir en las carreteras y la Humanidad se ha quedado con su mejor ángel en espera.

Comportándonos de este modo no somos más pulcros, ni más civilizados, ni más honestos. Somos más bestias. Más idiotas y más bestias. Sólo un idiota antepone los prejuicios de la corrección política al instinto de supervivencia y sólo los bestias matan a sus genios. De hecho, el mayor acto de brutalidad que una sociedad puede cometer es matar a sus genios. La primera vez que lo hicimos marcó el inicio de nuestra era. Y desde entonces no hemos parado. Estoy seguro de que si Dios nos volviera a mandar a su Hijo, volveríamos a asesinarlo.

Hace tiempo que el New York Times se ha convertido en la vergüenza del planeta. Montones de basura y de infamia se acumulan en su hemeroteca. Y aquí en España, lo de María Seguí fue la advertencia de lo que dos años más tarde sucedería: gracias a las hogueras de Ciudadanos nos quedamos en junio sin el presidente que nos sacó de la crisis económica y sofocó la rebelión independentista en Cataluña, y nos cayó Pedro Sánchez.

Un mundo sujeto a la imperfección humana es difícil y demasiadas veces oscuro, pero soportable. Crecemos en nuestro esfuerzo por ser libres h mantenernos vivos. Un mundo sin Baselga es un mundo mucho más a la intemperie. Una España sin María Seguí es una España más mortífera. Un mundo en que todavía somos los que matamos a los genios es un mundo que nada ha aprendido de sus tragedias más devastadoras.

Algún día alguien preguntará por sus faltas a los que tanto hurgan en las faltas de los demás. Algún día te preguntarán qué nos diste a cambio de asesinar las virtudes de los demás. Algún día haremos balance de lo que nos has significado: números rojos en la cuenta de la Humanidad. Tus chismorreos de hoy envuelven los cadáveres de mañana.

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