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Blogs French 75 por Salvador Sostres

El agua hasta el cuello

Salvador Sostres el

Hacía tanto calor que la niña hasta las 9 de la noche se ha negado a salir de casa. Hemos ido al club. Todo cuando oscurece parece más noble y probablemente lo sea y Maria estaba encantada con la piscina iluminada. Se ha puesto a jugar con otra cría de su edad y yo también me he bañado. Hasta el agua estaba caliente y llevado por el encanto de la noche que iba cayendo he pensado en cómo me ha ido la vida en los últimos meses. Sé lo que he hecho y por qué lo he hecho, pero ben al fons el cos recorda i encara tinc la pell mig del sol, mig de la lluna.

En pocas decisiones me reconozco tanto y pocas me han producido tanta nostalgia. No tanto de nadie como de mí mismo. De un cierto modo de vivir o quizá, más exactamente, de la ilusión de creer que hubiera podido para siempre vivir como en la recta final de una gran carrera, con el estadio en pie saludando al que está a punto de tocar la gloria. Pocas decisiones hablan tanto de mí, de quién soy, y cómo y por qué, y muy pocas han sido tan importantes como la que últimamente he tomado, en el sentido de que mi vida dejó de pertenecerme cuando fui marido y cuando fui padre.

Todavía hacía calor, demasiado calor, pero no tanto como durante el día. Con el agua hasta el cuello, y aunque hasta el agua estaba caliente, he estado algo parecido a estar bien. Como la noche en el jardín, algunas de las imágenes que conservo de estos meses, algunas de las palabras y de los gestos, han ido cayendo en mi mente como un velo engañoso pero encantador que por unos instantes me ha devuelto a la efervescencia del invierno. Mi cuerpo ingrávido en el agua, la parte de los reproches y del dolor tampoco pesaba. Pero incluso en estos momentos de dulce evocación me he sentido convencido no sólo de haber hecho lo correcto sino de que si hubiera hecho lo contrario me habría dramáticamente equivocado.

Mi hija todavía jugaba pero he salido del agua porque el doctor Vila me estaba llamando. Le he explicado mis pensamientos y muy oportunamente -aunque he de confesar que su verdad, así de golpe, me ha impacientado- me ha recordado que en los meses que ahora rememoraba no estuve nunca tranquilo y que a pesar de que los alargué por los momentos de alegría y de placer que me proporcionaban, siempre tuve claro cuál sería mi decisión y mi sentido. Y también, y sobre todo, por qué. Me ha dicho también: “tiene gracia, ¿sabes?”, y yo, algo irritado por el modo tan abrupto en que me había despertado de mi ensoñación, un poco borde, le he preguntado: “¿tiene gracia el qué?”, y entonces me ha hecho reír al hacerme ver que contaba la historia de tal modo que parecía un marido adúltero, o uno que hubiera abandonado a su esposa para irse con otra mujer, cuando como los lectores saben ha sido al revés. Bueno, al revés en la parte de que yo fui el abandonado.

Pero hay algo creo que no haber contado, y que completa de un modo significativo tantos otros artículos que reflexionan sobre lo mismo sobre lo que reflexiona éste. Y es que en el momento de inclinar el curso de mi vida no tuve en cuenta sólo a Maria, mi concepto de familia o la proyección que mi hermana dice que hago de ser hijo de padres divorciados. Tuve en cuenta, y mucho más de lo que entonces pude entender, a mi mujer. A pesar de que había sido ella la que había querido separarse, y del rebote de querer como demostrar algo que suele tener el abandonado, no me veía capaz de decirle que me había enamorado de otra chica, y por estoy convencido de que fue por esto -y sólo por esto- que nunca llegué a realmente enamorarme. A veces cuando lo pienso, me pregunto si no será un sentimiento algo arrogante: ¿y si en verdad no le importara nada, si yo me enamoro de otra mujer? ¿No fue ella quien me dejó? Pero el caso es que éste es mi sentimiento, mi sentimiento interior e incrustado, sintiéndome infiel y hasta un traidor por cualquier amor que no sea por ella.

Dejemos esto claro: por mi hija habría tomado la misma decisión, por mis proyecciones y por mis conceptos, pero lo que más me ha sorprendido y divertido de mí en los últimos tiempos ha sido darme cuenta de que quien siempre ha estado al fondo de todo lo que he hecho, especialmente desde que se marchó, ha sido mi esposa.

Hay algo de ella que me enamoró precisamente en la despedida. Algo que me recordó, tras meses de discusiones agrias, por qué la quería tanto. Y fue que pese a que me decepcionó por romper una familia con argumentos tan frívolos, y tan inconvenientes, incluso en estos momentos tan bajos, en los que en tantos hombres y mujeres emergen sin límite ni piedad el egoísmo y la brutalidad, ella se comportó demostrando lo mucho que me quería y me respetaba, renunciando a pedir nada de lo que pudo haber pedido ni mucho menos a discutirme la custodia -compartida- de la niña. En aquel momento estaba tan enfadado que lo di por descontado, pero han pasado los meses y hoy me parece una declaración de amor más profunda y hermosa, y valiosa, que las del principio, cuando nada costaba porque todo era bonito.

Es extraño, como casi todo lo que me pasa, pero tengo la sensación de que cuando conocí a mi mujer enseguida me gustó y fui consciente de todas y cada una de sus virtudes, y que durante nuestro matrimonio las pude constatar, pero que ha sido durante los meses en que hemos estado separado, y por el modo en cómo hemos estado separado, que he descubierto la profundidad de mi amor por ella, y que ha sido en este tiempo normalmente asociado a la distancia y a la tristeza, que el vínculo entre ella y yo se ha vuelto indestructible para siempre. Le estoy profundamente agradecido por la calidad de su amor y de su luz en estos días que para mí han sido convulsos pero que para ella han sido de una doble aspereza: la primera, la soledad; la segunda, la prueba de que se equivocó y de que su problema no era yo. Y eso todavía hace que ame más su delicadeza, su ternura, su falta de cualquier resentimiento.

Justo antes de que el club cerrara, Maria ha aceptado dar por finalizado su baño, nos hemos duchado, y hemos ido a tomar algo al hotel Juan Carlos. Hemos hablado con mami, que ya estaba en la cama porque mañana trabaja y tiene que madrugar. Hemos hablado de todo y de nada mientras Maria pintaba una lámina que muy amablemente le han ofrecido los camareros del bar. He vivido un año de bello pánico, hermoso y terrible. A veces pienso en cómo podría haber sido mi vida y estos pensamientos me envuelven como una fina gasa. Y luego vuelvo siempre a mi verdad, que me acaricia mejor y más, y con las manos de amar hasta ensuciarse, mientras divagan en mi memoria, cada vez más difuminadas, los dedos sin huella del fantasma, con sus abismos a los que fue una victoria, que sin mi mujer no habría logrado, jamás ni asomarme.

Siempre del modo más inesperado, el gran amor comparece para mostrarte el camino de vuelta a casa.

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