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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Cien millones

Salvador Sostres el

La pregunta que un hombre tiene que hacerse para saber si está viviendo bien es si con cien millones de euros que de repente le ingresaran en su cuenta, libres de impuestos y de cualquier otra carga, cambiaría de vida o haría cosas distintas.

Yo lo pienso recurrentemente, porque hay que tenerlo todo previsto, especialmente lo que parece un regalo y es un desafío: como la libertad, como la vida.

Si mucho dinero me llegara, lo único que cambiaría es que algunas cosas de las que hago las haría con más frecuencia y otras con más intensidad: sería más generoso en el reparto de mi ahora tan modesta fortuna e iría más veces a L’Atelier y a Nobu.

He tenido el talento de entusiasmarme por destinos que nunca se acaban. Y la personalidad suficiente, y la resistencia, de elevarlos a metáfora para que no sólo “fueran”, sino que “significaran”, y jamás me he avergonzado de ellos. Ésta haya sido tal vez la parte más pesada. Éramos más libres cuando los fascistas perseguían la diferencia que ahora que cualquier diferencia, y ya no digamos si es por arriba, es tachada de fascista en nombre de la corrección política.

No querría tener nada que no tengo, ni me inquietan sueños por realizar que dependan de la moneda. El poco o mucho dinero que he tenido no ha sido casi nunca lo que me ha separado de lo que he querido. No me ha faltado la imaginación para hallar el modo cuando todo parecía sentenciado. Pese a este desafortunado año, amo a mi esposa y ella me ama a mí y más temprano que tarde acabaremos rebotando en Graceland. Tal vez no haya sido un año tan desafortunado, y tengamos que recordarlo por habernos despertado de nuestra desidia con su lección más alta: en las más tristes circunstancias, y cuando más perdidos estábamos, el amor -un amor que casi habíamos olvidado- ha sabido dónde encontrarnos.

Dame cien millones y sabré qué hacer con ellos: del primero al último, y te sorprenderá que lo tuviera todo tan pensado. Pero no esperes de mí nada distinto de lo que hasta ahora has conocido.

Tres cosas tres definen la suerte de un hombre y las tres resplandecen cuando se miran en el espejo de los cien millones.

La primera son las aspiraciones, el sistema de fascinaciones, los héroes, los mitos, los placeres, las perversiones, lo que espera de la vida y en qué condiciones. Un hombre es, esencialmente, aquello que anhela, aquello a lo que aspira. Tú lo eliges, y si eliges bien, ésta sera la cuna y la corona de tu vida.

La segunda es lo que hace para conseguirlo, de qué trabaja o qué banco atraca, y con qué argumento, y con qué metáfora. Lo que hacemos tiene que ver con nosotros, tiene que ser parte del camino, de la cuna y la corona. Tiene que completarnos, que darnos sentido, tiene que ser nuestro sentido. Si esta segunda condición no se parece mucho a la primera, y no es parte fundamental de ella, notarás que te hacen demasiada falta los cien millones, y que pese a los ánimos que quieres darte, buceas todo el día en la tristeza.

La tercera es la solidez de la mujer a la que ama. El amor es desigual, impertinente, intempestivo, y sólo algunas mujeres saben mecerlo para que pese a todo persista. En este último año mío he visto -y no me cansaré de repetirlo- la devastación con todos sus abismos, el mar de estupor en el que se ahogaban los hombres que se dejaron deslumbrar por promesas de hojalata, y tantos cadáveres que continúan paseando y yendo a trabajar porque de momento aún ignoran que han sido asesinados, aunque es sólo cuestión de tiempo que sepan lo que sabemos los demás.

Un hombre tiene que preguntarse no cada día pero si cada poco tiempo si cien millones que de repente ingresara, libres de toda carga, cambiarían mucho su vida. Si siente que sí, que no espere los cien millones, porque no van a llegar y su destrucción es inminente. Despreciar tu tiempo es una forma de destruirte, tal vez la más severa. Si sientes que estás donde quieres y que cien millones, a lo sumo, decorarían la estancia, no dejes nunca de tener muy pensado qué destino exacto les darías, pero concéntrate en lo que haces sin más ansia, porque lleguen o no lleguen los cien millones, tú habrás llegado mucho antes.

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