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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Cuántos sexos entre tú y yo

Salvador Sostres el

Isolda, Isolda, cuántos sexos entre tú y yo, esto es de Huidobro, pero parece escrito ayer por cualquier chico lúcido de mí generación -o sea, básicamente por mí. Aunque de todos modos, he de admitir que el talento no me ha librado de ser débil e idiota, y que me cuesta demasiado aguantar el peso de mis sentimientos, de las mentiras que me dije por creerme el más listo, del decorado que hace que el mundo gire, gire y tenga algún sentido. Los sexos que he puesto entre tú y yo, Isolda, tal vez sean, aunque te hieran, mi más sincera declaración de amor. A veces pienso que sin Huidobro no habría sabido entenderte, ¡reparad el motor del alba!. Tarde y sin demasiado respeto, y con muy poco agradecimiento, descubrimos la modernidad de nuestros poetas, cómo se han burlado del tiempo, porque estamos tan acostumbrados a que nos sirvan, a que nos adulen, a que nos castiguen y nos dejen tirados en el centro exacto de la noche, que solemos olvidar que llevan 70 años muertos. Es más moderno Vicente que el iPhone y resuelve más problemas.

Isolda, Isolda, lo de poner cuerpos entre tú y yo fue la decisión correcta. La distancia, tomarme en serio la distancia, porque estas cosas sólo funcionan cuando en alguna medida puedes creértelas, y por supuesto que tú notaras la distancia. Pero soy tan torpe que enseguida te dije algo porque lo que tengo de inteligente me falta de valiente para vivir lejos de tu vientre.

Y he de decirles que yo puse cuerpos entre el cuerpo que amaba y mi vida para que fuera más fácil, o almenos posible, sin pender de la angustiosa sensación de llegar siempre tarde. Me calmé, recordé de qué estaba hecho y que mi fuerza como la gracia de Dios es infinita. Recuperé el centro, la gravedad, el encanto de quien vuelve a tener algo más que ofrecer que su agonía desesperada. Y la dignidad que a veces creemos que es hermoso perderla por amor sin darnos cuenta del terrible error que cometemos.

Pero de repente un día, una mañana soleada, te despierta la inminencia de una noticia, y aunque sólo sea por esta vez, una vegada més, una vegada més i prou, es dulce asistir al espectáculo de los muros viniéndose abajo, de la tanta dureza contra ti mismo en un instante disuelta, del alma tan contenida que vuelve a desbordarte de emoción y vértigo. Y esa distancia hora a hora peleada, desvanecida en el camino de vuelta; Isolda, Isolda, el simulacro cuerpo a cuerpo trabajado, en todos ellos buscando tu pulso y soñando que gritaba tu nombre y caía, vuelto de golpe un inútil ejercicio cuando el corazón hace resumen de al paso que se acelera para correr hacia ti.

Y cada cosa vuelve a tener un todo de ti del que me costó tanto escapar que creí que iba a morirme corriendo. No más Isolda, no más Vicente, no más nada que no esté poblado de ti y te reclame y me reclame y te convoque y nos asalte en el instante único, pletórico, alabanza, de ver cómo se extingue hasta el menor rastro de la distancia.

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