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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Miguel

Salvador Sostres el

El martes acudí a desayunar, como acostumbro cuando desciendo entre los indios, al Ciutat Comtal, en la Rambla Cataluña con la Gran Vía. Venía bastante enfadado del Apple Store porque a mi iPhone le había salido una intolerable y muy molesta raya verde en la pantalla sin que fuera en absoluto mi culpa o responsabilidad. En la tienda, en lugar de cambiarme el teléfono al instante por uno nuevo, me dijeron que la reparación no estaría lista hasta las 18:30 y pretendían que pasara el día entero desconectado. Insistí hasta la saciedad en que me dieran uno nuevo y traté de explicarles los defectos de funcionamiento que tenía el mío, además de la grotesca raya verde. No hubo manera. Es lo que tiene tratar con empleados, que viven en frecuencias tan bajas que no es que no sepan satisfacerte sino que son simplemente incapaces de entender los términos del debate y sólo saben recitarte las normas. Se merecen que les sustituya un robot. Estos chicos necesitan aprender desde la necesidad, porque demasiado excedente les ha vuelto unos cretinos.

Y bien, para poder pasar el día en condiciones lo que hice fue comprar un segundo iPhone X, exactamente igual que el mío, con la idea de devolverlo cuando la reparación terminara. Es una operación no sólo legal sino habitual en Apple. Desayuné en el Ciutat Comtal, tomé un taxi y en el restaurante me di cuenta de que me había dejado olvidada la caja del nuevo teléfono en algún lugar. Llamé al taxista y me dijo que no había visto nada, llamé al Ciutat Comtal y el camarero que me atendió tampoco tenía ningún conocimiento de una caja olvidada. En el Apple Store fueron inflexibles y ni siquiera aceptaron la caja de mi primer iPhone X, exactamente igual que la que había perdido, porque no se correspondía el número de serie. Por una caja, 1.300 euros. Es lo que tiene tratar con el relleno de la Creación, con los montoncitos del Señor, con su pavor cuando se salen del renglón.

Desolado, acudí al Ciutat Comtal, que está al lado, por ver si por casualidad alguien había encontrado la caja. Me encontré causalmente con Miguel Fernández, el dueño, que me vio preocupado y me pidió que regresara al día siguiente, es decir ayer, y que miraría en las cámaras de seguridad si quien se había llevado la bolsa era un cliente o un camarero. Y ayer fui a verle y efectivamente fue un camaerero, que la guardó en su taquillla por si alguien la reclamaba. Me la devolvió sobre las 12 del mediodía y pude efectuar la devolución.

Apple pretendía cargarme 1.300 euros no exactamente por una caja sino por la desidia, la dejadez moral y la sequía espiritual de no comprender que en este mundo imperfecto sin la compasión no podemos funcionar. El fallo de su teléfono me había hecho perder una tarde y una mañana enteras, y en lugar de disculparse y de ofrecer alternativas, no me dejaron otra solución que tener que comprar un teléfono para luego devolverlo y encima se pusieron estúpidos por una caja.

Miguel, que también tiene sus normas y desde luego no es responsable de las bolsas o las cajas que los clientes despistados nos dejamos en su restaurante, gastó su noche en casa mirando las cámaras de seguridad hasta verme y ver mi bolsa y ver al camarero que la conservó. Miguel, además de Ciutat Comtal, es también el dueño de la Cerveseria Catalana, La Flauta, Vinitus, y ahora Germà Petit, el nuevo restaurante que ha abierto en el local del mítico Madrird-Barcelona, en la calle Aragón. Su preocupación por sus clientes, como conmigo se preocupó, sin conocerme de absolutamente nada, se percibe en la calidad de sus productos y en el trato que en sus establecimientos se dispensa al cliente. Nada es causalidad ni mucho menos el éxito empresarial.

Desde muy joven fui cliente de La Flauta, cuando mis amigos insistían en los fast-food y yo les decía que por el mismo precio -o casi- podríamos comer en condiciones y ser tratados como personas. La Cervesaria Catalana, pese al bulllicio y al tráfico, mantiene un nivel insólito en este tipo de restaurantes. Miguel está siempre en sus establecimientos, preocupándose de los detalles.

No escribo este artículo por devolverle a Miguel el inmenso favor que me hizo ayudándome a recuperar mi caja. Mis consideraciones sobre el nivel de sus locales no dependen del agradecimiento que hacia él siento. Pero claro que estoy agradecido, muy agradecido, y es así como los empresarios tendrían que tratar a sus clientes. Si un propietario se pasa la noche buscando en las grabaciones de seguridad qué ha sido de una caja, es razonable pensar que va a pasarse mucho más rato, muchos más días, y muchas más noches, preocupándose por el jamón o el pan o el marisco que ofrece en sus restaurantes. Precisamente Germà Petit es una evolución hacia una mayor calidad y una delicadeza más singular a la hora de tratar cada producto.

No merecemos que nos traten mal. No merecemos que nos desprecien. No merecemos que nuestra imperfección no sea tenida en cuenta de un modo piadoso y generoso. El dinero es nuestro y decidiendo cómo lo gastamos definimos nuestra humanidad, nuestra dignidad y nuestro gusto por vivir. El dinero es nuestro, y la alegría, y si las normas son el único argumento hay muchos puestos de trabajo que nos podemos ahorrar, como en las máquinas expendedoras de de preservativos o tabaco. Apple tendría que reflexionar sobre si esto es todo lo que puede hacer por sus clientes y los chicos que trabajan en Apple tendrían que no olvidar jamás que lo que hacen lo hacen ellos, y que el “yo cumplo órdenes” no puede ser una excusa, ni un consuelo, si pretendes vivir siendo algo más que el pienso para engordar al ganado.

Miguel miró por mí, buscó por mí, y me devolvió una caja. ¡Una caja! Por una caja gastó una noche. ¿No es extraordinario? Somos de aquí, somos de Miguel. Somos lo que protegemos, lo que cada día defendemos. La ternura con que ponemos acentos de luz en aquello en lo que creemos, la paciencia con que acariciamos cada cosa que hacemos hasta volverla importante, decisiva, como el amor como un rayo hasta que hace brotar el gemido.

Salvador

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